La Guerra Fría

Una prueba del poder y los ideales de Estados Unidos

El destructor Barry de la Armada de Estados Unidos se detiene junto al buque ruso de carga Anosov en el Océano Atlántico el 10 de noviembre de 1962, con el objetivo de inspeccionar su cargamento mientras que, sobre ellos, se observa un avión de reconocimiento. El barco soviético transportaba un cargamento de misiles que se retiraban de Cuba al concluir la crisis de los misiles.

La Guerra Fría fue ante todo una guerra de ideas, una lucha sobre cuál sería el principio organizador de la sociedad humana, una competición entre el liberalismo y el colectivismo forzado. Para Estados Unidos, la Guerra Fría fue la primera incursión que hiciera como nación en el terreno de la política de las grandes potencias y para ello fue necesario que el pueblo estadounidense afrontara, si bien no siempre a su entera satisfacción, sus propios sentimientos encontrados sobre el mundo exterior: por una parte, el deseo de mantenerse aislado y, por otra, el de ser el paladín de la libertad de otros pueblos, por motivos tanto altruistas como de su propio interés.

Se puede decir que la Guerra Fría tuvo su inicio en 1917, con la aparición en Rusia de un régimen revolucionario bolchevique dedicado a propagar el comunismo por todo el mundo industrializado. Para Vladimir Leni
n, líder de esa revolución, éste era un objetivo imperioso. Como escribió en su Carta Abierta a los Obreros de Estados Unidos, en agosto de 1918: "Nos encontramos ahora, tal como están las cosas, en una fortaleza asediada en espera de que otros destacamentos de la revolución socialista mundial acudan en nuestra ayuda".

Los gobiernos occidentales solían ver el comunismo como un movimiento internacional cuyos partidarios no juraban fidelidad a su país, sino al comunismo transnacional aunque, en la práctica, recibían órdenes de Moscú a quien debían lealtad.

En 1918, Estados Unidos participó brevemente y de forma poco entusiasta en un intento de los aliados por derrocar el régimen revolucionario soviético. La sospecha y la hostilidad caracterizaban de esta manera las relaciones entre los soviéticos y Occidente mucho antes de que la Segunda Guerra Mundial los convirtiera en aliados reticentes en la lucha contra la Alemania nazista.

Después de la derrota de Alemania en 1945 y la vasta destrucción causada por la guerra en toda Europa, Estados Unidos y la Unión Soviética surgieron como los representantes de filosofías, objetivos y planes antagónicos e incompatibles para la reconstrucción y reorganización del continente. Las acciones de los soviéticos se derivaban de una combinación entre el compromiso ideológico y el realismo geopolítico.

En honor a la verdad, el ejército soviético había luchado el grueso de la batalla, sostenido más bajas en el frente europeo y liberado gran parte de Europa Central y Oriental de las garras de Adolf  Hitler. Pero rápidamente se hizo evidente que Moscú insistiría no sólo en establecer regímenes comunistas en la región, sino también otros gobiernos que respondieran directamente a los soviéticos, no obstante los deseos de los polacos y checos, además de los rumanos, búlgaros y otros europeos orientales.

La perspectiva desde Washington era muy diferente. Los líderes estadounidenses pensaban que el estado de aislacionismo político que mantuvo Estados Unidos después de la Primera Guerra Mundial había sido un error de gran magnitud, tanto era así que posiblemente contribuyó al auge de Hitler y casi tuvo como consecuencia la dominación del continente europeo por una sola potencia hostil que podía amenazar la seguridad de la nación estadounidense. Y ahora, con las fuerzas soviéticas desplegadas en la mitad del continente y los comunistas afianzados en Francia, Italia y, sobre todo, Alemania, los formuladores de política de Estados Unidos tenían motivos para sentir recelo.

El liberalismo, el individualismo y la relativa espontaneidad que se vivían en Estados Unidos contrastaba marcadamente con la represión política y la planificación centralizada de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas en el momento en que ambas naciones entablaban su rivalidad para conseguir la lealtad de Europa, y la de las nuevas naciones independientes de los controles del colonialismo.

La Guerra Fría en Europa

El esfuerzo de Estados Unidos por "contener" el poder soviético detrás de las fronteras de la posguerra, constó de dos etapas abarcadoras: primero, una gestión urgente dirigida a revivir la economía y política de Europa y, por tanto, a aumentar su capacidad y fortalecer su disposición para resistir futuros avances soviéticos y, más tarde, un esfuerzo por mantener la credibilidad del compromiso de Estados Unidos de defender en la era nuclear a sus aliados europeos.Dos iniciativas tempranas demostraron la determinación de Estados Unidos de reconstruir y defender la Europa no comunista. En 1947, cuando Gran Bretaña informó a Washington de que no podía seguir proporcionando ayuda financiera a los gobiernos de Grecia y Turquía contra las guerrillas comunistas, el presidente Harry S. Truman (1945-1953) obtuvo una asignación de 400 millones de dólares para ese fin. Más definitiva aún fue la Doctrina Truman que establecía un compromiso sin límites a "apoyar a los pueblos libres que están resistiendo los intentos de subyugación por minorías armadas o presiones externas".

El siguiente año, el Plan Marshall envió ayuda económica por valor de trece mil millones de dólares a las economías de Europa Occidental. Por otra parte, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), establecida en 1949, comprometía formalmente a Estados Unidos con la defensa de Europa Occidental en su primera "alianza atrapadora" oficial, una situación contra la que había advertido el primer presidente de Estados Unidos, George Washington (1789-1797).

La OTAN fue una respuesta a la superioridad de las fuerzas convencionales militares soviéticas en Europa. Al final de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos llevó a cabo el más rápido repliegue de fuerzas militares de su historia y redujo su ejército de unos 8,3 millones de efectivos en 1945 a apenas 500.000 en 1948.
El Ejército Rojo mantuvo una presencia más numerosa en el corazón de Europa y era consabida su capacidad de invadir rápidamente a Europa Occidental, si así lo decidieran Stalin o sus sucesores. En tal caso, los planes militares de Estados Unidos requerían tomar represalias con armas atómicas, y más tarde, armas nucleares, pero los aliados europeos de Estados Unidos —cuyos territorios serían necesariamente el blanco de las bombas— adoptaron una actitud de comprensible desconfianza.

Una vez que los soviéticos obtuvieron sus propias armas atómicas (1949) y nucleares (1953), muchos europeos se preguntaron si Estados Unidos les defendería contra un ataque soviético si Moscú, a su vez, desataba un holocausto nuclear en ciudades estadounidenses. ¿Sacrificaría Washington a Nueva York para defender a París, Londres o Bonn?

La Guerra Fría en Europa giró en torno a esta cuestión. La presión ejercida por los soviéticos en Berlín occidental —un enclave occidental dentro la Alemania oriental comunista y, por consiguiente, imposible de defender militarmente— tenía como propósito subrayar la precariedad de su situación a los europeos occidentales. La respuesta estadounidense a esa presión —que incluyó el puente aéreo de Berlín en 1948 por el que la Fuerza Aérea de Estados Unidos entregó alimentos y otros artículos de primera necesidad a la ciudad bajo bloqueo soviético, la declaración del presidente John F. Kennedy en 1963 de que "todos los hombres libres, dondequiera que vivan, son ciudadanos de Berlín... "Ich bin ein Berliner" y el desafío lanzado por el presidente Ronald Reagan en 1987: "Señor Gorbachov, derribe este muro"— confirman el reconocimiento de Estados Unidos de que Berlín era un importante símbolo del vínculo transatlántico y de la determinación estadounidense de defender a sus aliados europeos.

La última gran crisis de la Guerra Fría europea fue otro esfuerzo soviético destinado a separar a los aliados occidentales. En 1975, Moscú introdujo misiles de crucero de alcance intermedio SS-20 con capacidad de llegar a objetivos en Europa Occidental, pero no en Estados Unidos. La acción dio paso a que los europeos se cuestionaran nuevamente si Estados Unidos tomaría represalias por un ataque a Europa cuya consecuencia sería una guerra nuclear de destrucción mutua entre Estados Unidos y la URSS.

La alianza de la OTAN decidió rectificar el equilibrio de fuerzas al negociar con los soviéticos el retiro de todas las armas de alcance intermedio, bajo amenaza del despliegue por parte de Estados Unidos de misiles Pershing II y misiles de crucero lanzados desde tierra en Europa si Moscú no retiraba sus misiles SS-20.
Muchos europeos occidentales se oponían a estas contramedidas. Sus acciones respondían a una serie de motivos y creencias, pero el movimiento comunista internacional también contribuyó a organizar y a alentar a elementos del "movimiento pacifista" con la esperanza de obligar a los europeos occidentales a avenirse políticamente a la superioridad militar soviética. Luego de un voto trascendental en noviembre de 1983 en el Parlamento de Alemania Occidental, se procedió al despliegue de misiles estadounidenses.

En diciembre de 1987, el presidente Ronald Reagan (1981-1989) y el secretario general Mijaíl Gorbachov (1985-1991) firmaron el Tratado de eliminación de misiles de alcance intermedio y de menor alcance. La incapacidad de la Unión Soviética de hendir una cuña entre Estados Unidos y sus aliados europeos fue un factor determinante en la conclusión de la Guerra Fría.

La Guerra Fría en la "periferia"


En 1947, el diplomático estadounidense George Kennan enunció los principios básicos de la estrategia de Estados Unidos en la Guerra Fría: "una política de contención, elaborada para hacer frente a los rusos con una fuerza contraria e inalterable en cada sitio donde veamos señales de su intervención en los intereses de un mundo pacífico y estable". A la larga, esta política a menudo prevalecía y frecuentemente chocaba con el deseo real de Washington de apoyar la descolonización y vincularse con los nuevos estados independientes de África, Asia y Oriente Medio, un área que los estrategas a menudo denominaban la "periferia", mientras que Europa seguía siendo el escenario central de la Guerra Fría.

Al concluir la Segunda Guerra Mundial, los formuladores de política de Estados Unidos ya preveían la ruptura de los antiguos imperios coloniales europeos y esperaban forjar amistades con estos nuevos países. Estados Unidos trabajó con empeño para evitar que se reafirmara la autoridad holandesa sobre Indonesia, y hasta amenazó en 1949 con retener fondos del Plan Marshall hasta que los Países Bajos reconocieran la independencia de ese archipiélago. Por motivos similares, el presidente Dwight D. Eisenhower obligó en 1956 a Francia, Inglaterra e Israel a poner fin a sus respectivas ocupaciones del Canal de Suez y de la Península del Sinaí.Sin embargo, la política estadounidense no se aplicaba conforme a un patrón fijo en la periferia.

En algunos casos, como fue el de Filipinas en 1986, Washington se puso del lado de las fuerzas populares, actuando en contra de un régimen pro estadounidense. En otros casos, los líderes estadounidenses detectaron rápidamente la influencia comunista detrás de movimientos nacionalistas y comenzaron a ver a los países como fichas de "dominó": si uno "caía" bajo la influencia soviética, se daba por sentado que sus vecinos correrían la misma suerte.

La "teoría dominó" explica la más desastrosa intervención de Estados Unidos en la periferia: Vietnam. Luego de la rendición de los japoneses en 1945, las gestiones de los franceses para reafirmar su autoridad colonial en Vietnam fueron recibidas por una oposición tenaz. Los formuladores de política de Estados Unidos estuvieron tentados a instar a París a que se retirara de Indochina, tal como habían ayudado a la salida de los holandeses de Indonesia.

Sin embargo, los líderes franceses advirtieron que la pérdida de su imperio podría ocasionar la subyugación de Francia al comunismo. Washington no estaba dispuesta a correr ese riesgo. Poco a poco, primero con el apoyo a los franceses, la gradual asignación de instructores estadounidenses y luego soldados —casi 550.000 para mediados de 1969— Estados Unidos gastó dinero y derramó sangre en un esfuerzo que acabó en el fracaso, para evitar que el régimen comunista de Vietnam del Norte absorbiera el resto de la nación.Si bien el historial estadounidense en la periferia de la Guerra Fría es objeto de crítica, su contrincante soviético se encontraba igualmente involucrado en actividades para difundir su influencia por el Tercer Mundo, dando apoyo a dictadores e inmiscuyéndose en asuntos locales.Una rivalidad de largo plazoLa estrategia de contención prescribía una rivalidad de largo plazo que el presidente Kennedy (1961-1963) calificó como una "larga lucha crespuscular". Era algo nuevo para una nación cuya participación en conflictos internacionales había respondido hasta esa fecha a desafíos concretos y urgentes.

La respuesta de Estados Unidos a tres crisis iniciales dejó demostrado que la Guerra Fría no concluiría con una espectacular victoria militar. La decisión del presidente Truman adoptada en 1951 de relevar de su cargo al general Douglas MacArthur equivalió a una decisión de luchar la Guerra de Corea para preservar a Corea del Sur y no, como el general deseaba, para liberar a Corea del Norte. Cinco años más tarde, el presidente Eisenhower (1953-1961) se negó deliberadamente a ofrecer apoyo tangible al levantamiento del pueblo húngaro en contra del gobierno impuesto por los soviéticos y las tropas del Ejército Rojo que suprimieron su revolución.

Por último, la crisis de los misiles de Cuba de 1962 dejó entrever más claramente los límites de un conflicto directo en la era nuclear. Los soviéticos intentaron introducir clandestinamente misiles de alcance intermedio en Cuba, lo que claramente presentaba una amenaza para el territorio continental de Estados Unidos. Aunque en ese momento Estados Unidos todavía disfrutaba de una superioridad abrumadora en armas nucleares, una guerra declarada equivalía a sufrir daños inaceptables.

Por lo tanto, el presidente Kennedy llegó a un acuerdo secreto, cuyas condiciones no se dieron a conocer hasta muchos años después. A cambio de retirar los misiles nucleares soviéticos de Cuba, Estados Unidos se comprometió a no tomar acciones contra el régimen comunista de Fidel Castro y, además, retiraría tras un período prudencial los misiles "obsoletos" de Estados Unidos emplazados en Turquía.

Al parecer, ambas "superpotencias", aprendieron lecciones diferentes de la crisis de misiles en Cuba. Si bien para 1980 Estados Unidos había desistido de incrementar su arsenal nuclear, los soviéticos optaron por lo contrario y no daban señal de reducir el nivel considerable del aumento.

Mientras tanto, la introducción en los años setenta de las fuerzas armadas cubanas en conflictos africanos y la invasión soviética de Afganistán en 1979 —la primera intervención directa del Ejército Rojo fuera de Europa Oriental— convenció a muchos estadounidenses de que el final de la Guerra Fría no estaba próximo.La conclusión de la Guerra FríaLas razones que explican el colapso de la Unión Soviética son hasta el presente tema de álgidos debates.

No obstante, es posible hacer varias observaciones. Una es que el considerable incremento militar ordenado por el presidente Reagan disparó para los soviéticos el costo de mantener su poder militar. Otra es que el proyecto de un sistema de defensa contra misiles o "Guerra de las galaxias" amenazaba con desplazar la competición hacia el dominio de nuevas tecnologías, un terreno en el que la Unión Soviética—una sociedad cerrada—no estaba bien preparada para competir.

La economía controlada de los soviéticos ya se estaba tambaleando. Cualquiera fuera la capacidad del modelo comunista de industrializar con éxito, las incipientes tecnologías de la información presentaban obstáculos insuperables para una sociedad que ejercía una estrecha vigilancia sobre sus ciudadanos, aun tratándose del uso de máquinas fotocopiadoras.

Líderes perspicaces como el secretario general Gorbachov entendían bien esta realidad. Las reformas que introdujo, pero que en última instancia no pudo controlar, condujeron a la desintegración de la Unión Soviética y el final de la Guerra Fría.Desde el punto de vista estadounidense, el fin del conflicto de 40 años representaba la victoria de una ideología. Pero Estados Unidos pagó un precio por su victoria, de hecho uno muy alto.

Evidentemente, hubo la enorme inversión de vidas irremplazables que se perdieron en los campos de batalla y el desembolso de fondos en armas de una fuerza inimaginable, en lugar de destinarlos a causas más urgentes y más nobles en el país y en el exterior. Hubo también costos políticos. En algunas ocasiones, la Guerra Fría obligó a los estadounidenses a alinearse con regímenes indeseables en nombre de la conveniencia geopolítica.Sin embargo, también se alcanzaron grandes logros en Estados Unidos durante la Guerra Fría. El más evidente de ellos es que Europa Occidental y, sin duda, gran parte del mundo no cayó bajo el dominio de Josef Stalin, un dictador asesino casi indistinto del desaparecido Adolf Hitler. De igual importancia fue que en la era de armamentos termonucleares, se logró la liberación de las naciones cautivas de la Unión Soviética, sin que fuese necesario recurrir a una guerra general con una destrucción sin precedentes. Además, las instituciones democráticas de Estados Unidos salieron intactas—de hecho, florecieron—y el modelo estadounidense de organización social, uno que proporciona libertad política, religiosa y económica al individuo para que vaya en pos de sus sueños, dio vigor a la nación al hacer su entrada en el nuevo milenio.



Michael Jay Friedman es redactor del Servicio Noticioso desde Washington e historiador de la diplomacia estadounidense.

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