El horror de los bombazos del 11 de marzo del 2004 en la red del metro de Madrid ha resonado por toda Europa y el mundo. Sus efectos ya han sido numerosos. El partido socialista, antes de oposición, obtuvo una sorprendente victoria en las elecciones parlamentarias de España celebradas tres días después de los atentados.
En gran medida, el avance socialista reflejó su fuerte oposición a la participación española en la coalición encabezada por Estados Unidos en Iraq: muchos electores interpretaron la atrocidad como una represalia islamista por la presencia de tropas españolas allá. Y la estrategia islamista tuvo éxito: así, como dijo un periodista español que vive en Washington, Al Qaeda ganó las elecciones en España. Podría ser mejor decir que Al Qaeda les ganó las elecciones a los socialistas.
Pero el gobierno conservador de José María Aznar también perdió una cantidad considerable de credibilidad en las escasas horas entre el ataque terrorista y la apertura de las casillas, a raíz de su obsesiva insistencia en que sólo el grupo terrorista vasco ETA podía ser responsable del ataque. Incluso os españoles que sentían simpatía por Aznar y que anteriormente habían apoyado a su Partido Popular expresaron indignación ante lo que vieron como una obvia manipulación de la situación. España creyó por un momento que había recobrado, mediante su participación en Iraq, una posición de poder en el mundo. Pero un anciano de 65 años que se tiñe el cabello nunca podrá pasar por un aspirante a galán de 25 años de edad.
Los populares se enfocaron en ETA porque podían salir bien librados de acusar a los socialistas de mantener una postura indulgente frente al movimiento vasco, ya que la izquierda había mantenido una alianza de gobierno en la región mediterránea de Cataluña con un partido nacionalista catalán, Izquierda Republicana de Cataluña (Esquerra Republicana de Catalunya, o ERC por sus siglas en catalán). Aunque ERC, a diferencia de ETA, no tiene historial de terrorismo, Josep Lluis Carod-Rovira, el principal líder de ERC, realizó el año pasado el ridículo acto de reunirse con ETA al otro lado de la cercana frontera con Francia. Pero nadie en España habría aceptado que los populares acusaran a los socialistas de ser indulgentes con el terrorismo islamista.
Desafortunadamente, la sección de la opinión política en Estados Unidos que equiparaba al régimen de Saddam Hussein en Iraq con Al Qaeda sin duda habría estado dispuesta a realizar tal acusación, y acusará ahora a los socialistas, y a España en general, de debilidad ante el terrorismo. En general, se puede esperar que Estados Unidos reaccione exactamente al contrario que el electorado español: con mayor firmeza y decisión para derrotar a los terroristas. El estadounidense común y corriente simpatiza con las víctimas españolas, pero no con los electores españoles que afirman la opción de la retirada ante la presión del terrorismo. Los periodistas árabes preguntan ahora si Al Qaeda no está actuando en interés de Bush. E independientemente del resultado en España, la masacre de Madrid y posteriores incidentes parecidos podrían muy bien ganarle las próximas elecciones presidenciales en Estados Unidos a Bush.
España tiene sus propias razones históricas para reaccionar como lo ha hecho ante esta atrocidad. Se cuenta entre los países más antimilitaristas del mundo. Su ejército no es meritocrático, como las fuerzas estadounidenses, sino más bien la reserva de posiciones heredadas. Lo que es más, el ejército español sigue estando equiparado en la mente popular con la victoria del dictador Francisco Franco en la Guerra Civil de 1936-39, y no todos los españoles han olvidado las derrotas que sus ejércitos sufrieron en las aventuras colonialistas de la década de los 20 en Marruecos. Los electores catalanes, quienes sienten una profunda repulsión por los militares, esta vez le dieron un apoyo aún mayor a la ERC de Carod-Rovira, aumentando la representación del partido de uno a ocho diputados en el parlamento español. Los catalanes siempre han apreciado una bella figura, y un voto para ERC el domingo les debe haber parecido a muchos la mejor forma de proporcionar un múltiple insulto al centralismo.
Pero gran parte del resto de Europa parece estar ya lista para unirse al coro de rendición indicado por el resultado español y asegurar a los terroristas que no sólo se opuso a la intervención en Iraq sino que está ansioso por retirarse de todos los frentes de la guerra encabezada por Estados Unidos contra el terrorismo. Los europeos, al igual que muchos estadounidenses y árabes, siguen buscando motivos políticos racionales en las acciones de los terroristas. Pero Al Qaeda no está actuando para vengar a palestinos o iraquíes. Al Qaeda actúa para destruir todo un modo de vida, y la debilidad ante su agresión indica una falta de compromiso con ese modo de vida.
Es natural que las muertes y lesiones en el metro de Madrid hayan provocado también temores en otras ciudades europeas con importantes sistemas de transporte. En cierto sentido, los tranvías y metros son un símbolo de la sociedad abierta que ha florecido en las naciones industrializadas. Sin embargo, incluso durante las campañas de bombazos del Ejército Republicano Irlandés en Gran Bretaña y los asaltos terroristas árabes e izquierdistas en París durante la década de los 80, la mayoría de la población en esos países no se sintió presa de la ansiedad pensando que su infraestructura básica se encontraba total o permanentemente en peligro.
De hecho, si aceptamos la teoría de que Al Qaeda o un grupo relacionado o similar cometió la atrocidad de Madrid, nos vienen a la mente algunos pensamientos adicionales. El terrorismo del islamismo radical parece estar deliberadamente dirigido contra la red de infraestructuras que sirven como columna vertebral a la existencia moderna. La comodidad implícita en el uso de aviones comerciales puede haber sido una consideración central en los sucesos del 11 de septiembre, no sólo porque facilitaron la acción, sino para expresar desprecio por uno de los mayores logros de la sociedad industrial: los viajes baratos en avión.
El turismo barato ha florecido gracias a los precios bajos de las tarifas aéreas, y no hay duda que la popularidad de Bali como destino contribuyó a convertirlo en blanco en el 2002. Además del odio inadulterado, la ausencia de altos muros y de legiones de guardias que separen a los judíos que quedan en Marruecos y Turquía de sus vecinos musulmanes podría haber motivado los bombazos del año pasado en Casablanca y Estambul. El enemigo quiere conservar viejas barreras y levantar nuevas fronteras entre los musulmanes y los no musulmanes que viven en sociedades mixtas.
Puede que los socialistas españoles retiren a sus mil 300 soldados de Iraq, pero ¿también interrumpirán sus vuelos a países musulmanes? ¿Dejarán de dar empleo a braceros marroquíes? ¿Dejarán de arrestar a otros operativos de Al Qaeda que se aprovechen del ambiente amigable con los turistas del país?
Si consideramos objetivos probables para la siguiente acción espectacular de este tipo, salta de inmediato a la mente la Olimpiada de Atenas en el 2004. Nada puede simbolizar mejor el acercamiento y urbanidad entre diferentes culturas, lo cual Al Qaeda y a otros grupos semejantes odian tanto, que los juegos fundados en el espíritu de paz entre las antiguas ciudades estado de los griegos.
El nuevo gobierno conservador de Grecia, que subió al poder con poca fanfarria global a principios de marzo, no llevará sobre sus hombros la carga de la demagogia antiOTAN que ha estado asociada con las políticas socialistas griegas desde mediados de la década de los 70 hasta 1999.
Eso significa un nuevo enfoque hacia el vecino de Grecia, Turquía, ya que mucho tiempo antes de que surgiera el visionario George Papandreou, ministro heleno de relaciones exteriores, los socialistas griegos combinaban un odio hacia Estados Unidos con un aborrecimiento visceral hacia Turquía.
Lo extraño es que los socialistas griegos por tradición sostenían un punto de vista diametralmente opuesto e indulgente con respecto a la actividad en territorio griego del extremismo árabe, y por esa razón Atenas hoy puede no ser menos susceptible de sufrir atentados terroristas árabes que Nueva York el 10 de septiembre del 2001 o Madrid el 10 de marzo del 2004. Los terroristas no recompensan a quienes los tratan bien.
Además, Grecia tiene frente a sí el reto de facilitar el ingreso de Turquía a la Unión Europea (un giro radical con respecto a políticas anteriores) a condición de que se llegue a un acuerdo democrático e implementable entre chipriotas griegos y turcos, antes del propio ingreso de Chipre a la Unión Europea el 1 de mayo próximo. Típicamente olvidada, Chipre lleva décadas dividida de la misma manera que Bosnia-Herzegovina, entre residentes cristianos y musulmanes.
El conflicto entre cristianos y musulmanes en los Balcanes y en Chipre nos lleva a otro tema explícito tras el derramamiento de sangre de Madrid. Y repito, Al Qaeda y sus similares pretenden hacer imposible que musulmanes y no musulmanes vivan en la misma sociedad; ésa es la razón por la que Marruecos y Turquía, con sus residentes judíos, y Bali, que profesa la religión hindú, fueron blancos de sus ataques al igual que Nueva York y Madrid. En estos dos últimos casos, entre las víctimas se encontraban inmigrantes musulmanes de clase obrera.
Pero los cristianos europeos no pueden evitar, tras los sucesos de Madrid, ver a los musulmanes con sospecha. No se sentirán así respecto a las personas que viven en Arabia Saudita, Paquistán o Cisjordania.
Volverán la mirada con temor hacia los 100 mil musulmanes que viven ahora en España, abrumadoramente marroquíes, y, por supuesto, hacia los 5 millones de musulmanes que viven actualmente en Francia, árabes casi en su totalidad. El reclutamiento de islamistas radicales también puede poner en peligro la paz social entre la mayoría británica y los 1.5 millones de musulmanes que radican en ese país.
La mayoría de éstos no son árabes, pero entre ellos se encuentran algunos individuos que se han enlistado para combatir en las fuerzas de la jihad en lugares tan diversos como Israel, Iraq, Chechenia, Afganistán y Estados Unidos. Además, a pesar de que los 3 millones de musulmanes de Alemania son casi en su totalidad turcos y kurdos, y típicamente desprecian el extremismo islamista, particularmente el de la variedad wahhabi respaldada por los sauditas, el público alemán en general podría muy bien pasar por alto tales detalles.
Intelectuales y políticos liberales e izquierdistas en España y Francia ya han reaccionado a los sucesos de Madrid prometiendo mayores esfuerzos para evitar la discriminación contra inmigrantes musulmanes, y para asimilarlos en sus sociedades. Los franceses prometen una absorción bajo la cual será imposible distinguir a los árabes franceses de sus vecinos, y los españoles aseguran que los musulmanes serán ciudadanos iguales a todos los demás en una nueva Europa.
Estas promesas deben parecerles cuentos de hadas tanto a musulmanes como a no musulmanes. El Islam no puede ser expulsado de la Europa cristiana. No se puede reunir y deportar a los musulmanes basándose en sospechas de simpatizar con Al Qaeda. Pero al mismo tiempo, el futuro del Islam europeo no puede ser definido por poblaciones inmigrantes que, a pesar de la propaganda de los políticos bien intencionados, siguen sin pertenecer.
Los simpatizantes de los radicales islamistas argumentan que no se debe culpar de la masacre de Madrid a Al Qaeda porque la mayoría de los españoles se oponían a la guerra en Iraq, y porque la jihad está dirigida contra la "hegemonía" estadounidense. Por supuesto, pasan por alto que Al Qaeda busca el máximo de carnicería de civiles, independientemente de los sentimientos de la mayoría del público. Pero la cruda realidad es que, incluso después del 11 de septiembre, tanto los árabes como otros musulmanes viven mucho mejor, disfrutan de más oportunidades y tienen un mayor acceso a una influencia política de peso en Estados Unidos de lo que es probable que disfruten en Francia o España (o incluso en Gran Bretaña o Alemania) en por lo menos otra generación.
Para acabar, el peligro de dejar la definición del Islam europeo en manos de inmigrantes árabes no asimilados en los países atlánticos se aprecia no sólo en la reacción europea no musulmana a los sucesos de Madrid, sino también en el crecimiento de la influencia wahhabi saudita entre los inmigrantes musulmanes árabes de ese continente. En lo que es un símbolo de tal infiltración, Arabia Saudita provocó recientemente un gran alboroto divisorio en Grecia cuando propuso construir una gigantesca mezquita cerca del aeropuerto de Atenas, con la intención de que su inauguración coincidiera con los Juegos Olímpicos. Después de los sucesos de Madrid, tal propuesta raya en lo absurdo.
Europa necesita ahora un Islam que se defina a sí mismo en términos indudablemente moderados, como una religión entre otras, sin ningún reclamo de superioridad en la arena pública, sin exigencias de separatismo y sin subordinación a Arabia Saudita ni a ningún otro estado islámico.
Un Islam así sencillamente no va a surgir en España o Francia de las manos y corazones de los inmigrantes y sus hijos; por lo menos no a corto plazo. Puede, sin embargo, desarrollarse en un lugar que los occidentales todavía pasan por alto: el sureste europeo, especialmente en los Balcanes, Grecia, Turquía y Chipre, donde los musulmanes son naturales del lugar, no inmigrantes.
A diferencia del Islam árabe, que cada vez está más dominado por la ultraextremista interpretación wahhabi, el Islam de los Balcanes se basa en la tradición legal pluralista conocida como hanafismo. Además, los musulmanes balcánicos están profundamente impregnados de sufismo, una forma espiritual de Islam que enfatiza lo que tienen en común las religiones monoteístas. Los musulmanes bosnios salieron del horror de la guerra de 1992-95 comprometidos con Europa, independientemente del dolor sufrido y de los crímenes de los que fueron objeto. Los musulmanes albaneses desprecian el islamismo. Los musulmanes búlgaros y macedonios no han revelado interés alguno en el radicalismo árabe.
Grecia, sobre todo, tiene la oportunidad de jugar un papel determinante a la hora de contribuir a que el Islam europeo se defina a sí mismo positivamente para Europa y para el Islam. Asegurando un acuerdo equitativo en Chipre, restableciendo una relación segura con Turquía en la OTAN, defendiendo el programa de integración de Turquía en la UE y facultando a su propia población musulmana nativa compuesta por unas 170 mil personas (con medio millòn mas de trabajadores musulmanes migrantes procedentes de Albania y el suroeste asiático que se establecieron en Grecia en el transcurso de la década pasada) como ciudadanos de pleno derecho en una sociedad abrumadoramente de fe cristiana ortodoxa, Grecia, en alianza con los musulmanes balcánicos, puede disipar la sombra de Madrid que pesa sobre las cabezas de los musulmanes de todo el continente.
Los musulmanes nativos de los Balcanes, Grecia, Turquía y Chipre pueden también crear una zona de intercambio económico e intelectual entre las dos culturas, tomando a Singapur y Malasia como modelos. El éxito en tal empresa, la de reforzar un Islam nativo y verdaderamente europeo en el sureste de Europa, podría incluso inspirar emulación por parte de España y su vecino marroquí.
Proponer la existencia de un Islam nativo de Europa puede parecer a los desconocedores del tema que es contraintuitivo. Pero está claro que el Islam en Europa debe ser totalmente europeo en su sensibilidad, o no existirá en lo absoluto. El lugar para iniciar la europeización del Islam es un lugar donde ya exista un Islam nativo de Europa: de Sarajevo (en Bosnia) hasta Chipre, pasando por Atenas y Estambul.
Por Stephen Schwartz
Traducción: Lluis Aique Iglesias
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