Europa superpotencia moral

Europa se equivoca en la elección de sus adversarios

Mientras el anti-americanismo crece en Europa con sus raíces de culpabilidad, vergüenza y antisemitismo y que son fácilmente olvidadas, el rol de Estados Unidos permite a Europa los lujos de la paz y la diplomacia.

El anti-semitismo, anti-sionismo y anti-americanismo se han transformado en un enlace fanático hoy día en Europa. Esto surge de una especie de ceguera combinada con una extraña mezcla de alienación, culpabilidad y temor hacia ambos: Israel y Estados Unidos.

Millones de europeos se resisten a mirar a Israel como un país que está luchando por su supervivencia. Israel no puede soportar una guerra mayor ya que esto podría significar el fin del Estado Judío. Pero una enorme cantidad de europeos creen que en algo los israelíes están fundamentalmente equivocados: ellos nunca se comprometen, ellos prefieren soluciones de tipo militar para resolver problemas políticos.

Algo similar está detrás de la actitud europea hacia los Estados Unidos. Miren a Europa, dicen muchos europeos, nosotros hemos erradicado las guerras, el nacionalismo peligroso y las dictaduras; hemos logrado la pacificación de la Unión Europea; no hacemos la guerra, nosotros negociamos. No distraemos recursos en armamentos. El resto del planeta debería aprender de nosotros sin aterrorizarnos unos a otros.

Como sueco, en toda mi vida no he escuchado un pacifismo tan jactancioso: que Suecia, neutral, es una superpotencia moral. Ahora esta fanfarronada se ha vuelto una ideología europea. Nosotros somos un continente moral. A esto se le llama la "suequización" europea.

Sí, hoy Europa es un milagro para el continente donde dos grandes movimientos totalitarios -comunismo y nazismo-, han arrojado ríos de sangre.
Lo que Europa olvida es como aquellas ideologías fueron vencidas. Sin el ejército de los Estados Unidos, Europa no hubiera sido liberada en 1945.
Sin el Plan Marshall y la NATO, no hubieran podido resurgir económicamente.
Sin la política de contención bajo el paraguas de seguridad americano, el Ejército Rojo hubiera acabado con el sueño de libertad en Europa del Este, o hubiera traído la unidad europea bajo una bandera con estrellas rojas.

Los europeos del Oeste, también olvidan que algunas áreas del mundo, jamás han conocido la libertad. En muchos lugares, las cámaras de tortura son las reglas de juego, no los grotescos y vergonzosos errores de tropas enfermas de supervisión. Cualquier intento en esta clase de lugares de ir y comportarse en forma europea y negociar, sin el poder militar que se emplea para ejercer la diplomacia, sería patético.

En lugar de apoyar a aquellos que combaten el terrrorismo internacional, muchos europeos tratan de culpar , por la expansión del terrorismo , a Estados Unidos e Israel. Esta es una nueva ilusión europea. La España de nuestros días, apacigua a la Munich que surge de sus pensamientos.

Qué hubiera sucedido si España y Europa como un todo, hubieran reaccionado de un modo diferente a los atentados de Abril a los trenes de Madrid diciendo:"nosotros prometemos que a causa de esta matanza, redoblaremos los esfuerzos de estabilización en Iraq enviando nuevamente, muchas tropas, expertos, ingenieros, maestros, doctores y billones de euros para apoyar a las fuerzas aliadas y sus colaboradores iraquíes. El "triunfo terrorista" hubiera sido transformado en "triunfo de la guerra contra el terror".

Las imagenes que muchos europeos poseen de América e Israel, crean un clima político por alguna especie de horrible prejuicio. Ustedes tienen el Gran Satán y el Pequeño Satán. "América quiere dominar el mundo"-exactamente el argumento retórico antisemita hecho acerca de los judíos. En realidad, la retórica del moderno antisemitismo, pinta al objetivo de Israel como la dominación de Medio Oriente. Semejantes ideas se reflejan en la opinión pública, en la cual los europeos sostienen que Estados Unidos e Israel, son los verdaderos peligros para la paz del mundo.

El escritor británico Ian Buruma, sostiene que la furia de los europeos contra Estados Unidos e Israel, tiene que ver con la culpa y el temor. Las dos guerras mundiales , condujeron a tal catastrófica carnicería, que "nunca más" fue interpretado como "bienestar en casa, no intervención extranjera". El problema con este concepto , es que solamente podría sobrevivir bajo la protección del poderío americano.

El extremo antiamericanismo y antisionismo, están actualmente fusionados. El así llamado poster de paz :"Hitler tuvo dos hijos, Bush y Sharon", se mostró en carreras antibélicas europeas;combina una trivialidad de nazismo con demonización de ambas:las víctimas del nazismo y aquellas que vencieron al nazismo.

Mucho de esto proviene del subconciente culpable europeo relativo al Holocausto. Ahora las víctimas del Holocausto y sus hijos y nietos están haciendo supuestamente a los otros , lo que les hicieron a ellos. Para equilibrar víctimas y victimarios, nosotros nos lavamos la manos.

Este modelo de antiamericanismo y antisionismo, regresa una y otra vez:"el asqueroso israelí", "el asqueroso americano", parecen ser de la misma familia. "El asqueroso judío" se transforma en la parte instrumental de esta difamación cuando los así llamados neoconservadores son culpados por el militarismo americano y la brutalidad israelí y luego selectivamente nombrados: Wolfowitz, Perle, Abrams, Kristol, etc. Esta es una nueva versión del viejo mito de que los judíos dominan los Estados Unidos.

A comienzos de este año, el editor de Die Zeif, ha resaltado en esa edición, que como los judíos, los americanos son arrogantes y egoístas; que como los judíos, son esclavos de la religión fundamentalista que los vuelve santurrones y peligrosos. Como los judíos, los americanos son capitalistas "arrancadores" de dinero y por quienes el dinero efectivo tiene tan alto precio. "Los americanos e Israel son los intrusos, y como los judíos han estado siempre estorbando en el siglo 21", dice Joffe.

Los vínculos entre el antisemitismo, antisionismo y y antiamericanismo, son todos muy reales. A menos que los líderes de Europa condenen esto en forma conjunta, esa profana triple alianza envenenará las políticas del Medio Oriente como así también las relaciones transatlánticas.

Por Per Ahlmark de "The Australian"

El fin de 'Londonistán'



El minarete de una mezquita sobresale entre las las chimeneas de las casas de un barrio de Leeds (Inglaterra).

El 5 de agosto de 2005, Tony Blair anunció una serie de medidas antiterroristas que representan un cambio radical de la estrategia británica respecto al movimiento islamista, puesto en evidencia tras los atentados del 7 y el 21 de julio.

La política de Londonistán -el asilo político concedido a los ideólogos islamistas radicales a cambio de convertir el Reino Unido en santuario- ha quedado definitivamente enterrada: Omar Bakri, el extravagante sirio fundador del grupúsculo Al Muhayirun, aficionado a ensalzar a Osama bin Laden y los "219 magníficos" -los terroristas del 11 de septiembre-, se fue a Líbano, después de dos décadas en Inglaterra, para pasar unas vacaciones rápidamente convertidas en destierro por el ministro de Interior británico.

Otro espantapájaros de la prensa sensacionalista, el egipcio Abu Hamza, nacionalizado británico, está en la cárcel, a la espera de que puedan acabar arrebatándole su ciudadanía y le extraditen a Estados Unidos.

El jordano-palestino Abu Qatada, al que los británicos consideran "el embajador de Al Qaeda en Europa", se encuentra preso y aguarda una extradición a Jordania que todavía no es más que hipotética debido a las numerosas vías de recurso jurídico posibles, como se ha podido ver en el caso de Rachid Ramda, un ciudadano argelino cuya extradición reclama en vano París desde hace 10 años para interrogarle sobre su intervención en los atentados de 1995, y que Blair calificó de caso "completamente inaceptable" al hablar de la necesidad de "cambiar las reglas del juego".

Las medidas anunciadas son, entre otras, la expulsión por decreto de los predicadores que alteren el orden público (como en Francia o España), la criminalización de la apología del terrorismo, el cierre de los lugares de oración en los que "se fomente el extremismo" y una política de integración voluntarista, que sustituya al generoso laissez-faire reinante hasta ahora.

Todo ello ha suscitado un gran sobresalto en los medios liberales británicos, que han denunciado unas maneras militaristas y unas medidas liberticidas. Sin embargo, más allá de la polémica y el efecto publicitario, destinado a tranquilizar a una opinión pública que vive traumatizada por la perspectiva de un tercer atentado, el abandono de la política de Londonistán suscita interrogantes más profundos y complejos sobre el modelo de sociedad multiculturalista, que el Reino Unido simbolizaba en Europa junto con los Países Bajos (donde se puso en tela de juicio tras el asesinato del realizador Theo van Gogh, apuñalado por un joven islamista de origen marroquí en otoño de 2004).

Londonistán representaba la punta del iceberg multiculturalista, hasta el punto de haberse convertido en su caricatura. Suponía que, al ofrecer asilo a los ideólogos extremistas, éstos ejercerían una influencia favorable sobre la juventud tentada por el islamismo radical y la violencia y le disuadirían de actuar contra un Estado y una sociedad que habían permitido resplandecer a los Abu Hamza, Abu Qatada y Omar Bakri.

Es cierto que, durante un decenio, Gran Bretaña estuvo a salvo, pero a cambio de quitar importancia al discurso radical, que se consideraba lícito siempre que no se tradujera en violencia y entre cuyos elementos estaban la falta completa de identificación de los jóvenes -pese a ser ciudadanos británicos- con el Reino Unido y el exacerbamiento de una identidad islamista transnacional puntuada por las hazañas de la yihad en todo el mundo, cada vez más accesibles a través de Internet.

A medida que los héroes online de la yihad, a partir del 11 de septiembre, fueron cometiendo atentados en los cuatro puntos cardinales, los ideólogos de Londonistán, que ladraban pero no mordían, fueron quedando mal y perdiendo su valor y su influencia en los sectores más radicales, a los que no preocupaba en absoluto su bienestar londinense. En ese sentido, las medidas jurídicas que hoy se les aplican no tienen más que un efecto simbólico a posteriori.

En cambio, queda aún sin resolver en absoluto la cuestión del cimiento intelectual que hizo posible Londonistán, es decir, un multiculturalismo en el que lo que distingue a las comunidades religiosas, étnicas y de otro tipo, proclamadas como tales dentro de una sociedad concreta, se considera fundamental, mientras que lo que une a los individuos, por encima de la raza o la fe, como ciudadanos de una misma sociedad, se ve como algo secundario.

Toda sociedad tiene sus diferencias, sobre todo por los conflictos permanentes de los grupos sociales que la habitan, y no existe sociedad sin conflicto más que en las utopías totalitarias. Ahora bien, la peculiaridad del multiculturalismo es que piensa que los individuos están determinados por una "esencia" cultural inamovible, propia de cada "comunidad", y que el orden político, e incluso el jurídico, deben juzgarlos siempre a través del prisma comunitario al que pertenecen.

Existen defensores de esta teoría tanto entre los partidarios -reconocidos o no- del apartheid como entre los liberales o los libertarios. En el Reino Unido, el multiculturalismo ha sido objeto de un consenso implícito entre la aristocracia social, salida de las public schools y encerrada en los clubes, y la izquierda laborista: el desarrollo separado de los musulmanes permitía a los primeros administrar con el menor coste posible la mano de obra paquistaní inmigrante y a los segundos captar su voto a través de los líderes religiosos en el momento de las elecciones. Ése es el consenso que los atentados de julio hicieron saltar por los aires.

Porque el multiculturalismo sólo tiene sentido si conduce a una especie de paz social, en la que los dirigentes comunitarios controlen a sus fieles, les inculquen valores religiosos o morales específicos pero garanticen su sumisión al orden público general.

Y, en ese sentido, el trauma sufrido por la sociedad británica es más profundo que el de la sociedad estadounidense tras el 11 de septiembre, aunque el número de muertos haya sido muy inferior: en Estados Unidos, los 19 piratas aéreos eran extranjeros, mientras que, en el Reino Unido, los ocho individuos involucrados son hijos de la sociedad multicultural.

Lo que se sabe de ellos les muestra profundamente imbuidos de religión -transmitida no sólo en las mezquitas sino, tanto o más, a través del vídeo e Internet-, pero sin fidelidad alguna a los dirigentes comunitarios cooptados por el sistema político.

Después de los atentados, el sistema social británico se ha encontrado con sectores enteros que se definen, ante todo, a partir de una identificación comunitaria religiosa que, sin embargo, no puede prevenir derivas violentas contra la sociedad "impía" ni la imitación de Al Qaeda.

Dado que el multiculturalismo practicado en Gran Bretaña ha dejado de servir como defensa del orden público, la prensa y la red se llenan de debates sobre cómo salir del punto muerto, igual que sucedió en Holanda tras el asesinato de Theo van Gogh.

Además del desmantelamiento de Londonistán y la panoplia de medidas antiterroristas que auguran largas batallas jurídicas, enuna de las páginas web más respetadas de la red, openDemocracy, David Hayes -uno de sus editores- ha calificado lo que se juega la sociedad como una elección draconiana entre dos modelos, el laicismo radical y el multiculturalismo radical.

Es una alternativa válida no sólo para el Reino Unido sino para toda Europa, en la medida en que los problemas son equiparables, aunque se planteen a partir del contexto histórico concreto de cada país de la Unión.

El secularismo radical -que, en el Reino Unido, empezaría por la abolición del carácter oficial de la Iglesia Anglicana- tendría como objetivo redefinir el pacto entre el nuevo Estado laico y el conjunto de los ciudadanos, sobre la base de una Constitución redactada por consenso.

Por el contrario, el multiculturalismo llevado al extremo desembocaría en la creación de un "Parlamento musulmán" autónomo, elegido por su comunidad, encargado de legislar para ella y dotado de medios para aplicar la ley y hacer respetar el orden público, como ocurría en el Imperio Otomano con las minorías judías o cristianas.

Estas dos opciones pueden parecer excesivas, pero permiten fijar con claridad los límites entre los que las sociedades europeas tendrán que definir su vía, e indican, sobre todo, la urgencia con la que es preciso entablar el debate en el Viejo Continente.

En Europa, Francia, criticada cuando la comisión Stasi recomendó prohibir los signos de afiliación religiosa en la escuela, despierta interés ahora entre quienes destacan que es el país con la población de origen musulmán más numerosa, muy por delante de Alemania y Gran Bretaña, y que el control social que ejerce el efecto combinado de la laicidad, la integración voluntarista y la política de seguridad preventiva ha permitido -con arreglo a unas modalidades inversas de multiculturalismo- evitar los atentados durante la pasada década.

Cuando dos periodistas franceses secuestrados en Irak fueron amenazados de muerte si no se retiraba la ley sobre la laicidad en la escuela, la movilización de los ciudadanos franceses de origen musulmán contribuyó no poco a su liberación.

Sin embargo, tampoco la República laica puede dar todo por descontado: la marginación social de demasiados jóvenes de origen magrebí o africano, el hecho de que se quite importancia a las páginas yihadistas en Internet y la marcha de algunos hacia los frentes candentes de Irak o Pakistán, suministran los ingredientes del mismo cóctel que se halla en otros lugares. Pero no se ha llegado a la fatalidad del atentado, y, hasta ahora, los que lo predicaban no han tenido éxito.

Ni en Londres, ni en París, Roma, Madrid, Bruselas o Amsterdam conviene ocultar la cabeza debajo del ala: el problema terrorista, aparte de medidas simbólicas como la erradicación de Londonistán, plantea la pregunta de qué queremos que sea la identidad europea, junto con nuestros conciudadanos de origen musulmán y de todas las confesiones o no religiones.

Ha llegado la hora de que la Unión Europea, tras el fracaso de la Constitución, aborde de frente este asunto, en el que se juega una parte de su futuro.

Por Gilles Kepell

El Antiamericanismo signo de identidad Europeo.

Fustigador de los tópicos del pensamiento dominante en Francia, el ensayista e historiador liberal Jean-François Revel acaba de publicar 'La obsesión antiamericana', donde vuelve a la carga para desmontar, con precisión, los tópicos del antiamericanismo de los europeos.

El antiamericanismo es una de las obsesiones intelectuales de Jean-François Revel. Francia es, en su opinión, el país europeo más antiamericano. Una actitud que forma parte de un complejo mejunje que podríamos llamar la ideología francesa, muy influenciada por la izquierda y por una tradición comunitarista de la derecha. Un viaje al fondo del antiamericanismo marca el recorrido de esta entrevista.

- Para usted, el antiamericanismo es la gran coartada para la irresponsabilidad.

Si los americanos tienen la culpa de todo, los europeos estamos libres de toda responsabilidad.

- ¿Por qué Estados Unidos se ha convertido en una superpotencia mundial?

Porque Europa se hundió en el siglo XX por sus propios errores. Los europeos han desencadenado dos guerras que han sido guerras civiles europeas antes de convertirse en mundiales.
Las dos veces, los americanos han tenido que acudir en su ayuda. Las dos veces, los americanos han sido los arquitectos de la paz.
Y han sido ellos los que nos han garantizado la protección frente al imperialismo soviético.
Además de desencadenar dos guerras, Europa inventó el totalitarismo.
Tanto el nazismo como el comunismo son inventos europeos, además de ciertas dictaduras no totalitarias de carácter fascista, el franquismo entre ellas.

La ascensión de Estados Unidos viene de la caída de Europa, y los europeos no quieren reconocerlo. La misma idea de la Unión Europea fue patrocinada desde el origen por Estados Unidos. Este mismo razonamiento vale para América Latina. Evidentemente, los americanos desempeñan allí un gran papel.
Pero el antiamericanismo en América Latina ha sido un fracaso: la manera de no querer afrontar sus problemas de ineficiencia, de corrupción, de violencia.

- A pesar de que allí los americanos han hecho de las suyas y han patrocinado dictaduras execrables.

-Sí, pero esto es otra cosa. También Francia o el Reino Unido han apoyado dictaduras aquí y allá. Todos tenemos ciertos aliados que no siempre han demostrado adhesión ni disposición a la democracia. Hay muchas cosas en América Latina que no se han explicado de un modo exacto. No fue Estados Unidos el que desencadenó el golpe de Estado contra Allende.

- La complicidad activa en este caso fue manifiesta.

-Al final. En realidad, Allende había sido elegido con apenas un tercio de los votos. No tenía ningún mandato para transformar la sociedad chilena. Si hubiese habido en Chile un sistema presidencial con elección en dos vueltas, como en Francia, Allende no habría sido elegido en la segunda vuelta.

Leon Blum lo comprendió en 1936 en Francia: sabía que había sido elegido minoritariamente y entendió que no tenía derecho a cambiar por completo el sistema económico y social.

-La falta de sentido de la responsabilidad que usted denuncia, ¿es una enfermedad reciente en Europa o es una enfermedad antigua?

- No es sólo un problema europeo. Se da también en América Latina y en el mundo árabe-musulmán. El fracaso de la civilización islámica se remonta al siglo XV. Allí perdieron el contacto con la evolución científica y con el racionalismo.
Tampoco han sabido crear las condiciones del desarrollo económico, al no separar el poder político y religioso del poder económico.

En vez de analizar las causas de su fracaso, lo atribuyen a la maldad de los occidentales en general, y de Estados Unidos en particular. Estados Unidos debe ser la única gran potencia que nunca ha tenido colonias en el mundo árabe.

El antiamericanismo es una enfermedad universal, aunque más sofisticada y matizada en Europa. El general De Gaulle decía que no podía aceptar la gran potencia americana, pero no iba más lejos porque tenía enfrente al gran peligro soviético y sabía muy bien que Francia sola era incapaz de protegerse.

-Hay una tradición de antiamericanismo de izquierdas, pero también de derechas. En España, el franquismo era ideológicamente antiamericano, a pesar de que Estados Unidos le dio muchísimo apoyo.

-Y se puede encontrar la misma actitud en Mussolini y en Hitler. Por encima de todo, estaban contra el liberalismo. En 1969, en Berlín, ante un gran grupo de estudiantes izquierdistas, leí un texto largo que condenaba el capitalismo y el parlamentarismo. Aplaudieron mucho.
Y yo les dije: desgraciadamente, estas palabras son de Mussolini. Actualmente, la extrema derecha -Le Pen en Francia, pero también en otros países europeos- produce documentos contra la globalización y contra la economía de mercado que podrían ser firmados por un trotskista.
Del mismo modo que hemos visto en la extrema derecha y en la extrema izquierda un amor inmoderado por Sadam Husein simplemente porque era antiamericano.

- El antiamericanismo, ¿es una ideología más bien de las élites o es de base popular?

R. En Francia, quizá el país más antiamericano de Europa, los sondeos muestran que hay un 60% de franceses que tiene simpatía por Estados Unidos. Lo cual tiene mérito porque los medios de comunicación son obsesivos.
El antiamericanismo es sobre todo un fenómeno de los medios políticos y periodísticos, y de los profesores. En cada país tiene características propias.
En Italia, por ejemplo, es distinto, porque todo el mundo tiene algún pariente o conocido que emigró a América.

- Paradójicamente, siendo un país que tuvo el partido comunista más fuerte y más influyente, Italia es menos antiamericana que Francia.

-Sí, ciertamente. En Francia, para la izquierda, el antiamericanismo era un corolario del anticapitalismo, y además siempre hemos tenido un antiamericanismo de derecha fuerte; mientras que en Italia, la Democracia Cristiana era proamericana, y el socialismo italiano, también.

- Según usted, el antiamericanismo esconde un rechazo del liberalismo.

-Sí, o el rechazo al liberalismo viene del antiamericanismo. Las dos cosas se dan. Y la vez, la admiración por Estados Unidos es grande. Es todo muy ambiguo. En el plano cultural, vemos la obsesión por poner barreras al cine americano. Evidentemente, Estados Unidos es muy fuerte en la producción de un cine muy
popular.
Pero ¿qué se gana protegiéndose de ello con barreras artificiales? Es contrario a la lógica más elemental de la difusión y el intercambio cultural. ¿Qué habríamos ganado si en el siglo XVI hubiésemos puesto dificultades para la circulación en Francia de la pintura italiana?
Nada, habríamos perjudicado a la propia pintura francesa. Sin libertad de circulación de las obras de arte no hay cultura. Los grandes novelistas ingleses han tenido su máxima difusión entre las dos guerras y en la posguerra sin ninguna conexión con el poder diplomático americano.

- Sin embargo, es una gran ventaja tener la lengua de comunicación universal. Otras consideraciones aparte, si cuantificáramos el ahorro que ello significa para Estados Unidos daría una cifra importante.

R. Es cierto, pero hemos llegado hasta aquí por la fuerza de las cosas. No hay que confundir el hecho de que mucha gente se comunique en inglés con el hecho de conocer la cultura anglosajona.

- La Administración de Bush es una buena cantera para el antiamericanismo.

- Hay una cierta tendencia a incriminar y a caricaturizar la figura del presidente de Estados Unidos. Reagan, por ejemplo, y en realidad fue quien hizo posible la caída del muro de Berlín. Los del Este son conscientes de ello: en Varsovia, la antigua plaza de la Constitución es ahora plaza de Ronald Reagan.

Todos los presidentes son susceptibles de ser criticados. Veremos al final cómo juzgar a Bush. Decir que Irak e Irán son países peligrosos es la pura verdad.

- Pero Bush ofrece varios flancos de crítica: de un lado, ha recuperado una dimensión religiosa de la política que choca con la laicidad europea.

-No hay religión de Estado en Estados Unidos. En España, en Francia, en Italia la ha habido. Y la reina de Inglaterra es la jefa de la religión anglicana. Es cierto que Bush ha hecho una opción personal muy religiosa. Pero no sé en qué va a influir en su política.

- Por otra parte, se ha opuesto al reconocimiento de instancias de ordenación internacional como el Tribunal Penal Internacional y el Protocolo de Kyoto.

- Hay mucha hipocresía. Yo no veo al Gobierno francés obligando a los automovilistas a circular a sesenta por hora por las autopistas. Reducir el gasto de energía no se hace firmando protocolos. La izquierda es contradictoria: está contra el nuclear y está contra un gasto excesivo de petróleo.

En cuanto al TPI, está muy claro por qué lo rechazan: no quieren que cualquier país lleve arbitrariamente ante a los tribunales, por puro antiamericanismo, a cualquier ciudadano americano.

-En este caso, la perversión se invierte. El antiamericanismo sirve de coartada a los propios americanos.

- En un momento en que las Naciones Unidas sitúan a Libia al frente de la Comisión de los Derechos Humanos, no es para escandalizarse que América quiera evitar determinadas actuaciones contra sus dirigentes y militares.

-Los americanos están rompiendo el orden internacional que ellos mismos construyeron después de la II Guerra Mundial. Estamos pasando de unas reglas del juego compartidas a una forma de decisionismo: ellos tienen la fuerza, ellos determinan la ley según su idea de las cosas.

-Sí, el unilateralismo. Aquí nos volvemos a encontrar con la indecisión europea. Cuando hablas con los americanos -con Powell, especialmente-, te dicen: los europeos no tienen ninguna propuesta que hacernos.
Los franceses, ¿qué proponían en el conflicto de Irak? Negociar. Pero ya se hizo y Husein engañaba.

- ¿Usted cree que Chirac se equivocó con su posición durante la guerra?

- Chirac puede estar legítimamente en contra de la guerra preventiva. Pero la política es muy simple. La actitud de Francia, a partir de un momento, ha sido interpretada como un apoyo a Husein.
Como usted sabe, los países árabes propusieron a Sadam Husein que se fuera con la promesa de que se podría llevar dinero y que no sería perseguido internacionalmente. Esto hubiera permitido evitar la guerra. Yo no estoy seguro de que Husein hubiese aceptado.
Pero, sin duda, al ver la posición de Francia, de Alemania y de Rusia pensó que tenía una oportunidad de seguir. Francia tenía derecho a oponerse a la guerra preventiva, pero hizo más que esto. Y asumió una posición mucho más marcada que De Gaulle cuando decidió salirse del comando integrado en la OTAN. Marcó distancias, pero no abandonó la OTAN. Simplemente no quería que el ejército francés fuera mandado por un general americano.


- ¿Hasta qué punto los americanos son ellos también responsables del antiamericanismo?

- Estados Unidos ha sido la primera potencia verdaderamente mundial tanto entre las dos guerras como después de la caída del comunismo. El Imperio Romano, España, Gran Bretaña
dominaban una parte del mundo y en muchos casos había contrapesos. Además, todos los dirigentes cometen errores.
Los americanos, también.

Francia, por ejemplo, tiene una enorme responsabilidad en el genocidio de Ruanda. Los que se manifiestan por la paz podrían tenerlo en cuenta. Siempre están en contra de Estados Unidos. Muy bien, pero en África ha habido millones de personas masacradas; en Sudán, por ejemplo. Y la culpa no era de los americanos.
Todo gobernante es criticable, pero hace falta que las críticas sean buenas. Cuando se parte del principio de que en cualquier caso los americanos están equivocados, vamos mal.

- Sin embargo, es perfectamente normal que si Europa avanza tenga conflictos de intereses y de valores y tensiones con Estados Unidos.

- Sí, por supuesto. Aunque Europa no ha sido creada contra Estados Unidos. Ha sido creada contra ella misma, para evitar que la guerra civil continuara indefinidamente. Los padres fundadores lo tenían muy claro. Pero es evidente que hay rivalidades; económicas, por ejemplo. Y en este terreno, una vez más, los antiglobalización son inconsecuentes.
Su primera manifestación fue en Seattle. ¿Qué había allí? Una reunión de la Organización Mundial de Comercio, que tiene precisamente como objetivo regular el comercio internacional y
conseguir que la economía de mercado no se desboque. Son éstas las contradicciones del antiamericanismo.

- Es evidente que Europa y Estados Unidos representan modelos de desarrollo capitalista diferentes.

- Sin duda, pero, al mismo tiempo, no olvidemos que Estados Unidos es una emanación de Europa. Estados Unidos ejerce una forma de dominación que viene más de los fracasos de los otros que de sus propios éxitos.

En el siglo XIX, el antiamericanismo en Francia era sobre todo cultural. Stendhal se reía de ellos porque no tenían ópera. En cambio, en los medios políticos, más bien había admiración por América, contrariamente a lo que ocurre ahora.
La Constitución americana era como un ideal. Y evidentemente ha tenido éxito, porque después de la guerra civil que la implantó sobre todo el territorio no ha habido ni un golpe de Estado. Hay mucho a criticar, pero hay que hacerlo bien.
Cuando se dice: no hay seguridad social en Estados Unidos,
¿quién universalizó la idea de Estado de bienestar si no Roosevelt?

- ¿Usted cree realmente que se puede hablar del islam como una totalidad?

- No, de Nigeria a Malaisia hay países muy diversos. Pero, atención: el islam subsahariano está entre los más radicales. Basta ver Nigeria. En general, ha habido un endurecimiento del islam en todas partes.

- Algunos especialistas -Olivier Roy, por ejemplo- piensan que lo que está viviendo el mundo islámico es una crisis de paso a la modernización.

- Esperemos que así sea. Yo no estoy muy convencido. Veo signos de regresión. Por ejemplo, el rechazo a la laicidad y el combate contra cualquier separación entre poder religioso y poder político. Si han fracasado en su acceso a la modernidad ha sido por la dificultad en reconocer el derecho del pensamiento científico y racionalista a ser independiente del pensamiento religioso.

- Los europeos se mataron mucho para llegar hasta aquí.

-Es cierto, pero finalmente se impuso el racionalismo y la ciencia. En Francia, por ejemplo, no se puede aceptar que los islamistas quieran introducir cambios incluso en los programas educativos.
No se puede enseñar Voltaire porque criticó a Mahoma, no se puede enseñar determinada biología porque pone en duda verdades religiosas.

Los franceses no hemos luchado trescientos años para conseguir una enseñanza independiente respecto al cristianismo para que ahora venga el islam y nos imponga sus normas.

- El modelo republicano francés, ¿es el bueno?

-
Lo que hay que defender es la tradición democrática occidental que ha conducido a la separación entre lo religioso, que es del dominio de lo privado, y lo político, que tiene sus formas de legitimidad autónomas. Y en este marco es fundamental la libertad de expresión y de pensamiento. Esto es valido para Occidente y para el mundo en general.

En la India, por ejemplo, ahora hay un cierto proceso de radicalización en todas las partes, pero durante cuarenta años ha coexistido un gran número de religiones diferentes y un poder político independiente de ellas, legitimado por las urnas.

- ¿El antiamericanismo es, finalmente, un fracaso intelectual?

- Cuando es obsesivo, sí. La crítica a Estados Unidos ha de existir; todos los países, y más todavía cuando son muy potentes, cometen disparates. Cuando la crítica consiste en decir cosas de Estados Unidos que no son verdad o en hacerle reproches injustificados es un fracaso intelectual.
Por ejemplo, cuando Simone de Beauvoir dijo, después de la guerra, que la ocupación americana era como la ocupación nazi. Ante estos disparates, los americanos ríen, no se nos toman en serio.