Verdes arrozales, bucles de olas tentadoras, ceremonias cautivadoras, danzas hipnotizantes y playas, decenas de paradisíacas playas. Todo eso y mucho más es Bali, una de las islas más turísticas y visitadas del planeta; un rincón para perderse con más de 3.000 años de antigüedad. Este edén indonesio ubicado en medio del océano Índico, antaño alejado de estrategias y disputas geopolíticas, vuelve a situarse de nuevo en el ojo del huracán con motivo del décimo aniversario del 11-S.
Y es que, según han publicado en las últimas semanas medios locales, la isla vuelve a estar amenazada por Al Qaeda, quien podría estar diseñando una sangrienta ola de atentados en el sudeste asiático a raíz del asesinato de Osama Bin Laden a manos de los cuerpos especiales norteamericanos. Hasta el momento, se trata solo de una advertencia por parte de los terroristas, pero ha bastado para que el gobierno indonesio incremente las medidas de seguridad en sus aeropuertos, edificios públicos y zonas turísticas.
En Bali, por ejemplo, en los últimos días se han intensificado los controles policiales en los centros comerciales y lugares de ocio, donde se registran vehículos y personas que pudieran ser sospechosas. Además, ahora que se cumplen diez años del 11-S, se ha vuelto a poner bajo sospecha a algunos miembros destacados de la comunidad musulmana de la isla, que estuvieron detrás de los dramáticos atentados de 2002 y 2005, que costaron la vida a cerca de 300 personas, la mayoría turistas australianos, norteamericanos y europeos.
La Yemaa Islamiya, organización integrista islámica vinculada a Al Qaeda, fue desde el primer momento la principal sospechosa de la masacre que causó 202 muertos el 12 de octubre de 2002 en Bali. Posteriormente, el desarrollo de las investigaciones confirmaron que detrás del atentado estaba Imam Samudra, jefe de operaciones en Indonesia de dicho grupo. Éste fue detenido el 21 de noviembre en Indonesia y posteriormente ejecutado -junto a otras dos personas- tras ser considerado el cerebro de aquel brutal ataque.
La Yemaa, sin embargo, nunca logró ser desarticulada, y según fuentes del gobierno indonesio aún cuenta con unos 200 miembros que siguen aspirando a formar un Estado islámico que integre Malasia, Singapur, Indonesia y Filipinas. Su líder espiritual es el clérigo indonesio Abu Bakar Bashir, a quien Estados Unidos incluye en su lista de terroristas internacionales. El pasado mes de mayo, la Fiscalía de Indonesia retiró por falta de pruebas los dos cargos más graves que aún pesaban contra Bashir, y pidió la cadena perpetua por un delito de financiación de grupo terrorista. Los fiscales reconocieron que los cargos de proveer armas y explosivos, así como la incitación de actos terroristas, no pueden ser probados de forma convincente.
La Yemaa nunca logró ser desarticulada y, al parecer, aún cuenta con unos 200 miembros
Bashir, de 72 años, y que ya fue condenado en el pasado por su vinculación con el terrorismo islámico, ha criticado duramente este juicio y a las autoridades porque le hacen parecer “a los ojos del público como el Osama Bin Laden de Indonesia”. Bakar Bashir, que califica a Bin Laden de “mártir”, fue detenido en agosto de 2010 en Java en relación a una célula terrorista que supuestamente contaba con su apoyo y que había sido desarticulada seis meses antes en la provincia de Aceh, en el norte de la isla de Sumatra. Es la tercera vez que este ulema es procesado por incitar a la violencia contra los no musulmanes en Indonesia. Abu Bakar Bashir pasó dos años y dos meses en prisión por instigar los atentados de 2002, y también se le vinculó con el perpetrado en 2005, que causó la muerte a 26 personas y heridas a más de un centenar.
Conocida como JI (por sus siglas en inglés), la Yemaa Islamiya ya planeó un ataque con bombas contra la embajada de Australia y otros objetivos occidentales en Singapur en 2001. Las autoridades singapurenses frustraron el intento de atentado y anunciaron la detención de 21 presuntos miembros del grupo. Se cree que la mayoría de ellos recibieron entrenamiento en los campos de Al Qaeda en Afganistán. Rohan Gunaratna, autor del estudio Inside Al Qaeda sobre la red responsable del 11-S, sostiene que el ataque de Bali iba dirigido contra ciudadanos australianos, americanos y de otras nacionalidades europeas, entre ellas España. Según él, sigue existiendo una presencia activa tanto del grupo de Bin Laden como de su brazo asiático, la Yemaa Islamiya, en la zona. “La JI invierte muchos recursos antes de llevar a cabo una acción terrorista, para decidir quiénes serán sus víctimas”, declara Gunaratna, uno de los mayores expertos en terrorismo islámico.
Tras los sucesos acaecidos en 2002, que se repitieron dramáticamente tres años después, Bali, el principal reclamo turístico de Indonesia, tuvo graves pérdidas económicas, ya que los atentados se produjeron en Kuta Beach, la mayor localidad de la isla y zona que aglutina el mayor número de alojamientos, restaurantes, discotecas y clubes de todo el país.
El tinerfeño Tomás Perdigón, que lleva más de 20 años residiendo en Bali, reconoce que “después de los atentados de 2002 hubo una desbandada general; mucha gente se agolpaba en el aeropuerto queriendo salir del país, incluso personas que ya tenían establecida su residencia aquí”. “Algunos españoles resultaron heridos leves, pero no hubo víctimas nacionales”, añade Tomás, quien asegura que “Bali tardó mucho tiempo en recuperarse de aquello, y cuando lo estaba haciendo volvió a ser golpeada tres años después”.
Por eso, deja claro que “si fueran ciertas estas amenazas de Al Qaeda, de nuevo podría haber mucha gente que se marchara o que dejara de venir a Bali, una isla que siempre ha tenido una atracción especial para la gente”. Él y su esposa, nacidos en el Puerto de la Cruz, se salvaron de milagro, ya que apenas diez minutos antes de la explosión del artefacto colocado en el Sari Club, habían pasado en coche por la puerta del local, uno de los más conocidos y concurridos de la zona. El lugar, en el que ahora existe un monumento en recuerdo de las víctimas, es visitado diariamente por familiares y conocidos de los fallecidos, que depositan fotografías y ramos de flores sobre el mismo.
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