Nigeria: el sufrimiento de los cristianos bajo la ley islámica


Nombre oficial: República Federal de Nigeria
Capital: Abuja
Sistema de gobierno: Democracia legislativa bicameral
Forma del estado: República federal, integrada por 36 estados
Jefe de Estado y de Gobierno: Umaru Musa Yar'Adua, Partido Democrático del Pueblo (PDP), desde mayo de 2007. Fue la primera vez que un gobernante electo entregaba el mando a otro designado por las urnas en los 46 años de historia de Nigeria desde que se independizó de Reino Unido.

Partidos de la oposición: Congreso para la Acción (AC), Partido de Todos los Pueblos (APP) y Alianza para la Democracia (AD)
Población: 135.031.164 (2007)
Superficie: 923.770 km2
Idioma: El inglés es el idioma oficial, pero existen otras 200 lenguas de diferentes etnias entre las que figuran el haus, en el norte; el ibo, en el sudeste y el yoruba, en el sudoeste
Grupos étnicos: Huasa y Fulani (29%), Ibo (18%), Ibibio (3,5%), Ijow (10%) y Yoruba (21%)
Religión: Islamismo (50%); cristianismo (40%) y credos indígenas (10%). El norte es predominantemente musulmán, en el sudeste es mayoritario el cristianismo y en el sudoeste se practican ambos y cultos tradicionales africanos.

CONFLICTO

La religión divide en dos a Nigeria. Durante los últimos 20 años, los enfrentamientos entre cristianos y musulmanes han dejado cerca de 12.000 muertos. A esta guerra de religiones se suman los conflictos étnicos y la lucha por el control del petróleo.

Musulmanes contra cristianos.

En las últimas cuatro décadas la intransigencia religiosa se ha cobrado cientos de muertos en Nigeria. La fe ha sido un motivo de odio. Escándalos como el vivido durante el certamen de Miss Universo 2003, cuando la declaración de una periodista -«Mahoma seguramente hubiera elegido como esposa a una de las candidatas»-, provocó enfrentamientos que dejaron más de 100 muertos, o las condenas a Safiya y Amina Lawal a morir lapidadas por adúlteras, finalmente revocadas, dan ejemplo de la dureza de la Ley Islámica en un país en el que gran parte de la población es cristiana. El conflicto está servido.

Nigeria es el país más poblado y étnicamente más diverso de África. Conviven en él más de 200 etnias, lo que históricamente ha provocado conflictos políticos, territoriales, culturales y económicos... Allí todo se resuelve por la vía de las armas.

Los enfrentamientos más numerosos se circunscriben al ámbito religioso. Y es que la fe divide a Nigeria en dos: por un lado, los musulmanes, religión mayoritaria y predominante en el norte, y por otro, los cristianos, que se agrupan en los estados del sur. En los últimos 20 años, las disputas entre ambos han dejado más de 12.000 muertos. El motivo principal son las presiones de los musulmanes para que el Gobierno instaure la Ley Islámica o sharia en sus zonas de influencia. El primer estado en conseguirlo fue Zamfara, en 1999. Le siguieron Kano, Sokoyo y Kaduna, desatando una serie de sangrientos combates con los cristianos de estas regiones que causaron más de 10.000 muertes, éxodos masivos hacia el sur y la proclamación del estado de emergencia. En 2001 las luchas volvieron a agudizarse con un saldo de 1.000 muertos.

A la falta de tolerancia religiosa se le suman como causa de conflicto las importantes reservas de petróleo del país -hasta abril de 2008 era el primer productor de petroleo de África, fecha en la que fue superado por Angola- y el consiguiente deseo de controlarlas. El 90% de sus exportaciones se deben al 'oro negro'. En la década de los 70 el Gobierno aprobó un decreto que le otorgaba el derecho exclusivo sobre la riqueza del suelo y las zonas costeras y firmó lucrativos contratos con multinacionales como Shell, Texaco o Chevron que, a la vez que expoliaban el país, ejercían un gran control sobre sus territorios.

En esa década las ventas petrolíferas permitieron que los indicadores económicos subieran, aunque no ocurrió lo mismo en el ámbito social, lo que provocó la indignación de muchas tribus, como los ijaw y los ilaje, que no dudaron en atentar contra los pozos sufriendo la posterior represión del Ejército.

El último grupo rebelde en sumarse a la lucha ha sido la Fuerza Voluntaria del Pueblo del Delta, que declaró una "guerra total" al Gobierno a partir del 1 de octubre de 2004 recomendando a las productoras petroleras extranjeras que suspendiesen su producción y asegurando que sus trabajadores serían blancos de la violencia. Cuatro años después, en 2008, seguían atacando las instalaciones internacionales.

Un estado artificial

El clima de conflicto viene de lejos. Nigeria nació en 1914 con la decisión de Gran Bretaña de unir tres de sus posesiones africanas creando un estado artificial en el que la población se estructuró por etnias, creando un caldo de cultivo para futuros enfrentamientos. En 1960 el país obtuvo la independencia y tres años más tarde, se convirtió en república. Los enfentamientos entre ijows y hausas dieron paso, en 1966, al primer Gobierno militar. Un año después, se produjo la Guerra de Biafra, con la que los ibos, que habitaban al sureste del país, trataban de lograr la independencia. Después de tres años de conflicto armado, en los que murieron más de dos millones de personas, Nigeria consiguió mantener el territorio y, para dar salida a las reivindicaciones tribales, se fueron creando nuevos estados federados. Así se pasó de los tres que tenía en el momento de su nacimiento a los 36 actuales, pero no se logró poner fin a las reivindicaciones tribales, que piden que se otorguen derechos a los grupos étnicos y no a los territorios.

Desde la guerra de Biafra hasta 1999 el país estuvo dirigido por militares del Norte que incumplieron sus promesas de democratizarlo; por lo que recibieron sanciones de la UE, EEUU y la Commonwealth en los ámbitos diplomáticos y de venta de armas. En las primeras elecciones legislativas y presidenciales libres (1999), venció Olusegun Obasanjo, que revalidó su cargo en mayo de 2003.

A pesar de la llegada de la democracia, los conflictos en Nigeria no se solucionaron. En el primer semestre de 2004 se produjo un recrudecimiento de la violencia, especialmente en el centro y norte del país, que sólo durante el mes de mayo se cobró centenares de muertos. Como ejemplo de la crudeza de los enfrentamientos queda el 2 de mayo de 2004, cuando los ataques de cristianos a musulmanes de la región de Yelva dejaron cerca de 600 muertos, según Cruz Roja Internacional. La respuesta de los seguidores de Alá no se hizo esperar y en los días siguientes asesinaron a cientos de personas en el estado norteño de Kano y povocaron cerca de 30.000 exiliados.

Además, desde 2006, el conflicto del petróleo se ha recrudecido. El Movimiento de Emancipación del Delta del Níger (MEND) ha lanzado varios atentados contra instalaciones petroliferas, que han hecho que la producción se reduzca en un cuarto. Según la Agencia Internacional de la Energía, Nigeria produjo en 2007 2,3 millones de barriles de petroleo, lo que le sitúa en el puesto 13 de los productores mundiales.

Por Raquel Quílez
elmundo.es

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Atentado en la localidad egipcia de Dahab

Al menos 22 muertos y 150 heridos en un triple atentado en la localidad egipcia de Dahab


Las explosiones se han producido en un hotel, un restaurante y un mercado.-

Tres potentes explosiones registradas esta tarde en un área comercial de la ciudad turística egipcia de Dahab han dejado al menos 22 muertos y más de 150 heridos, según han informado fuentes de la seguridad y la televisión pública egipcia.

Aunque algunas agencias elevan ya a una treintena el número de víctimas mortales, el Ministerio del Interior ha rebajado la cifra de muertos a diez. Mientras, el presidente egipcio, Hosni Mubarak, ha asegurado que los responsables del "acto terrorista" recibirán "todo el peso de la ley".

Bush condena el atentado

Los ataques, cuya autoría se desconoce por el momento, han tenido como objetivo un hotel, un restaurante y un mercado, y se han producido en pleno periodo de vacaciones para los egipcios, según la cadena qatarí Al Yazira. "Hay humo saliendo de la zona y mucha gente corriendo", ha dicho uno de los testigos citados por Reuters.

El Ministerio del Interior egipcio ha ofrecido a primera hora de esta noche un primer balance oficial que rebaja la cifra de fallecidos a diez, entre los que habría cuatro extranjeros cuyas nacionalidades no ha precisado. En el mismo comunicado se asegura que la primera explosión ocurrió delante del bar Nelson, la segunda ante la cafetería Ala el Din, y la tercera en el supermercado Ghazala.

En cambio, el director del equipo de emergencias para la península del Sinaí, Said Essa, ha indicado poco antes a la agencia AFP que todas las víctimas se habían producido en el hotel El Khaleeg. Asimismo, ha asegurado que había heridos en los escenarios de las otras dos explosiones, pero no muertos. Decenas de vehículos de socorro se han trasladado a los lugares afectados por las explosiones, donde un gran número de personas heridas están siendo atendidas por los servicios de emergencia y por decenas de personas que se encontraban en la zona.

Como primera medida de urgencia, las fuerzas de seguridad egipcias han prohibido la salida de los turistas de la localidad y han cerrado las fronteras del país con Israel para evitar la fuga de los presuntos autores. La embajada española en El Cairo ha informado de que, por el momento, no tiene constancia de que se hayan producido víctimas españolas.

La península del Sinaí, objetivo terrorista

La península del Sinaí ha sido escenario en los últimos 18 meses de varios ataques perpetrados por grupos vinculados con la red terrorista Al Qaeda. Las autoridades egipcias investigan este repentino auge del terrorismo en esta tradicional zona de recreo y apuntan a que milicias islámicas podrían haberse trasladado a la península, pero todavía intentan determinar si tienen relación con Al Qaeda u otros grupos terroristas internacionales.

El atentado se produce cinco días después de la detención de un miembro del grupo islamista Taifa Al Mansura, que amenazó, a través de Internet, con responder al arresto con "ataque en zonas turísticas".


Dahab está situada en el golfo de Aqaba, en el lado este de la península de Sinaí, a unos sesenta kilómetros al norte del balneario turístico de Sharm el Sheij, donde el pasado julio un triple atentado con coche bomba acabó con la vida de 88 personas y dejó más de 200 heridos. El brutal ataque a orillas del mar Rojo fue reivindicado por Al Qaeda.

Israel decreta el estado de emergencia

El Ministerio de Exteriores israelí ha decretado el estado de emergencia en el país como consecuencia de esta nueva oleada terrorista. La península del Sinaí comparte fronteras con el Estado de Israel y a ella acuden miles de israelíes por vacaciones. Itzik Jai, director del paso fronterizo de Taba, ha confirmado que en la última semana unos 25.000 israelíes han cruzado la frontera hacia territorio egipcio.

La Policía israelí y la Estrella de David Roja han declarado el nivel 3 de emergencia en la ciudad fronteriza de Eliat, y se preparan para recibir a los israelíes heridos o a cualquier otro que las autoridades egipcias soliciten transferir. Por el momento, se ignora si hay israelíes entre las víctimas y la agencia Nazrin Tours, uno de los operadores que más trabaja en esa zona de Egipto, trata de averiguar si alguno de sus viajeros se encontraba en las zonas atacadas. Dahab es uno de los puntos turísticos de mayor atracción para los jóvenes israelíes, que viajan allí para practicar el buceo.

Condena de la ANP

Pocas horas después de los atentados, el Gobierno palestino de Hamás ha calificado los hechos de "ataque criminal contra inocentes". El Ejecutivo, dirigido por Hamás -que figura en la lista de organizaciones terroristas de la UE y de EE UU- ha emitido un comunicado de condena.

REUTERS - 24-04-2006

Después de la Guerra Fría

"La historia nos enseña que el terrorismo sólo puede operar en sociedades libres o relativamente libres. No había terrorismo en la Alemania nazi o en la Rusia de Stalin, no lo había ni lo hay en dictaduras más benévolas. Lo que significa que, bajo ciertas circunstancias, si al terrorismo se le permite operar con demasiada libertad y se convierte en algo más que un inconveniente, hay que pagar un precio muy alto en las restricciones a la libertad y a los derechos humanos para erradicarlo".

Con la conclusión de la Guerra Fría en 1989 tras el desmantelamiento del muro de Berlín, la recuperación de la independencia de los países de Europa Oriental y la desintegración final de la Unión Soviética, el mundo entero tuvo la sensación de que, por fin, la paz universal había descendido sobre la Tierra. El temor a una guerra en la que se utilizarían armas de destrucción masiva había desaparecido. Uno de los principales científicos políticos escribió una obra titulada The End of History (El fin de la historia), que evidentemente no sostenía que la historia se hubiese detenido, sino más bien que los conflictos serios entre los países habían cesado y que, en torno a ciertas cuestiones esenciales, había ahora un consenso general.

Fue un momento hermoso pero la dicha fue corta. Los escépticos (entre los que me cuento) tenían la sospecha de que en el mundo quedaban todavía bastantes conflictos que anteriormente fueron eclipsados o suprimidos por la Guerra Fría. Dicho de otra manera, mientras duró la confrontación entre los dos bandos, no afloraron otros tipos de conflictos pues en ese momento eran considerados conflictos menores. La Guerra Fría había tenido el efecto inverso de ser el principal responsable de la preservación decierto orden mundial; en resumen, había sido un factor estabilizador.

También es cierto que la amenaza de una nueva y terrible guerra mundial fue probablemente exagerada. El terror estaba equilibrado por la disuasión mutua— precisamente porque existía un amplio arsenal de armas devastadoras. Y puesto que ambos bandos del conflicto actuaban con sensatez, ya que entendían las consecuencias de semejante guerra, la paz se había mantenido.

¿Seguiría en pie la disuasión mutua una vez finalizada la Guerra Fría? ¿Tendría como secuela una nueva era de disturbios mayores? La Guerra Fría no había puesto fin a la proliferación de armas nucleares y a otros medios de destrucción masiva, pero ciertamente la había frenado. Lo mismo no sucede en la actualidad, pues ya no sólo existe el peligro de que unos cuantos países posean estas armas.

La verdadera amenaza es que la adquisición de estas armas por unos pocos países generará una carrera entre sus vecinos para conseguir las mismas, porque estarán expuestos y se sentirán amenazados. Por otra parte, ¿se puede dar por sentado aún que quienes posean armas de destrucción masiva actuarán con la misma sensatez que las dos partes en la Guerra Fría? ¿Estarán sus acciones guiadas por un fanatismo religioso, nacionalista o ideológico que les hará olvidar el peligro suicida de utilizar tales armas? ¿Se convencerán a sí mismos de que quizás les sea posible utilizar impunemente, y sin dejar rastro alguno, estas armas contra sus enemigos en una guerra por terceros?

La búsqueda de liderazgo

Estas son las preguntas inquietantes que han surgido en los últimos años y que cobran cada vez más relevancia. No hay un árbitro, ni una autoridad definitiva para la resolución de los conflictos. Las Naciones Unidas tendrían que haber cumplido esta función, pero hacerlo le ha sido tan imposible como le fue a la Liga de Naciones en el período comprendido entre las dos guerras mundiales. Las Naciones Unidas está integrada por casi 200 países miembros, pequeños y grandes, democráticos y autoritarios, y todo tipo de variación entre unos y otros. Algunos respetan los derechos humanos, otros no. Tienen conflictos de intereses y carecen de la capacidad militar de intervenir en caso de emergencia. A veces pueden ayudar mediante negociaciones a lograr un acuerdo, pero son impotentes si la diplomacia se viene abajo.

Al final de la Guerra Fría, Estados Unidos surgió como la única superpotencia, hecho que acarreó enormes responsabilidades relativas a la paz mundial. Ningún otro país estaba preparado para abordar las amenazas a la paz mundial—no sólo a su propia seguridad. Pero ni siquiera una superpotencia es omnipotente, su capacidad de cumplir obligaciones internacionales tiene límites. No puede y no debe hacerlo por su cuenta, sino que debe actuar como líder de acciones internacionales mediante la persuasión y la presión, si es necesaria.

Sin embargo, las superpotencias nunca gozan de popularidad. Así ha sido desde los días del imperio Romano, y de todos los demás imperios que han existido antes y después. Son objeto del temor y la sospecha de naciones más débiles, no sólo de sus vecinos. Éste es un dilema del que no le es posible escapar. No importa cuan razonable y digno sea su comportamiento, siempre existe el temor de un cambio en el temperamento o la conducta de la superpotencia. Por eso suele haber entre las naciones más pequeñas la tendencia a atacar en conjunto al país líder.

Por mucho que se esfuerce la superpotencia, no existe una panacea para ganar popularidad—salvo la abdicación. Una vez que dejan de ser poderosas, crecen sus oportunidades de hacerse populares. Pero han sido pocas las superpotencias de la historia que han tomado ese camino.
Con el fin de la Guerra Fría, han aparecido nuevos centros de poder, principalmente China y la India. Han logrado avances económicos espectaculares que sólo hace una década eran inimaginables.
Pero hasta la fecha estos países no han dado señales de querer desempeñar un papel en la política mundial que corresponda a su fortaleza económica. Son grandes potencias regionales y, con el tiempo, serán sin duda más que eso. Pero eso puede tardar muchos años y mientras tanto no han demostrado ningún deseo de compartir la responsabilidad de mantener el orden mundial.

Durante un corto tiempo, después del fin de la Guerra Fría, parecía ser que Europa desempeñaría esa función, aunque no siempre al unísono con Estados Unidos. Algunos observadores del panorama político alegaban que el siglo XXI sería el siglo de Europa, principalmente porque el modelo europeo era muy atractivo y sería copiado por el resto del mundo. Esta era la concepción de Europa como una superpotencia civil y moral.

Estas voces optimistas han menguado recientemente en número y frecuencia. Es cierto que Europa tiene mucho que ofrecer al resto de la humanidad, y que el movimiento hacia la unidad europea después de 1948 ha sido un éxito rotundo. Pero el movimiento perdió fuerzas una vez se constituyó el mercado común y aun así la economía no funcionaba tan bien como se esperaba. No había suficiente crecimiento para financiar un estado benefactor, orgullo del continente. Muchos miembros nuevos se habían sumado a la Unión Europea, pero no había una política exterior europea y mucho menos una capacidad militar.

Durante muchos años, la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte) había sido un escudo para Europa, y lo sigue siendo. Algunos sostenían que la OTAN había perdido, al menos en parte, su razón de ser debido sencillamente a que la amenaza que había motivado su origen ya había desaparecido. Pero si bien es cierto que las antiguas amenazas han desaparecido, otras amenazas nuevas han tomado su lugar.

Los que cuestionan la OTAN presentarían un caso más convincente si se hubiese realizado un esfuerzo para establecer su propia organización de defensa, pero no se ha hecho. Todo ello sumado a la debilidad demográfica de Europa—la contracción y envejecimiento de la población del continente—es señal de su flaqueza. Otro indicio de ello son sus fracasadas iniciativas diplomáticas independientes en Oriente Medio y, cuando una sangrienta guerra civil se desató a las puertas de su casa en los Balcanes, Europa fue incapaz de atender el problema sin ayuda del exterior. Es evidente que la era de la superpotencia moral, por atractiva que sea como ideal, no ha llegado todavía.

Pocos convendrían en que ha llegado el momento de abolir la policía y las fuerzas de seguridad en el ámbito nacional. Sin embargo, muchos han actuado como si no fueran necesarias las fuerzas del orden en el plano internacional, y todo ello en un momento en que la amenaza de las armas de destrucción masiva cobra más relevancia, dado que los daños y las bajas que producirían serían infinitamente mayores que en ningún otro momento del pasado.

Tensiones y terrorismo

Han sido pocos los voluntarios que se han presentado para hacer de policías del mundo—es ciertamente un empleo poco atrayente, no remunerado y nada agradecido. Es posible que sea superfluo, es posible que el orden internacional sepa cuidarse a sí mismo.

Tal vez, pero si se examina el panorama mundial no saltan motivos para sentir excesivo optimismo. Rusia no ha aceptado aún su nueva situación en el mundo; hay resentimiento, como es natural, por la pérdida del imperio. Existe una fuerte tendencia a asignar culpas a todo tipo de factores externos, y algunos ya sueñan con devolverle su antiguo poder y gloria.

También está África, con sus millones de víctimas de horribles guerras civiles que la comunidad internacional fue incapaz de prevenir.
Ante todo está Oriente Medio con su pluralidad de tensiones y terrorismo en el ámbito nacional e internacional. El terrorismo no es un fenómeno nuevo en los anales de la historia de la humanidad, es más viejo que Matusalén. Ha aparecido en muchas formas y disfraces, como nacionalismo y separatismo, y propiciado por la extrema izquierda y la derecha radical. Pero el terrorismo contemporáneo, instigado por el fanatismo religioso y nacionalista, con operaciones en estados fracasados, y a veces incitado, financiado y manipulado por los gobiernos, es ahora más peligroso que nunca.

Ha habido y hay muchos conceptos equivocados sobre el origen del terrorismo. A menudo se sostiene que la pobreza y la opresión son sus causas principales. Si eliminamos la pobreza y la opresión, el terrorismo desaparecerá. Pero el terrorismo no sólo aparece en los países más pobres y los conflictos étnicos raramente tienen fácil solución, ¿qué pasaría si dos grupos reclamaran el mismo territorio y no estuviesen dispuestos a transigir?

El verdadero peligro no es, evidentemente, la victoria del terrorismo. La historia nos enseña que el terrorismo sólo puede operar en sociedades libres o relativamente libres. No había terrorismo en la Alemania nazi ni en la Rusia de Stalin, no había ni lo hay en dictaduras más benévolas. Pero esto significa que, bajo ciertas circunstancias, si al terrorismo se le permite operar con demasiada libertad y se convierte en algo más que un inconveniente, hay que pagar un precio muy alto en las restricciones a la libertad y a los derechos humanos para erradicarlo. Naturalmente, las sociedades libres son reacias a pagar tal precio. Este uno de los grandes dilemas de nuestro tiempo y hasta ahora nadie ha encontrado una forma indolora de resolverlo.

Walter Laqueur, copreside el Consejo de Investigación Internacional del Centro de Estudios Internacionales y Estratégicos, un centro de investigación pública con sede en Washington D.C. Ha sido profesor en las universidades de Brandeis y Georgetown, y profesor invitado en las universidades de Harvard, Chicago, Tel Aviv y Johns Hopkins.