Muy lentamente, quizá más lentamente que lo que las necesidades estratégicas sugieren, los líderes de EE.UU. y Gran Bretaña han pasado por fin de designar al enemigo como “terrorismo” a identificarlo sólo como “una ideología malvada”. En Washington y Londres, los políticos pronuncian las palabras “ideología criminal”. Según los estándares históricos, esto es un salto significativo. Lo próximo es aclarar la naturaleza de esta ideología y su relación con la Jihad de los extremistas musulmanes contra Occidente.
“Debemos esperar y ver si estos incidentes están vinculados con el terrorismo”. Cuando escuché esta frase pronunciada por presentadores citando a funcionarios de Gran Bretaña tras las explosiones del jueves en el metro de Londres, me dije: los instintos occidentales aún están entumecidos, incluso aunque el progreso en la movilización popular esté claro.
En diversos programas de radio durante la mañana de ayer, comparé la presente lógica legalista en la guerra contra el terror con declaraciones extrañas que los británicos nunca habrían hecho allá por los bombardeos de 1940. Imaginemos solamente que tras cada oleada de bombarderos Nazis, los funcionarios de la ciudad hubieran advertido a los medios de no sacar conclusiones rápidas, diciendo: ¡no sabemos si éstas eran bombas o explosiones de gas! O: ¡Llamémosles bombarderos, pero no Nazis, antes del que mostremos realmente las esvásticas en una sala de tribunal!
En pocas palabras, incluso si vemos el creciente conocimiento acerca de la naturaleza del terrorismo entre la gente corriente, la élite aún nos lastra en el conflicto con el jihadismo. De hecho, o estamos en guerra o no lo estamos. Uno no necesita siete horas tras la segunda oleada de ataques jihadistas de Londres para “atreverse” a describirlos como “de naturaleza terrorista”. ¿Qué más podría ser?
Mientras Occidente peleaba con esta “crisis” de definición, los principales comentaristas del mundo árabe ya exploraban qué grupo jihadista era responsable, mientras, por supuesto, culpaban a Gran Bretaña y a Estados Unidos de los atentados. Irónicamente, hay una zona horaria mental entre Londres y el este del Mediterráneo. Por la mañana, las salas de chat y los cibercafés salafíes ya estaban celebrando la segunda “ghazwa” (incursión) en Londres. Sin importar las muertes, los jihadistas celebraban la “penetración” del sistema británico: “Lan yanjahu fi darb el mujahidín” (no acertarán a golpear a los mujahidin, sic) lanzaba un usuario. Esto era muy indicativo de la ecuación: los presuntos terroristas, al no lograr una muerte en masa, quisieron anotarse un punto; es decir, están en ofensiva. Mientras tanto, sus enemigos infieles estaban ocupados reconstruyendo las evidencias.
Por supuesto, tales investigaciones son obligatorias y normalmente llevan al descubrimiento de información esencial acerca de nuestros enemigos islamistas, pero educar al público en la psicología del odio jihadista es igual de importante. Desafortunadamente, el nivel de análisis en el Reino Unido no está aún al nivel de Occidente. En lugar de pensar estratégicamente y gastar un tiempo público precioso en investigar la infiltración y penetración reales en Occidente de los jihadistas, Reino Unido incluido, empleamos el 80% del espacio en antena y en prensa en sensacionalismo a cámara lenta.
Sí, es importante descifrar si el último ataque es un “copión” del anterior, pero comprender el mensaje detrás de este terrorismo y ser capaces de proyectar futuros atentados es más importante. Deben dedicarse mayores esfuerzos a determinar los planes del enemigo, sus prácticas de reclutamiento y la amplitud y profundidad de sus redes en Gran Bretaña. Por decirlo llanamente, la seguridad nacional de Su Majestad tiene un problema significativo.
No se deriva de la debilidad de los sistemas de seguridad del Reino Unido; se encuentran entre los mejores del mundo. El cáncer terrorista de Inglaterra es el resultado de políticas británicas pasadas respecto al fundamentalismo islámico. Esto no es nada nuevo para los expertos en la jihad. Las puertas de la "Troya británica" estaban abiertas de par en par para los "salafíes troyanos".
Durante años, el influjo de multitudes jihadistas, material doctrinal y libertad de reclutamiento fueron abrumadores. Por supuesto, Bakri y al Masri, los líderes islamistas con base británica, no autorizaron “ghazwas” previas o atentados terroristas. Durante más de una década, al Muhajirun, los diversos grupos “ansar” y los aprendices de Afganistán rondaron por el país de Ricardo Corazón de León sin supervisión y sin contención. En algún momento, estaba escrito que iba a tener lugar un conflicto. Y los recientes intentos de Gran Bretaña por ponerse a nivel de su propia seguridad nacional llevaron a su gobierno a desmantelar el enemigo nacional. Eso a su vez incitó a las células a actuar.
Pero una revisión exhaustiva de las estrategias jihadistas globales nos da otra visión profunda de la confrontación. Al Qaida y la directiva internacional salafí apuntaban a Gran Bretaña incluso antes de que Londres apuntase como objetivo a al Muhajirun y compañía a comienzos del 2005. Es más probable, en mi análisis, que los jihadistas abrieran fuego contra el gobierno de Tony Blair antes de que ordenase desmantelar las redes de Londonistán. Estaba bien entendido por parte de los islamistas radicales y sus aliados que el aliado más precioso de Estados Unidos en la guerra global contra el Terror es el Reino Unido.
Allá por marzo del 2004, al Qaida tumbó a un aliado de Washington. El gobierno del presidente Aznar. En los días posteriores a la “victoria jihadista” de entonces, la retórica salafí y wahabí – en al Yazira y en muchos chats — se centró en lo que llamaron entonces el siguiente capítulo, que es intentar derrocar al gobierno de Blair. La principal discusión en la época fue la ineludible ofensiva contra Gran Bretaña. Pero dado que “los intereses jihadistas” dentro de la ciudad eran grandes, los planificadores jihadistas confiaron en la creciente oposición nacional a la Guerra.
Al Qaida proyectó una posible derrota de Blair en sus elecciones después de la derrota de Bush en sus propias elecciones: una especie de efecto dominó de un lado a otro del Atlántico. Pero esto no ocurrió: en su lugar, Bush, Blair e incluso Howard, de Australia, fueron reelegidos. Lo que es peor, tuvo lugar un realineamiento occidental (incluyendo Washington y París) contra la ocupación del Líbano por parte de Siria y contra las armas de Hezbolá, por no mencionar a Irán. Además, Gran Bretaña se movió contra sus propios islamistas igual que Irak logró celebrar elecciones con éxito el pasado enero.
Por lo tanto, se tomó una decisión a los más altos niveles del jihadismo internacional: ofensiva abierta en Gran Bretaña hasta que el gobierno Blair salga. Pero para los jihadistas, éste no es un tema de tener éxito todo el tiempo. Esa no es la lógica de los jihadistas. Es un tema de persistencia ideológica. Un terrorista suicida no sobrevive para ver el resultado. Y los que toman las decisiones detrás de los atentados no se juegan su credibilidad en el resultado. Quieren romper el sistema de seguridad británico a cualquier precio. En sus mentes, algunas operaciones tendrán éxito y otras no.
Este mes apuntaron al sistema de trenes subterráneos y a un par de autobuses; mañana construirán otros espacios para la violencia. Igual que en Estados Unidos, la seguridad nacional británica debe saltar el vacío de los terroristas. Debería desarrollar una cultura de conocimiento libre de tabús. Las autoridades británicas tienen que bautizar a la ideología detrás de estos atentados para que el público pueda dar forma a sus instintos. Esto no son sólo terroristas que maten a civiles inocentes en fechas concretas.
Estos terroristas son terroristas jihadistas con una visión del mundo y designios contra el Reino Unido y contra otras democracias. Investigar la naturaleza de los explosivos es un proceso normal, pero poner al descubierto la ideología letal y sus ramificaciones en la sociedad es el centro de la batalla. Las noticias relativamente buenas son que tanto el primer ministro británico como el presidente norteamericano, sorprendentemente, se mueven en esa dirección.
Muy lentamente, quizá más lentamente que lo que las necesidades estratégicas sugieren, ambos líderes han pasado por fin de designar al enemigo como “terrorismo” a identificarlo sólo como “una ideología malvada”. En Washington y Londres, los políticos pronuncian las palabras “ideología criminal”. Según los estándares históricos, esto es un salto significativo. Lo próximo es aclarar la naturaleza de esta ideología.
Sólo entonces comenzaremos a comprender las intenciones de los terroristas en Gran Bretaña y en el resto del mundo libre. Sólo entonces seremos capaces de entender que cada “operación” es parte de la constelación global del jihadismo.
El 7 de Julio de Londres, el 11 de Septiembre de Nueva York y el 11 Marzo de Madrid, todos son ataques “tras la línea de fuego de los infieles”. Cuando comencemos a pensar según la lógica jihadista, no sólo comprenderemos los objetivos últimos de estos actos terroristas, exitosos o no; puede que hasta comencemos a proyectar su camino, y en última instancia los evitemos.
Por Walid Phares.
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