Bombardero B-52.
Francia el país máxime opositor a la guerra de Irak, alegando que Sadam no disponía de “armas de destrucción masiva” nos sorprende declarando que Irán tiene un programa nuclear militar "secreto" y posicionandose nuevamente al lado del Sr. Buch.
¿Este cambio en Política Internacional, también será secundado por Alemania y España?
Es evidente que en cinco años, la situacción en Europa ha sufrido un cambio notorio y se comienza a tener conciencia del peligro que nos amenaza.
El ministro de Asuntos Exteriores francés, Philippe Douste-Blazy, denunció hoy, por primera vez explícitamente, que Irán cuenta con un "programa nuclear militar y clandestino". Las declaraciones del ministro francés arrima agua a la estrategia de justificación de un ataque militar de EEUU a las centrales nucleares iraníes, ya planificado por el Pentágono, según afirman dos diarios británicos.
Así como antes de la invasión a Irak EEUU y sus socios europeos denunciaban la existencia de los arsenales de "armas de destrucción masiva" de Saddam Hussein, hoy se repite el mismo esquema con el "arsenal nuclear" de Irán, país que se encuentra en la mira de ataque del Pentágono.
En la estrategia justificatoria de un potencial ataque militar a Irán se inscribe la denuncia de Francia que salió a denunciar la existencia de un "arsenal secreto" del gigante islámico.
"La cuestión, hoy, es muy simple: ningún programa nuclear civil puede explicar el programa nuclear iraní. Por tanto, es un programa nuclear militar y clandestino", dijo Douste-Blazy en declaraciones a la televisión pública France 2.
Según el jefe de la diplomacia gala, "la comunidad internacional está unida" en sus presiones a Irán. "No sólo estamos los europeos, es decir, Francia, Alemania y los británicos, sino también Rusia y China", agregó.
"La comunidad internacional ha enviado un mensaje muy firme diciendo a los iraníes: 'Vuelvan a entrar en razón. Suspendan toda actividad nuclear y el enriquecimiento de uranio y la conversión de uranio'", agregó el ministro."No nos escuchan", manifestó Douste-Blazy.
China, que como Francia es miembro permanente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, instó el jueves a una solución diplomática a la crisis, un día después de que Estados Unidos dijera que Irán estaba desafiando a la comunidad internacional al reanudar el enriquecimiento de uranio.
Irán reinició el martes las actividades de enriquecimiento de uranio tras una suspensión de dos años y medio, agudizando el conflicto con Occidente.
Douste-Blazy señaló que la comunidad internacional estaba unida en el tema nuclear y que el Consejo de Seguridad decidirá cómo actuar después de que el organismo nuclear dependiente de la ONU le presente un informe sobre la situación en marzo.
Douste-Blazy se quejó de que Irán "no haya escuchado" los "firmes mensajes" de la comunidad internacional para que detuviesen su programa de enriquecimiento de uranio, elemento necesario para contar con una bomba nuclear.
El ministro explicó que "a partir de ahora, corresponde al Consejo de Seguridad de la ONU pronunciarse sobre lo que se debe hacer, qué medios utilizar, para frenar, administrarHace pocos días la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA) envió el caso iraní al Consejo de Seguridad de la ONU, que en las próximas semanas decidirá si impone sanciones.
Los planes de ataque
Citando fuentes del Pentágono, los diarios británicos Sunday Telegraph y The Times, señalaron la semana pasada que ya está listo un plan de bombardeo a los centros atómicos con misiles lanzados desde submarinos y apoyados por oleadas de bombardeos aéreos.
El Pentágono ya está elaborando un plan de ataques devastadores como "último recurso" para bloquear los esfuerzos de Teherán de desarrollar una bomba atómica, señaló ayer el británico Sunday Telegraph.
Según el diario británico, que cita a fuentes del Comando Central y Estratégico del Pentágono, EEUU está identificando blancos de ataque, en su mayoría plantas nucleares en el país persa, "para determinar cuáles serán bombardeados en una eventual operación".
El tema se convirtió en prioridad para Washington tras las revelaciones sobre las operaciones nucleares iraníes y las virulentas amenazas antiisraelíes del presidente conservador de Irán, Mahmud Ahmadinejad, afirma Sunday Telegraph.
El ataque sería, según el diario de Londres, con bombarderos aéreos de larga distancia B2, cada uno dotado con bombas de hasta 90 toneladas, incluida la "más grande del mundo" que desarrolla EEUU, y podría destruir refugios subterráneos de hasta 20 metros de profundidad.
Otro diario británico, el The Times aseguró, el martes de la semana pasada, que el mando estadounidense "considera activamente el uso de la fuerza militar" para acabar con las actividades atómicas de Irán, pese a que sus autoridades aseguran realizar con fines civiles.
Expertos citados por The Times consideran que Estados Unidos tiene la capacidad de destruir una docena de instalaciones en Irán, calificadas de sitios nucleares.El dispositivo norteamericano lo conforman las bases aéreas establecidas al oeste de Afganistán, al este de Irak, en Turquía, Qatar y el sur de Omán.
Según el periódico británico, los halcones del Pentágono tienen lista la aviación militar para atacar a Irán en caso de considerar fallidas las presiones diplomáticas, dirigidas a obligar a Teherán a abandonar su programa nuclear.
En coincidencia con lo informado con el diario británico, y por primera vez, el propio jefe del Pentágono, Donald Rumsfeld, barajó la semana pasada como cierta la posibilidad de acciones militares contra Irán que medios y analistas militares venían advirtiendo.
Por su parte, el Oxford Research Group, una organización británica que se especializa en el control de armas atómicas, señaló en un informe que un ataque de EE.UU. contra Irán podría consistir en bombardeos aéreos simultáneos contra más de 20 instalaciones militares y nucleares. Así habría miles de muertos, entre soldados y civiles.
La investigación agregó que Irán podría responder abandonando el Tratado de No Proliferación Nuclear, acelerando su programa atómico y acrecentando el respaldo a insurgentes en Irak y al grupo extremista Hezbollah en el Líbano, además de avivar los sentimientos antiestadounidenses a nivel mundial.
(IAR-Noticias) 16-Feb-06
El Consejo Consultivo Muyahidin dice en un comunicado colocado en internet: "Les decimos a los adoradores de la cruz que continuaremos nuestra Yihad y nunca nos detendremos hasta que Dios nos avale para cortar su cuello y enarbolar la bandera del Islam hasta gobernar en todos los pueblos y naciones" Sólo entonces lo único aceptable será la conversión o la muerte por la espada".
Después de la Guerra Fría
El ex presidente de Estados Unidos Ronald Reagan, a la izquierda, y su homólogo sovietico Mijaíl Gorbachov, se dejan ver con sus sombreros vaqueros el 2 de mayo de 1992 durante una visita al Rancho del Cielo, propiedad de los Reagan de unas 278 hectáreas de extensión en las montañas al norte de Santa Bárbara, en California.
"La historia nos enseña que el terrorismo sólo puede operar en sociedades libres o relativamente libres. No había terrorismo en la Alemania nazi o en la Rusia de Stalin, no lo había ni lo hay en dictaduras más benévolas. Lo que significa que, bajo ciertas circunstancias, si al terrorismo se le permite operar con demasiada libertad y se convierte en algo más que un inconveniente, hay que pagar un precio muy alto en las restricciones a la libertad y a los derechos humanos para erradicarlo".
"La historia nos enseña que el terrorismo sólo puede operar en sociedades libres o relativamente libres. No había terrorismo en la Alemania nazi o en la Rusia de Stalin, no lo había ni lo hay en dictaduras más benévolas. Lo que significa que, bajo ciertas circunstancias, si al terrorismo se le permite operar con demasiada libertad y se convierte en algo más que un inconveniente, hay que pagar un precio muy alto en las restricciones a la libertad y a los derechos humanos para erradicarlo".
Con la conclusión de la Guerra Fría en 1989 tras el desmantelamiento del muro de Berlín, la recuperación de la independencia de los países de Europa Oriental y la desintegración final de la Unión Soviética, el mundo entero tuvo la sensación de que, por fin, la paz universal había descendido sobre la Tierra. El temor a una guerra en la que se utilizarían armas de destrucción masiva había desaparecido. Uno de los principales científicos políticos escribió una obra titulada The End of History (El fin de la historia), que evidentemente no sostenía que la historia se hubiese detenido, sino más bien que los conflictos serios entre los países habían cesado y que, en torno a ciertas cuestiones esenciales, había ahora un consenso general.
Fue un momento hermoso pero la dicha fue corta. Los escépticos (entre los que me cuento) tenían la sospecha de que en el mundo quedaban todavía bastantes conflictos que anteriormente fueron eclipsados o suprimidos por la Guerra Fría. Dicho de otra manera, mientras duró la confrontación entre los dos bandos, no afloraron otros tipos de conflictos pues en ese momento eran considerados conflictos menores. La Guerra Fría había tenido el efecto inverso de ser el principal responsable de la preservación de cierto orden mundial; en resumen, había sido un factor estabilizador.
También es cierto que la amenaza de una nueva y terrible guerra mundial fue probablemente exagerada. El terror estaba equilibrado por la disuasión mutua— precisamente porque existía un amplio arsenal de armas devastadoras. Y puesto que ambos bandos del conflicto actuaban con sensatez, ya que entendían las consecuencias de semejante guerra, la paz se había mantenido.
¿Seguiría en pie la disuasión mutua una vez finalizada la Guerra Fría? ¿Tendría como secuela una nueva era de disturbios mayores? La Guerra Fría no había puesto fin a la proliferación de armas nucleares y a otros medios de destrucción masiva, pero ciertamente la había frenado. Lo mismo no sucede en la actualidad, pues ya no sólo existe el peligro de que unos cuantos países posean estas armas.
La verdadera amenaza es que la adquisición de estas armas por unos pocos países generará una carrera entre sus vecinos para conseguir las mismas, porque estarán expuestos y se sentirán amenazados. Por otra parte, ¿se puede dar por sentado aún que quienes posean armas de destrucción masiva actuarán con la misma sensatez que las dos partes en la Guerra Fría? ¿Estarán sus acciones guiadas por un fanatismo religioso, nacionalista o ideológico que les hará olvidar el peligro suicida de utilizar tales armas? ¿Se convencerán a sí mismos de que quizás les sea posible utilizar impunemente, y sin dejar rastro alguno, estas armas contra sus enemigos en una guerra por terceros?
La búsqueda de liderazgo
Estas son las preguntas inquietantes que han surgido en los últimos años y que cobran cada vez más relevancia. No hay un árbitro, ni una autoridad definitiva para la resolución de los conflictos. Las Naciones Unidas tendrían que haber cumplido esta función, pero hacerlo le ha sido tan imposible como le fue a la Liga de Naciones en el período comprendido entre las dos guerras mundiales. Las Naciones Unidas está integrada por casi 200 países miembros, pequeños y grandes, democráticos y autoritarios, y todo tipo de variación entre unos y otros. Algunos respetan los derechos humanos, otros no. Tienen conflictos de intereses y carecen de la capacidad militar de intervenir en caso de emergencia. A veces pueden ayudar mediante negociaciones a lograr un acuerdo, pero son impotentes si la diplomacia se viene abajo.
El presidente George Bush, a la izquierda, les da la bienvenida a la señora Lyudmila Putin y al presidente ruso Vladimir Putin, a su llegada al rancho de los Bush en Crawford, Texas, el 14 de noviembre de 2001. La señora Putin hizo entrega de una flor a la señora Bush al momento de su arribo.
Al final de la Guerra Fría, Estados Unidos surgió como la única superpotencia, hecho que acarreó enormes responsabilidades relativas a la paz mundial. Ningún otro país estaba preparado para abordar las amenazas a la paz mundial—no sólo a su propia seguridad. Pero ni siquiera una superpotencia es omnipotente, su capacidad de cumplir obligaciones internacionales tiene límites. No puede y no debe hacerlo por su cuenta, sino que debe actuar como líder de acciones internacionales mediante la persuasión y la presión, si es necesaria.
Sin embargo, las superpotencias nunca gozan de popularidad. Así ha sido desde los días del imperio Romano, y de todos los demás imperios que han existido antes y después. Son objeto del temor y la sospecha de naciones más débiles, no sólo de sus vecinos. Éste es un dilema del que no le es posible escapar. No importa cuan razonable y digno sea su comportamiento, siempre existe el temor de un cambio en el temperamento o la conducta de la superpotencia. Por eso suele haber entre las naciones más pequeñas la tendencia a atacar en conjunto al país líder. Por mucho que se esfuerce la superpotencia, no existe una panacea para ganar popularidad—salvo la abdicación. Una vez que dejan de ser poderosas, crecen sus oportunidades de hacerse populares. Pero han sido pocas las superpotencias de la historia que han tomado ese camino.
Con el fin de la Guerra Fría, han aparecido nuevos centros de poder, principalmente China y la India. Han logrado avances económicos espectaculares que sólo hace una década eran inimaginables. Pero hasta la fecha estos países no han dado señales de querer desempeñar un papel en la política mundial que corresponda a su fortaleza económica. Son grandes potencias regionales y, con el tiempo, serán sin duda más que eso. Pero eso puede tardar muchos años y mientras tanto no han demostrado ningún deseo de compartir la responsabilidad de mantener el orden mundial.
Durante un corto tiempo, después del fin de la Guerra Fría, parecía ser que Europa desempeñaría esa función, aunque no siempre al unísono con Estados Unidos. Algunos observadores del panorama político alegaban que el siglo XXI sería el siglo de Europa, principalmente porque el modelo europeo era muy atractivo y sería copiado por el resto del mundo. Esta era la concepción de Europa como una superpotencia civil y moral.
Estas voces optimistas han menguado recientemente en número y frecuencia. Es cierto que Europa tiene mucho que ofrecer al resto de la humanidad, y que el movimiento hacia la unidad europea después de 1948 ha sido un éxito rotundo. Pero el movimiento perdió fuerzas una vez se constituyó el mercado común y aun así la economía no funcionaba tan bien como se esperaba. No había suficiente crecimiento para financiar un estado benefactor, orgullo del continente. Muchos miembros nuevos se habían sumado a la Unión Europea, pero no había una política exterior europea y mucho menos una capacidad militar.
Durante muchos años, la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte) había sido un escudo para Europa, y lo sigue siendo. Algunos sostenían que la OTAN había perdido, al menos en parte, su razón de ser debido sencillamente a que la amenaza que había motivado su origen ya había desaparecido. Pero si bien es cierto que las antiguas amenazas han desaparecido, otras amenazas nuevas han tomado su lugar.
Los que cuestionan la OTAN presentarían un caso más convincente si se hubiese realizado un esfuerzo para establecer su propia organización de defensa, pero no se ha hecho. Todo ello sumado a la debilidad demográfica de Europa—la contracción y envejecimiento de la población del continente—es señal de su flaqueza. Otro indicio de ello son sus fracasadas iniciativas diplomáticas independientes en Oriente Medio y, cuando una sangrienta guerra civil se desató a las puertas de su casa en los Balcanes, Europa fue incapaz de atender el problema sin ayuda del exterior. Es evidente que la era de la superpotencia moral, por atractiva que sea como ideal, no ha llegado todavía.
Pocos convendrían en que ha llegado el momento de abolir la policía y las fuerzas de seguridad en el ámbito nacional. Sin embargo, muchos han actuado como si no fueran necesarias las fuerzas del orden en el plano internacional, y todo ello en un momento en que la amenaza de las armas de destrucción masiva cobra más relevancia, dado que los daños y las bajas que producirían serían infinitamente mayores que en ningún otro momento del pasado.
Tensiones y terrorismo
Han sido pocos los voluntarios que se han presentado para hacer de policías del mundo—es ciertamente un empleo poco atrayente, no remunerado y nada agradecido. Es posible que sea superfluo, es posible que el orden internacional sepa cuidarse a sí mismo.
Tal vez, pero si se examina el panorama mundial no saltan motivos para sentir excesivo optimismo. Rusia no ha aceptado aún su nueva situación en el mundo; hay resentimiento, como es natural, por la pérdida del imperio. Existe una fuerte tendencia a asignar culpas a todo tipo de factores externos, y algunos ya sueñan con devolverle su antiguo poder y gloria.
También está África, con sus millones de víctimas de horribles guerras civiles que la comunidad internacional fue incapaz de prevenir.
Ante todo está Oriente Medio con su pluralidad de tensiones y terrorismo en el ámbito nacional e internacional. El terrorismo no es un fenómeno nuevo en los anales de la historia de la humanidad, es más viejo que Matusalén. Ha aparecido en muchas formas y disfraces, como nacionalismo y separatismo, y propiciado por la extrema izquierda y la derecha radical. Pero el terrorismo contemporáneo, instigado por el fanatismo religioso y nacionalista, con operaciones en estados fracasados, y a veces incitado, financiado y manipulado por los gobiernos, es ahora más peligroso que nunca.
Ha habido y hay muchos conceptos equivocados sobre el origen del terrorismo. A menudo se sostiene que la pobreza y la opresión son sus causas principales. Si eliminamos la pobreza y la opresión, el terrorismo desaparecerá. Pero el terrorismo no sólo aparece en los países más pobres y los conflictos étnicos raramente tienen fácil solución, ¿qué pasaría si dos grupos reclamaran el mismo territorio y no estuviesen dispuestos a transigir?
El verdadero peligro no es, evidentemente, la victoria del terrorismo. La historia nos enseña que el terrorismo sólo puede operar en sociedades libres o relativamente libres. No había terrorismo en la Alemania nazi ni en la Rusia de Stalin, no había ni lo hay en dictaduras más benévolas. Pero esto significa que, bajo ciertas circunstancias, si al terrorismo se le permite operar con demasiada libertad y se convierte en algo más que un inconveniente, hay que pagar un precio muy alto en las restricciones a la libertad y a los derechos humanos para erradicarlo. Naturalmente, las sociedades libres son reacias a pagar tal precio. Este uno de los grandes dilemas de nuestro tiempo y hasta ahora nadie ha encontrado una forma indolora de resolverlo.
Las opiniones expresadas en este artículo no reflejan necesariamente los puntos de vista ni las políticas del gobierno de Estados Unidos.
Walter Laqueur copreside el Consejo de Investigación Internacional del Centro de Estudios Internacionales y Estratégicos, un centro de investigación pública con sede en Washington D.C. Ha sido profesor en las universidades de Brandeis y Georgetown, y profesor invitado en las universidades de Harvard, Chicago, Tel Aviv y Johns Hopkins.
Fue un momento hermoso pero la dicha fue corta. Los escépticos (entre los que me cuento) tenían la sospecha de que en el mundo quedaban todavía bastantes conflictos que anteriormente fueron eclipsados o suprimidos por la Guerra Fría. Dicho de otra manera, mientras duró la confrontación entre los dos bandos, no afloraron otros tipos de conflictos pues en ese momento eran considerados conflictos menores. La Guerra Fría había tenido el efecto inverso de ser el principal responsable de la preservación de cierto orden mundial; en resumen, había sido un factor estabilizador.
También es cierto que la amenaza de una nueva y terrible guerra mundial fue probablemente exagerada. El terror estaba equilibrado por la disuasión mutua— precisamente porque existía un amplio arsenal de armas devastadoras. Y puesto que ambos bandos del conflicto actuaban con sensatez, ya que entendían las consecuencias de semejante guerra, la paz se había mantenido.
¿Seguiría en pie la disuasión mutua una vez finalizada la Guerra Fría? ¿Tendría como secuela una nueva era de disturbios mayores? La Guerra Fría no había puesto fin a la proliferación de armas nucleares y a otros medios de destrucción masiva, pero ciertamente la había frenado. Lo mismo no sucede en la actualidad, pues ya no sólo existe el peligro de que unos cuantos países posean estas armas.
La verdadera amenaza es que la adquisición de estas armas por unos pocos países generará una carrera entre sus vecinos para conseguir las mismas, porque estarán expuestos y se sentirán amenazados. Por otra parte, ¿se puede dar por sentado aún que quienes posean armas de destrucción masiva actuarán con la misma sensatez que las dos partes en la Guerra Fría? ¿Estarán sus acciones guiadas por un fanatismo religioso, nacionalista o ideológico que les hará olvidar el peligro suicida de utilizar tales armas? ¿Se convencerán a sí mismos de que quizás les sea posible utilizar impunemente, y sin dejar rastro alguno, estas armas contra sus enemigos en una guerra por terceros?
La búsqueda de liderazgo
Estas son las preguntas inquietantes que han surgido en los últimos años y que cobran cada vez más relevancia. No hay un árbitro, ni una autoridad definitiva para la resolución de los conflictos. Las Naciones Unidas tendrían que haber cumplido esta función, pero hacerlo le ha sido tan imposible como le fue a la Liga de Naciones en el período comprendido entre las dos guerras mundiales. Las Naciones Unidas está integrada por casi 200 países miembros, pequeños y grandes, democráticos y autoritarios, y todo tipo de variación entre unos y otros. Algunos respetan los derechos humanos, otros no. Tienen conflictos de intereses y carecen de la capacidad militar de intervenir en caso de emergencia. A veces pueden ayudar mediante negociaciones a lograr un acuerdo, pero son impotentes si la diplomacia se viene abajo.
El presidente George Bush, a la izquierda, les da la bienvenida a la señora Lyudmila Putin y al presidente ruso Vladimir Putin, a su llegada al rancho de los Bush en Crawford, Texas, el 14 de noviembre de 2001. La señora Putin hizo entrega de una flor a la señora Bush al momento de su arribo.
Al final de la Guerra Fría, Estados Unidos surgió como la única superpotencia, hecho que acarreó enormes responsabilidades relativas a la paz mundial. Ningún otro país estaba preparado para abordar las amenazas a la paz mundial—no sólo a su propia seguridad. Pero ni siquiera una superpotencia es omnipotente, su capacidad de cumplir obligaciones internacionales tiene límites. No puede y no debe hacerlo por su cuenta, sino que debe actuar como líder de acciones internacionales mediante la persuasión y la presión, si es necesaria.
Sin embargo, las superpotencias nunca gozan de popularidad. Así ha sido desde los días del imperio Romano, y de todos los demás imperios que han existido antes y después. Son objeto del temor y la sospecha de naciones más débiles, no sólo de sus vecinos. Éste es un dilema del que no le es posible escapar. No importa cuan razonable y digno sea su comportamiento, siempre existe el temor de un cambio en el temperamento o la conducta de la superpotencia. Por eso suele haber entre las naciones más pequeñas la tendencia a atacar en conjunto al país líder. Por mucho que se esfuerce la superpotencia, no existe una panacea para ganar popularidad—salvo la abdicación. Una vez que dejan de ser poderosas, crecen sus oportunidades de hacerse populares. Pero han sido pocas las superpotencias de la historia que han tomado ese camino.
Con el fin de la Guerra Fría, han aparecido nuevos centros de poder, principalmente China y la India. Han logrado avances económicos espectaculares que sólo hace una década eran inimaginables. Pero hasta la fecha estos países no han dado señales de querer desempeñar un papel en la política mundial que corresponda a su fortaleza económica. Son grandes potencias regionales y, con el tiempo, serán sin duda más que eso. Pero eso puede tardar muchos años y mientras tanto no han demostrado ningún deseo de compartir la responsabilidad de mantener el orden mundial.
Durante un corto tiempo, después del fin de la Guerra Fría, parecía ser que Europa desempeñaría esa función, aunque no siempre al unísono con Estados Unidos. Algunos observadores del panorama político alegaban que el siglo XXI sería el siglo de Europa, principalmente porque el modelo europeo era muy atractivo y sería copiado por el resto del mundo. Esta era la concepción de Europa como una superpotencia civil y moral.
Estas voces optimistas han menguado recientemente en número y frecuencia. Es cierto que Europa tiene mucho que ofrecer al resto de la humanidad, y que el movimiento hacia la unidad europea después de 1948 ha sido un éxito rotundo. Pero el movimiento perdió fuerzas una vez se constituyó el mercado común y aun así la economía no funcionaba tan bien como se esperaba. No había suficiente crecimiento para financiar un estado benefactor, orgullo del continente. Muchos miembros nuevos se habían sumado a la Unión Europea, pero no había una política exterior europea y mucho menos una capacidad militar.
Durante muchos años, la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte) había sido un escudo para Europa, y lo sigue siendo. Algunos sostenían que la OTAN había perdido, al menos en parte, su razón de ser debido sencillamente a que la amenaza que había motivado su origen ya había desaparecido. Pero si bien es cierto que las antiguas amenazas han desaparecido, otras amenazas nuevas han tomado su lugar.
Los que cuestionan la OTAN presentarían un caso más convincente si se hubiese realizado un esfuerzo para establecer su propia organización de defensa, pero no se ha hecho. Todo ello sumado a la debilidad demográfica de Europa—la contracción y envejecimiento de la población del continente—es señal de su flaqueza. Otro indicio de ello son sus fracasadas iniciativas diplomáticas independientes en Oriente Medio y, cuando una sangrienta guerra civil se desató a las puertas de su casa en los Balcanes, Europa fue incapaz de atender el problema sin ayuda del exterior. Es evidente que la era de la superpotencia moral, por atractiva que sea como ideal, no ha llegado todavía.
Pocos convendrían en que ha llegado el momento de abolir la policía y las fuerzas de seguridad en el ámbito nacional. Sin embargo, muchos han actuado como si no fueran necesarias las fuerzas del orden en el plano internacional, y todo ello en un momento en que la amenaza de las armas de destrucción masiva cobra más relevancia, dado que los daños y las bajas que producirían serían infinitamente mayores que en ningún otro momento del pasado.
Tensiones y terrorismo
Han sido pocos los voluntarios que se han presentado para hacer de policías del mundo—es ciertamente un empleo poco atrayente, no remunerado y nada agradecido. Es posible que sea superfluo, es posible que el orden internacional sepa cuidarse a sí mismo.
Tal vez, pero si se examina el panorama mundial no saltan motivos para sentir excesivo optimismo. Rusia no ha aceptado aún su nueva situación en el mundo; hay resentimiento, como es natural, por la pérdida del imperio. Existe una fuerte tendencia a asignar culpas a todo tipo de factores externos, y algunos ya sueñan con devolverle su antiguo poder y gloria.
También está África, con sus millones de víctimas de horribles guerras civiles que la comunidad internacional fue incapaz de prevenir.
Ante todo está Oriente Medio con su pluralidad de tensiones y terrorismo en el ámbito nacional e internacional. El terrorismo no es un fenómeno nuevo en los anales de la historia de la humanidad, es más viejo que Matusalén. Ha aparecido en muchas formas y disfraces, como nacionalismo y separatismo, y propiciado por la extrema izquierda y la derecha radical. Pero el terrorismo contemporáneo, instigado por el fanatismo religioso y nacionalista, con operaciones en estados fracasados, y a veces incitado, financiado y manipulado por los gobiernos, es ahora más peligroso que nunca.
Ha habido y hay muchos conceptos equivocados sobre el origen del terrorismo. A menudo se sostiene que la pobreza y la opresión son sus causas principales. Si eliminamos la pobreza y la opresión, el terrorismo desaparecerá. Pero el terrorismo no sólo aparece en los países más pobres y los conflictos étnicos raramente tienen fácil solución, ¿qué pasaría si dos grupos reclamaran el mismo territorio y no estuviesen dispuestos a transigir?
El verdadero peligro no es, evidentemente, la victoria del terrorismo. La historia nos enseña que el terrorismo sólo puede operar en sociedades libres o relativamente libres. No había terrorismo en la Alemania nazi ni en la Rusia de Stalin, no había ni lo hay en dictaduras más benévolas. Pero esto significa que, bajo ciertas circunstancias, si al terrorismo se le permite operar con demasiada libertad y se convierte en algo más que un inconveniente, hay que pagar un precio muy alto en las restricciones a la libertad y a los derechos humanos para erradicarlo. Naturalmente, las sociedades libres son reacias a pagar tal precio. Este uno de los grandes dilemas de nuestro tiempo y hasta ahora nadie ha encontrado una forma indolora de resolverlo.
Las opiniones expresadas en este artículo no reflejan necesariamente los puntos de vista ni las políticas del gobierno de Estados Unidos.
Los intereses de Rusia
Al mantener su invariable rechazo a un ataque de Estados Unidos contra Irak, Moscú defiende intereses económicos propios que, por ahora, son sólo atractivos proyectos en cartera para cuando terminen las sanciones internacionales contra Bagdad.
Al mismo tiempo, de unos meses a la fecha, Rusia realiza intensas negociaciones encubiertas para asegurar que los nuevos favoritos del Kremlin, los grandes consorcios petroleros rusos en manos de particulares cercanos a la elite gobernante, no resulten afectados por una eventual caída del régimen de Saddam Hussein.
Con ese telón de fondo, el canciller iraquí, Nadji Sabri, comienza en Moscú este lunes una visita de tres días con un objetivo a priori casi inalcanzable: convencer a las autoridades rusas de que las condiciones ya están dadas para la firma del ambicioso programa de cooperación económica y comercial entre Rusia e Irak para los próximos 10 años, que incluye 67 proyectos de inversión por un valor estimado de 40 mil millones de dólares.
Este programa, elaborado pacientemente durante años, concede a empresas rusas la prioridad para desarrollar yacimientos petroleros en Irak, así como para reconstruir refinerías, hidroeléctricas, vías férreas, canales de irrigación y otros pilares de su infraestructura básica.
Con su firma, Bagdad quiere atar a Moscú como aliado estratégico de largo plazo y conseguir, de manera perentoria, un compromiso más claro del Kremlin en contra de la guerra anunciada por Washington.
Pero justamente la certeza de que, ya dentro de dos o tres meses, habrá un ataque militar contra Irak, pone en entredicho cualquier esquema de cooperación económica y comercial con el gobierno de Hussein.
El Kremlin es consciente de que, aun si fuera posible evitar una nueva guerra del Golfo, mientras Irak esté sometido a severas sanciones económicas carece de sentido reclamar los 8 mil millones de dólares que le debe Bagdad y tampoco se podría aplicar en su totalidad un programa de cooperación de tal envergadura.
Por ello Rusia no se da prisa en formalizar el acuerdo, a pesar de que al menos una veintena de los proyectos apalabrados -los que terminan de abrir las puertas para un mejor posicionamiento en el sector del petróleo, el gas y la petroquímica de Irak- promete ingentes beneficios a los principales consorcios rusos del ramo.
Estos consorcios, desde que empezaron a sacar provecho -y mucho- de su participación en programas auspiciados por Naciones Unidas, como el que permite intercambiar crudo iraquí por alimentos y medicinas, no cesan de cabildear para fortalecer los nexos con el régimen de Hussein.
De algún modo el cabildeo sobra y se inscribe en un complejo juego de valores entendidos, toda vez que es el propio Kremlin el que otorga o quita las cuotas a las petroleras rusas involucradas en ese pingüe negocio.
Dentro de la actual fase semestral del programa Petróleo por alimentos, con el cual la ONU pretende suavizar el embargo impuesto a Bagdad en 1990 tras su invasión de Kuwait, los contratos entre Rusia e Irak en el sector del petróleo y el gas representan entre 35 y 40 por ciento del crudo iraquí autorizado para ese tipo de operaciones.
Y aunque se trata de entre 800 y mil millones de dólares cada seis meses, las petroleras rusas sueñan con el día en que puedan empezar a repartirse los 40 mil millones de dólares ya comprometidos en proyectos congelados hasta que se ponga fin a las sanciones contra Irak.
La impaciencia por multiplicar ganancias choca con la incertidumbre de no saber, en caso de producirse un ataque militar de Estados Unidos, cuánto tiempo podrá resistir el régimen de Hussein y, de caer finalmente, quién será instalado como nuevo líder de Irak.
Ello motivó que Rusia iniciara negociaciones encubiertas con Estados Unidos para conseguir que, bajo cualquier escenario post Hussein, se respeten sus intereses económicos. Filtraciones recientes apuntan a que Estados Unidos ofreció las respectivas garantías a cambio de que Rusia modere sus críticas al comenzar la operación militar.
Todo parece indicar que el encuentro que mantuvo hace unos días en Washington un diplomático ruso con el representante del Congreso Nacional Iraquí, el principal grupo opositor a Hussein, próximo a erigirse, con la bendición de Estados Unidos, en una suerte de gobierno en el exilio, tuvo como propósito sondear hasta qué punto son confiables tales garantías.
JUAN PABLO DUCH CORRESPONSAL
14/03/2003
Al mismo tiempo, de unos meses a la fecha, Rusia realiza intensas negociaciones encubiertas para asegurar que los nuevos favoritos del Kremlin, los grandes consorcios petroleros rusos en manos de particulares cercanos a la elite gobernante, no resulten afectados por una eventual caída del régimen de Saddam Hussein.
Con ese telón de fondo, el canciller iraquí, Nadji Sabri, comienza en Moscú este lunes una visita de tres días con un objetivo a priori casi inalcanzable: convencer a las autoridades rusas de que las condiciones ya están dadas para la firma del ambicioso programa de cooperación económica y comercial entre Rusia e Irak para los próximos 10 años, que incluye 67 proyectos de inversión por un valor estimado de 40 mil millones de dólares.
Este programa, elaborado pacientemente durante años, concede a empresas rusas la prioridad para desarrollar yacimientos petroleros en Irak, así como para reconstruir refinerías, hidroeléctricas, vías férreas, canales de irrigación y otros pilares de su infraestructura básica.
Con su firma, Bagdad quiere atar a Moscú como aliado estratégico de largo plazo y conseguir, de manera perentoria, un compromiso más claro del Kremlin en contra de la guerra anunciada por Washington.
Pero justamente la certeza de que, ya dentro de dos o tres meses, habrá un ataque militar contra Irak, pone en entredicho cualquier esquema de cooperación económica y comercial con el gobierno de Hussein.
El Kremlin es consciente de que, aun si fuera posible evitar una nueva guerra del Golfo, mientras Irak esté sometido a severas sanciones económicas carece de sentido reclamar los 8 mil millones de dólares que le debe Bagdad y tampoco se podría aplicar en su totalidad un programa de cooperación de tal envergadura.
Por ello Rusia no se da prisa en formalizar el acuerdo, a pesar de que al menos una veintena de los proyectos apalabrados -los que terminan de abrir las puertas para un mejor posicionamiento en el sector del petróleo, el gas y la petroquímica de Irak- promete ingentes beneficios a los principales consorcios rusos del ramo.
Estos consorcios, desde que empezaron a sacar provecho -y mucho- de su participación en programas auspiciados por Naciones Unidas, como el que permite intercambiar crudo iraquí por alimentos y medicinas, no cesan de cabildear para fortalecer los nexos con el régimen de Hussein.
De algún modo el cabildeo sobra y se inscribe en un complejo juego de valores entendidos, toda vez que es el propio Kremlin el que otorga o quita las cuotas a las petroleras rusas involucradas en ese pingüe negocio.
Dentro de la actual fase semestral del programa Petróleo por alimentos, con el cual la ONU pretende suavizar el embargo impuesto a Bagdad en 1990 tras su invasión de Kuwait, los contratos entre Rusia e Irak en el sector del petróleo y el gas representan entre 35 y 40 por ciento del crudo iraquí autorizado para ese tipo de operaciones.
Y aunque se trata de entre 800 y mil millones de dólares cada seis meses, las petroleras rusas sueñan con el día en que puedan empezar a repartirse los 40 mil millones de dólares ya comprometidos en proyectos congelados hasta que se ponga fin a las sanciones contra Irak.
La impaciencia por multiplicar ganancias choca con la incertidumbre de no saber, en caso de producirse un ataque militar de Estados Unidos, cuánto tiempo podrá resistir el régimen de Hussein y, de caer finalmente, quién será instalado como nuevo líder de Irak.
Ello motivó que Rusia iniciara negociaciones encubiertas con Estados Unidos para conseguir que, bajo cualquier escenario post Hussein, se respeten sus intereses económicos. Filtraciones recientes apuntan a que Estados Unidos ofreció las respectivas garantías a cambio de que Rusia modere sus críticas al comenzar la operación militar.
Todo parece indicar que el encuentro que mantuvo hace unos días en Washington un diplomático ruso con el representante del Congreso Nacional Iraquí, el principal grupo opositor a Hussein, próximo a erigirse, con la bendición de Estados Unidos, en una suerte de gobierno en el exilio, tuvo como propósito sondear hasta qué punto son confiables tales garantías.
JUAN PABLO DUCH CORRESPONSAL
14/03/2003
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Intereses Rusos,
No a la guerra
Rusia rechaza atacar a Irak
Bagdad busca un acuerdo de cooperación con Moscú
Rusia defiende intereses económicos al rechazar un ataque contra Irak
Moscu, 1o. de septiembre. Al mantener su invariable rechazo a un ataque de Estados Unidos contra Irak, Moscú defiende intereses económicos propios que, por ahora, son sólo atractivos proyectos en cartera para cuando terminen las sanciones internacionales contra Bagdad.
Al mismo tiempo, de unos meses a la fecha, Rusia realiza intensas negociaciones encubiertas para asegurar que los nuevos favoritos del Kremlin, los grandes consorcios petroleros rusos en manos de particulares cercanos a la elite gobernante, no resulten afectados por una eventual caída del régimen de Saddam Hussein.
Con ese telón de fondo, el canciller iraquí, Nadji Sabri, comienza en Moscú este lunes una visita de tres días con un objetivo a priori casi inalcanzable: convencer a las autoridades rusas de que las condiciones ya están dadas para la firma del ambicioso programa de cooperación económica y comercial entre Rusia e Irak para los próximos 10 años, que incluye 67 proyectos de inversión por un valor estimado de 40 mil millones de dólares.
Este programa, elaborado pacientemente durante años, concede a empresas rusas la prioridad para desarrollar yacimientos petroleros en Irak, así como para reconstruir refinerías, hidroeléctricas, vías férreas, canales de irrigación y otros pilares de su infraestructura básica.
Con su firma, Bagdad quiere atar a Moscú como aliado estratégico de largo plazo y conseguir, de manera perentoria, un compromiso más claro del Kremlin en contra de la guerra anunciada por Washington.
Pero justamente la certeza de que, ya dentro de dos o tres meses, habrá un ataque militar contra Irak, pone en entredicho cualquier esquema de cooperación económica y comercial con el gobierno de Hussein.
El Kremlin es consciente de que, aun si fuera posible evitar una nueva guerra del Golfo, mientras Irak esté sometido a severas sanciones económicas carece de sentido reclamar los 8 mil millones de dólares que le debe Bagdad y tampoco se podría aplicar en su totalidad un programa de cooperación de tal envergadura.
Por ello Rusia no se da prisa en formalizar el acuerdo, a pesar de que al menos una veintena de los proyectos apalabrados -los que terminan de abrir las puertas para un mejor posicionamiento en el sector del petróleo, el gas y la petroquímica de Irak- promete ingentes beneficios a los principales consorcios rusos del ramo.
Estos consorcios, desde que empezaron a sacar provecho -y mucho- de su participación en programas auspiciados por Naciones Unidas, como el que permite intercambiar crudo iraquí por alimentos y medicinas, no cesan de cabildear para fortalecer los nexos con el régimen de Hussein.
De algún modo el cabildeo sobra y se inscribe en un complejo juego de valores entendidos, toda vez que es el propio Kremlin el que otorga o quita las cuotas a las petroleras rusas involucradas en ese pingüe negocio.
Dentro de la actual fase semestral del programa Petróleo por alimentos, con el cual la ONU pretende suavizar el embargo impuesto a Bagdad en 1990 tras su invasión de Kuwait, los contratos entre Rusia e Irak en el sector del petróleo y el gas representan entre 35 y 40 por ciento del crudo iraquí autorizado para ese tipo de operaciones.
Y aunque se trata de entre 800 y mil millones de dólares cada seis meses, las petroleras rusas sueñan con el día en que puedan empezar a repartirse los 40 mil millones de dólares ya comprometidos en proyectos congelados hasta que se ponga fin a las sanciones contra Irak.
La impaciencia por multiplicar ganancias choca con la incertidumbre de no saber, en caso de producirse un ataque militar de Estados Unidos, cuánto tiempo podrá resistir el régimen de Hussein y, de caer finalmente, quién será instalado como nuevo líder de Irak.
Ello motivó que Rusia iniciara negociaciones encubiertas con Estados Unidos para conseguir que, bajo cualquier escenario post Hussein, se respeten sus intereses económicos. Filtraciones recientes apuntan a que Estados Unidos ofreció las respectivas garantías a cambio de que Rusia modere sus críticas al comenzar la operación militar.
Todo parece indicar que el encuentro que mantuvo hace unos días en Washington un diplomático ruso con el representante del Congreso Nacional Iraquí, el principal grupo opositor a Hussein, próximo a erigirse, con la bendición de Estados Unidos, en una suerte de gobierno en el exilio, tuvo como propósito sondear hasta qué punto son confiables tales garantías.
JUAN PABLO DUCH CORRESPONSAL
Rusia defiende intereses económicos al rechazar un ataque contra Irak
Moscu, 1o. de septiembre. Al mantener su invariable rechazo a un ataque de Estados Unidos contra Irak, Moscú defiende intereses económicos propios que, por ahora, son sólo atractivos proyectos en cartera para cuando terminen las sanciones internacionales contra Bagdad.
Al mismo tiempo, de unos meses a la fecha, Rusia realiza intensas negociaciones encubiertas para asegurar que los nuevos favoritos del Kremlin, los grandes consorcios petroleros rusos en manos de particulares cercanos a la elite gobernante, no resulten afectados por una eventual caída del régimen de Saddam Hussein.
Con ese telón de fondo, el canciller iraquí, Nadji Sabri, comienza en Moscú este lunes una visita de tres días con un objetivo a priori casi inalcanzable: convencer a las autoridades rusas de que las condiciones ya están dadas para la firma del ambicioso programa de cooperación económica y comercial entre Rusia e Irak para los próximos 10 años, que incluye 67 proyectos de inversión por un valor estimado de 40 mil millones de dólares.
Este programa, elaborado pacientemente durante años, concede a empresas rusas la prioridad para desarrollar yacimientos petroleros en Irak, así como para reconstruir refinerías, hidroeléctricas, vías férreas, canales de irrigación y otros pilares de su infraestructura básica.
Con su firma, Bagdad quiere atar a Moscú como aliado estratégico de largo plazo y conseguir, de manera perentoria, un compromiso más claro del Kremlin en contra de la guerra anunciada por Washington.
Pero justamente la certeza de que, ya dentro de dos o tres meses, habrá un ataque militar contra Irak, pone en entredicho cualquier esquema de cooperación económica y comercial con el gobierno de Hussein.
El Kremlin es consciente de que, aun si fuera posible evitar una nueva guerra del Golfo, mientras Irak esté sometido a severas sanciones económicas carece de sentido reclamar los 8 mil millones de dólares que le debe Bagdad y tampoco se podría aplicar en su totalidad un programa de cooperación de tal envergadura.
Por ello Rusia no se da prisa en formalizar el acuerdo, a pesar de que al menos una veintena de los proyectos apalabrados -los que terminan de abrir las puertas para un mejor posicionamiento en el sector del petróleo, el gas y la petroquímica de Irak- promete ingentes beneficios a los principales consorcios rusos del ramo.
Estos consorcios, desde que empezaron a sacar provecho -y mucho- de su participación en programas auspiciados por Naciones Unidas, como el que permite intercambiar crudo iraquí por alimentos y medicinas, no cesan de cabildear para fortalecer los nexos con el régimen de Hussein.
De algún modo el cabildeo sobra y se inscribe en un complejo juego de valores entendidos, toda vez que es el propio Kremlin el que otorga o quita las cuotas a las petroleras rusas involucradas en ese pingüe negocio.
Dentro de la actual fase semestral del programa Petróleo por alimentos, con el cual la ONU pretende suavizar el embargo impuesto a Bagdad en 1990 tras su invasión de Kuwait, los contratos entre Rusia e Irak en el sector del petróleo y el gas representan entre 35 y 40 por ciento del crudo iraquí autorizado para ese tipo de operaciones.
Y aunque se trata de entre 800 y mil millones de dólares cada seis meses, las petroleras rusas sueñan con el día en que puedan empezar a repartirse los 40 mil millones de dólares ya comprometidos en proyectos congelados hasta que se ponga fin a las sanciones contra Irak.
La impaciencia por multiplicar ganancias choca con la incertidumbre de no saber, en caso de producirse un ataque militar de Estados Unidos, cuánto tiempo podrá resistir el régimen de Hussein y, de caer finalmente, quién será instalado como nuevo líder de Irak.
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Todo parece indicar que el encuentro que mantuvo hace unos días en Washington un diplomático ruso con el representante del Congreso Nacional Iraquí, el principal grupo opositor a Hussein, próximo a erigirse, con la bendición de Estados Unidos, en una suerte de gobierno en el exilio, tuvo como propósito sondear hasta qué punto son confiables tales garantías.
JUAN PABLO DUCH CORRESPONSAL
Masacre en Bali
Bali es uno de los destinos exóticos preferidos de todo el mundo.
Su población, de mayoría hindú, ha sido determinante para que la isla de Bali haya desarrollado una industria turística mucho más sofisticada y efectiva que la del resto del territorio indonesio, habitado en su mayoría por musulmanes. Templos hinduistas, volcanes, terrazas de arroz, museos de arte, playas de arena blanca y mares de coral son algunos de los atractivos de la isla, que goza además de una excelente infraestructura hotelera y de un aeropuerto internacional.
NUEVO GOLPE CONTRA OCCIDENTE
Si las investigaciones confirman que la red terrorista de Bin Laden está detrás de este atentado, se convertiría en su mayor golpe desde el célebre 11-S. La mayoría de las víctimas, que podrían aproximarse a las dos centenas, son occidentales. Varios países, entre ellos EEUU y Gran Bretaña, han enviado a la zona a sus expertos antiterroristas.
La explosión se produjo la noche de sábado en la paradisíaca isla de Bali. Cientos de personas comenzaban la noche en la discoteca Sari, en Kuta Beach, una de las zonas de copas más popular entre los turistas. Minutos antes de la medianoche, la diversión se convertía en horror. Una bomba segaba la vida de cerca de 200 personas.
Los turistas de varias nacionalidadas abarrotaban la sala. En su mayoría procedían de la vecina Australia. La línea aérea Qantas puso a disposición de los supervivientes vuelos especiales para regresar a Sydney. Entre los heridos también hay estadounidenses, británicos, franceses, alemanes, suecos y neozelandeses.
La luz de la mañana dejó al descubierto los cadáveres apilados y los destrozos materiales. El terreno en el que se levantaba la discoteca se convirtió en un solar más parecido a un desguace que a la zona de ocio más popular de la isla. Las sospechas sobre la autoría del atentado se dirigen a un grupo vinculado a Al Qaeda llamado Yemah Islamiah.
Tras evacuar a los heridos a los hospitales de Denpasar, la tarea más importante era identificar a los desaparecidos. Para ello se desplegó un enorme panel en el que los afectados escribían los nombres de sus amigos y familiares. Más de 300 personas aún no han sido localizadas.
La ciudad australiana de Melbourne, era testigo horas después de la masacre de la mayor manifestación antibelicista desde la guerra de Vietnam. Exigían que las muertes de sus compatriotas no se utilizaran como nueva excusa para bombardear a Irak. Los manifestantes, de todas las edades, guardaron dos minutos de silencio en recuerdo de las víctimas del atentado.
Aún sin creerse lo ocurrido, dos testigos del desastre lloran junto a las cenizas. Los que pueden relatar el atentado describen los cuerpos amontonados y las decenas de coches en llamas. Un turista español explicaba a las cámaras de televisión que la población vive en estado de shock y que los controles en el aeropuerto son rigurosos.
Los heridos se acumulaban en los hospitales locales sin que los médicos pudieran atenderlos a todos. El Gobierno indonesio mandó inmediatamente apoyo sanitario del resto del país, pero no era suficiente. Los servicios médicos lanzaron una petición a "todos los extranjeros que sepan de medicina", para que acudieran ante la falta de personal.
La Policía australiana ha empezado a recopilar las fotografías y los vídeos realizados por los turistas en Bali en los días anteriores al atentado, con las esperanza de conseguir pruebas útiles para la investigación.
La tristeza y la rabia se mezclaban con el alivio de seguir vivos. Cientos de turistas se dirigieron al aeropuerto para dejar atrás el escenario del desastre, daba igual el destino. Una australiana declaraba a EL MUNDO antes de subirse al avión: "Quiero irme de aquí y olvidar esta pesadilla. ¿Volver? Jamás, esto es el infierno".
Fecha atentado: 12-10-2002
La Yemaa Islamiya y su obsesión por crear un gran Estado islámico en el sureste asiático
Abu Bakar Bashir, líder de la Yemaa Islamiya.
Una organización vinculada a Al Qaeda, la red terrorista liderada por Osama bin Laden, fue desde el primer momento la principal sospechosa de la masacre que causó cerca de 300 muertos el 12 de octubre de 2002 en la isla indonesia de Bali. El desarrollo de las investigaciones confirmó que la Yemaa Islamiya estaba detrás del atentado.
El imán Samudra, jefe de operaciones en Indonesia de dicho grupo terrorista, fue detenido el 21 de noviembre en Indonesia y posteriormente condenado a muerte por ser el 'cerebro' del brutal ataque.
La Yemaa Islamiya cuenta con unos 200 miembros y aspira a formar un Estado islámico que integre Malasia, Singapur, Indonesia y Filipinas. Su líder espiritual es el clérigo indonesio Abu Bakar Bashir, a quien Estados Unidos incluye en su lista de terroristas internacionales.
Conocida como JI (por sus siglas en inglés), la Yemaa Islamiya ya planeó un ataque con bombas contra la embajada de Australia y otros objetivos occidentales en Singapur, el pasado mes de diciembre de 2001. Las autoridades singapurenses frustraron el intento de atentado y anunciaron la detención de 21 presuntos miembros del grupo. Se cree que algunos miembros de la JI recibieron entrenamiento en los campos de Al Qaeda en Afganistán.
“La JI quiere usar el terrorismo para debilitar la legitimidad de los gobiernos que desea suplantar”, dijo el ministro de Defensa australiano, Robert Hill, en septiembre de 2002.
Rohan Gunaratna, autor del estudio ‘Inside Al Qaeda’ sobre la red responsable de los atentados del 11-S, sostiene que el ataque de Bali iba dirigido contra ciudadanos australianos y de otras nacionalidades occidentales. Según Gunaratna, se ha demostrado una presencia activa tanto del grupo de Bin Laden como de su brazo asiático, la Yemaa Islamiya, en la zona.
“La organización JI invierte muchos recursos antes de llevar a cabo una acción terrorista, para decidir quiénes serán sus víctimas (...) Está muy claro que este ataque tenía como objetivo a australianos y occidentales”, declaró Gunartna a la cadena estadounidense ABC.
El Mundo.es
.
Su población, de mayoría hindú, ha sido determinante para que la isla de Bali haya desarrollado una industria turística mucho más sofisticada y efectiva que la del resto del territorio indonesio, habitado en su mayoría por musulmanes. Templos hinduistas, volcanes, terrazas de arroz, museos de arte, playas de arena blanca y mares de coral son algunos de los atractivos de la isla, que goza además de una excelente infraestructura hotelera y de un aeropuerto internacional.
NUEVO GOLPE CONTRA OCCIDENTE
Si las investigaciones confirman que la red terrorista de Bin Laden está detrás de este atentado, se convertiría en su mayor golpe desde el célebre 11-S. La mayoría de las víctimas, que podrían aproximarse a las dos centenas, son occidentales. Varios países, entre ellos EEUU y Gran Bretaña, han enviado a la zona a sus expertos antiterroristas.
La explosión se produjo la noche de sábado en la paradisíaca isla de Bali. Cientos de personas comenzaban la noche en la discoteca Sari, en Kuta Beach, una de las zonas de copas más popular entre los turistas. Minutos antes de la medianoche, la diversión se convertía en horror. Una bomba segaba la vida de cerca de 200 personas.
Los turistas de varias nacionalidadas abarrotaban la sala. En su mayoría procedían de la vecina Australia. La línea aérea Qantas puso a disposición de los supervivientes vuelos especiales para regresar a Sydney. Entre los heridos también hay estadounidenses, británicos, franceses, alemanes, suecos y neozelandeses.
La luz de la mañana dejó al descubierto los cadáveres apilados y los destrozos materiales. El terreno en el que se levantaba la discoteca se convirtió en un solar más parecido a un desguace que a la zona de ocio más popular de la isla. Las sospechas sobre la autoría del atentado se dirigen a un grupo vinculado a Al Qaeda llamado Yemah Islamiah.
Tras evacuar a los heridos a los hospitales de Denpasar, la tarea más importante era identificar a los desaparecidos. Para ello se desplegó un enorme panel en el que los afectados escribían los nombres de sus amigos y familiares. Más de 300 personas aún no han sido localizadas.
La ciudad australiana de Melbourne, era testigo horas después de la masacre de la mayor manifestación antibelicista desde la guerra de Vietnam. Exigían que las muertes de sus compatriotas no se utilizaran como nueva excusa para bombardear a Irak. Los manifestantes, de todas las edades, guardaron dos minutos de silencio en recuerdo de las víctimas del atentado.
Aún sin creerse lo ocurrido, dos testigos del desastre lloran junto a las cenizas. Los que pueden relatar el atentado describen los cuerpos amontonados y las decenas de coches en llamas. Un turista español explicaba a las cámaras de televisión que la población vive en estado de shock y que los controles en el aeropuerto son rigurosos.
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La Policía australiana ha empezado a recopilar las fotografías y los vídeos realizados por los turistas en Bali en los días anteriores al atentado, con las esperanza de conseguir pruebas útiles para la investigación.
La tristeza y la rabia se mezclaban con el alivio de seguir vivos. Cientos de turistas se dirigieron al aeropuerto para dejar atrás el escenario del desastre, daba igual el destino. Una australiana declaraba a EL MUNDO antes de subirse al avión: "Quiero irme de aquí y olvidar esta pesadilla. ¿Volver? Jamás, esto es el infierno".
Fecha atentado: 12-10-2002
La Yemaa Islamiya y su obsesión por crear un gran Estado islámico en el sureste asiático
Abu Bakar Bashir, líder de la Yemaa Islamiya.
Una organización vinculada a Al Qaeda, la red terrorista liderada por Osama bin Laden, fue desde el primer momento la principal sospechosa de la masacre que causó cerca de 300 muertos el 12 de octubre de 2002 en la isla indonesia de Bali. El desarrollo de las investigaciones confirmó que la Yemaa Islamiya estaba detrás del atentado.
El imán Samudra, jefe de operaciones en Indonesia de dicho grupo terrorista, fue detenido el 21 de noviembre en Indonesia y posteriormente condenado a muerte por ser el 'cerebro' del brutal ataque.
La Yemaa Islamiya cuenta con unos 200 miembros y aspira a formar un Estado islámico que integre Malasia, Singapur, Indonesia y Filipinas. Su líder espiritual es el clérigo indonesio Abu Bakar Bashir, a quien Estados Unidos incluye en su lista de terroristas internacionales.
Conocida como JI (por sus siglas en inglés), la Yemaa Islamiya ya planeó un ataque con bombas contra la embajada de Australia y otros objetivos occidentales en Singapur, el pasado mes de diciembre de 2001. Las autoridades singapurenses frustraron el intento de atentado y anunciaron la detención de 21 presuntos miembros del grupo. Se cree que algunos miembros de la JI recibieron entrenamiento en los campos de Al Qaeda en Afganistán.
“La JI quiere usar el terrorismo para debilitar la legitimidad de los gobiernos que desea suplantar”, dijo el ministro de Defensa australiano, Robert Hill, en septiembre de 2002.
Rohan Gunaratna, autor del estudio ‘Inside Al Qaeda’ sobre la red responsable de los atentados del 11-S, sostiene que el ataque de Bali iba dirigido contra ciudadanos australianos y de otras nacionalidades occidentales. Según Gunaratna, se ha demostrado una presencia activa tanto del grupo de Bin Laden como de su brazo asiático, la Yemaa Islamiya, en la zona.
“La organización JI invierte muchos recursos antes de llevar a cabo una acción terrorista, para decidir quiénes serán sus víctimas (...) Está muy claro que este ataque tenía como objetivo a australianos y occidentales”, declaró Gunartna a la cadena estadounidense ABC.
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Terror en las Olimpíadas de Munich y (Video)
21 horas en Munich.
"21 horas en Munich", narra el secuestro y cruel asesinato de los 11 atletas israelíes.
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Génesis del terrorismo global :
A partir de la década de los 70 las acciones terroristas de la OLP contra Israel ponen en evidencia con su accionar que son considerados blancos los intereses israelies en cualquier parte del mundo como mas tarde lo serán los de EE.UU. y los de sus otros aliados para los integristas islámicos.
La OLP y una nueva etapa del terrorismo
En 1968 en Medio Oriente comienzan las operaciones terroristas sistemáticas por parte de la OLP en su lucha contra Israel.
La derrota de palestinos y arabes en la Guerra de los Seis Dias, un año antes, ha llevado a la ocupacion total israeli de Jerusalem y de los territorios de Cisjordania y las acciones terroristas buscan ahora dirimir el conflicto por otros medios..
En 1972 en Munich, Alemania se realizan los Juegos Olímpicos.
Un grupo extremista palestino denominado Setiembre Negro secuestra y asesina a 11 atletas israelies provocando consternación mundial.
Un fallido intento de rescate por parte de fuerzas especiales alemanas precipita el desenlace.
La impensable hasta entonces irrupcion de la violencia en el ambito olimpico resulta en motivo de condena y desprestigio internacional para la causa palestina.
Grave atentado terrorista en el Libano
En 1983 en Beirut un atentado terrorista con un vehículo bomba produce cerca de 240 muertos en el cuartel de los marines de EE.UU.
Poco antes en otro ataque similar mueren 58 efectivos franceses. El atentado realizado con un camion cargado de explosivos que atraviesa las defensas perimetrales resulta inedito por su poder al demoler gran parte del edificio del cuartel.
El suceso termina precipitando el retiro de las tropas de ambos paises del Libano.
El secuestro del buque Achille Lauro.
En octubre de 1985 en el Mediterráneo un comando palestino del grupo Abu Abas, secuestra el crucero italiano Achille Lauro demandando la liberacion de prisioneros palestinos y ultimando a un turista lisiado estadounidense.
Tragedia sobre Lockerbie.
En 1988 en un atentado terrorista estalla en vuelo un avión de Pan Am sobre Escocia, en Lockerbie, muriendo 270 pasajeros y varios pobladores escoceses. Las sospechas sobre la autoría del atentado apuntan a Libia acarreándole graves sanciones internacionales cuatro años mas tarde.
El origen de la explosion es atribuido al uso de explosivos plasticos, disimulados en el equipaje y detonados por medio de un dispositivo altimetrico presuntamente programado para hacer estallar la nave sobre el oceano el cual se activa prematuramente con un resultado conmocionante.
Hasta el momento salvo las sospechas de la explosion de un vuelo de India Air sobre el Pacifico dos años antes, que despues se confirmará fue saboteado por activistas sijs (1), el terrorismo no habia elegido como blanco un avion comercial, en este caso de una linea estadounidense, asumiendo su destruccion y la muerte de la totalidad del pasaje.
Esta vez la explosion se produce sobre la aldea escocesa de Lockerbie y a sus 270 ocupantes se suman 17 victimas de pobladores de la villa escocesa.
(1) El sikhismo es una religión india que combina el monoteísmo estricto, de origen musulmán, con tradiciones hindúes. A los seguidores del sikhismo se les llama sikhs.
El término sikh significa en panyabí "discípulo fuerte y tenaz". La doctrina básica del sikhismo consiste en la creencia en un único dios y en las enseñanzas de los Diez Gurús del sikhismo, recogidas en el libro sagrado de los sikhs, el Guru Granth Sahib.
El número de sikhs en el mundo se estima en unos 23 millones, lo cual hace del sikhismo la quinta religión mundial. Unos 19 millones viven en India, y la mayor parte de éstos, en el estado de Panyab. La región de Panyab incluye también una parte de Pakistán, pero la mayor parte de los sikhs que vivían en el territorio actual de Pakistán emigraron a India tras la partición de la India británica en 1947 para evitar las persecuciones religiosas. Existen numerosas comunidades sikhs en el Reino Unido, en Estados Unidos y en Canadá También son una minoría importante en Malasia y Singapur.
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La OLP y una nueva etapa del terrorismo
En 1968 en Medio Oriente comienzan las operaciones terroristas sistemáticas por parte de la OLP en su lucha contra Israel.
La derrota de palestinos y arabes en la Guerra de los Seis Dias, un año antes, ha llevado a la ocupacion total israeli de Jerusalem y de los territorios de Cisjordania y las acciones terroristas buscan ahora dirimir el conflicto por otros medios..
En 1972 en Munich, Alemania se realizan los Juegos Olímpicos.
Un grupo extremista palestino denominado Setiembre Negro secuestra y asesina a 11 atletas israelies provocando consternación mundial.
Un fallido intento de rescate por parte de fuerzas especiales alemanas precipita el desenlace.
La impensable hasta entonces irrupcion de la violencia en el ambito olimpico resulta en motivo de condena y desprestigio internacional para la causa palestina.
Grave atentado terrorista en el Libano
En 1983 en Beirut un atentado terrorista con un vehículo bomba produce cerca de 240 muertos en el cuartel de los marines de EE.UU.
Poco antes en otro ataque similar mueren 58 efectivos franceses. El atentado realizado con un camion cargado de explosivos que atraviesa las defensas perimetrales resulta inedito por su poder al demoler gran parte del edificio del cuartel.
El suceso termina precipitando el retiro de las tropas de ambos paises del Libano.
El secuestro del buque Achille Lauro.
En octubre de 1985 en el Mediterráneo un comando palestino del grupo Abu Abas, secuestra el crucero italiano Achille Lauro demandando la liberacion de prisioneros palestinos y ultimando a un turista lisiado estadounidense.
Tragedia sobre Lockerbie.
En 1988 en un atentado terrorista estalla en vuelo un avión de Pan Am sobre Escocia, en Lockerbie, muriendo 270 pasajeros y varios pobladores escoceses. Las sospechas sobre la autoría del atentado apuntan a Libia acarreándole graves sanciones internacionales cuatro años mas tarde.
El origen de la explosion es atribuido al uso de explosivos plasticos, disimulados en el equipaje y detonados por medio de un dispositivo altimetrico presuntamente programado para hacer estallar la nave sobre el oceano el cual se activa prematuramente con un resultado conmocionante.
Hasta el momento salvo las sospechas de la explosion de un vuelo de India Air sobre el Pacifico dos años antes, que despues se confirmará fue saboteado por activistas sijs (1), el terrorismo no habia elegido como blanco un avion comercial, en este caso de una linea estadounidense, asumiendo su destruccion y la muerte de la totalidad del pasaje.
Esta vez la explosion se produce sobre la aldea escocesa de Lockerbie y a sus 270 ocupantes se suman 17 victimas de pobladores de la villa escocesa.
(1) El sikhismo es una religión india que combina el monoteísmo estricto, de origen musulmán, con tradiciones hindúes. A los seguidores del sikhismo se les llama sikhs.
El término sikh significa en panyabí "discípulo fuerte y tenaz". La doctrina básica del sikhismo consiste en la creencia en un único dios y en las enseñanzas de los Diez Gurús del sikhismo, recogidas en el libro sagrado de los sikhs, el Guru Granth Sahib.
El número de sikhs en el mundo se estima en unos 23 millones, lo cual hace del sikhismo la quinta religión mundial. Unos 19 millones viven en India, y la mayor parte de éstos, en el estado de Panyab. La región de Panyab incluye también una parte de Pakistán, pero la mayor parte de los sikhs que vivían en el territorio actual de Pakistán emigraron a India tras la partición de la India británica en 1947 para evitar las persecuciones religiosas. Existen numerosas comunidades sikhs en el Reino Unido, en Estados Unidos y en Canadá También son una minoría importante en Malasia y Singapur.
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Entrevista a Gilles Kepel (Ataque a Irak)
"Para EE UU, el ataque a Irak es una forma de responder al 11-S"
El investigador francés Gilles Kepel cree que el plan de George W. Bush para atacar Irak esconde el deseo de cambiar completamente la estructura de alianzas y de poder en Oriente Próximo; pero no está seguro de que no se trate de la visita de un elefante a una cacharrería. Para Kepel, la apuesta de Estados Unidos es ambiciosa, pero también muy arriesgada
Gilles Kepel es uno de los más prestigiosos estudiosos europeos del mundo musulmán y, sobre todo, de Oriente Próximo. Sus trabajos sobre el islamismo radical -como La Yihad (Península)- intentan describir, más allá de los tópicos y de los choques de civilizaciones, los orígenes y la evolución de un fenómeno que, como quedó demostrado el 11-S, puede alcanzar un poder de terror inmenso y marcar la agenda mundial. Esta entrevista fue realizada el lunes en Madrid, y, como no podía ser de otra forma, estuvo centrada en la crisis iraquí.
¿Cree usted que el 11-S ha significado un cambio total de la política de Estados Unidos, una nueva forma de concebir sus relaciones en Oriente Próximo?
- La voluntad actual de EE UU de atacar Irak, sea cual sea la decisión de Naciones Unidas, sólo es comprensible si nos remitimos al 11-S. Tras los ataques, la Administración de EE UU llegó a la conclusión de que el sistema de alianzas en Oriente Próximo, creado tras la II Guerra Mundial, ya no funcionaba.
La alianza privilegiada con Arabia Saudí, forjada en 1945, ya no funciona porque de los 19 piratas del aire, 15 eran saudíes. Para EE UU, todo el sistema de Oriente Próximo aparece como patológico.
Las decisiones tomadas justo después del 11-S -perseguir a la red Al Qaeda, desalojar a los talibanes del poder- son medidas de cirugía; pero, para ellos, es importante buscar las causas.
Estiman que si la organización general de Oriente Próximo no es transformada en profundidad se producirán otros fenómenos terroristas del mismo orden y la seguridad de Israel nunca estará realmente garantizada.
Para ellos, el ataque contra Irak es una forma de responder al 11-S y de cerrar algo que se abrió en 1979, cuando se produce la revolución islámica en Irán.
EE UU reaccionó de dos maneras: por un lado, animó a Sadam Husein a luchar contra Irán, entre 1980 y 1988. Le arman, le dan dinero, le aconsejan. Por otra parte, está la yihad (guerra santa) en Afganistán, que pretende convertir en un Vietnam para la URSS, y, además, es una forma de proporcionar una alternativa a la propaganda iraní, que quiere lanzar al islam contra EE UU.
En 1989 podemos creer que esta guerra por persona interpuesta ha sido un éxito: Irán firma un armisticio con Sadam en 1988, en febrero de 1989 el Ejército Rojo deja Afganistán. Se puede pensar que, 10 años después de la Revolución iraní, el peligro está controlado, que una especie de orden americano saudí reina en la región.
Pero EE UU ha alimentado una serpiente que va a morderle. Sadam Husein, que fue animado a hacer la guerra, está arruinado, y, ante las constantes reclamaciones económicas kuwaitíes, acaba por invadir este país en 1990 y esta invasión va a dar a los militantes de la yihad, formados en los campos de Afganistán y Pakistán, la voluntad de romper con Arabia Saudí.
Los noventa son la expresión del conflicto no arreglado de los ochenta: Irak arruinado, que ataca Kuwait, se convierte en un problema mayor y los yihadistas se enfrentan a EE UU y Arabia Saudí.
Todo esto acabará en el estallido del 11-S de 2001. Cuando EE UU dice que hay una relación entre Bin Laden y Sadam no convence a nadie, salvo a Aznar y Blair.
No hay lazos concretos fuertes, pero, desde el punto vista estadounidense, tiene un sentido relacionar a los dos: para ellos, suprimir a Sadam significa terminar el trabajo que no concluyeron en 1991, y quiere decir crear un orden nuevo en Oriente Próximo cuya dinámica significaría acabar con los factores económicos y sociales que provocaron el 11-S.
La ofensiva estadounidense, en la mente de los neoconservadores, significa acabar un proceso que comenzó con la Revolución iraní, es cerrar una caja de Pandora.
La guerra puede ser fácil; pero no la posguerra. ¿Existe la posibilidad de que Irak se convierta en un Afganistán para Estados Unidos?
- Sí, en un nuevo Vietnam. La cuestión de Irak es la de un Estado que puede parecer tan balcanizado como la antigua Yugoslavia. Desde 1920, la única forma en la que se ha conseguido hacer funcionar un Irak independiente es dando el poder a la minoría suní por encima de los kurdos y los shiíes.
Pero Irak, definido desde el exterior, es una entidad muy antigua; es Mesopotamia, es un país que ha sido siempre la zona disputada entre el Este y el Oeste; es una zona muy rica, única en Oriente Próximo, con tres elementos esenciales: el agua, con el Tigris y el Eúfrates; el petróleo, con las segundas reservas probadas tras Arabia Saudí, muy poco explotadas por el momento, y una clase media muy formada hasta el embargo posterior a la primera guerra del Golfo.
En Oriente Próximo había un dicho que decía: Egipto escribe, Líbano imprime e Irak lee. La apuesta estadounidense es que la población iraquí en su conjunto no puede más con el régimen de Sadam. El problema no es la guerra, porque Irak lleva 20 años en guerra y la población quiere que pase algo para acabar con este sistema.
Los neoconservadores están convencidos de que, si hacen un ataque sobre Irak lo suficientemente fuerte, la población va a levantarse y acabar con Sadam. En el plano estratégico tiene sentido, pero, al mismo tiempo, Washington no tiene un crédito extraordinario en Irak porque en 1991 incitó a la población shií del sur a levantarse, y, como la Guardia Republicana no había sido destruida por el Ejército de EE UU, se produjeron masacres terribles.
La rebelión sólo ocurrirá tras un ataque devastador, y esto quiere decir que habrá muertos, víctimas, que Al Yazira emitirá imágenes y que los aliados de EE UU en la zona tendrán que lidiar con una situación muy difícil. De hecho, la dificultad en la que se encuentra EE UU es que todo el mundo piensa que tiene la capacidad militar suficiente para hacer lo que quiera en Irak o en cualquier otro lugar, pero el problema es que Washington puede hacer la guerra solo, pero no puede estar solo para hacer la paz, y ése es su gran fracaso diplomático.
Si Estados Unidos hace la guerra sin el apoyo de la ONU, va a encontrarse en una situación extremadamente complicada en la posguerra, no puede ocupar Irak solo. Tiene que haber árabes, europeos, porque es una situación extremadamente compleja de gestionar. Desde que empezó esta historia, da la impresión de que es el Pentágono quien gobierna. Pero las alianzas deben hacerse a través del Departamento de Estado y parece que sólo es el auxiliar del Pentágono.
En términos diplomáticos, no han logrado que sus aliados acepten su supremacia militar, aparte de Aznar y Blair. Lo único que le queda a EE UU es la apuesta de que la población iraquí va a recibir a las tropas con banderas de barras y estrellas. No es imposible, pero la parte diplomática de preparación de la guerra ha sido llevada a cabo de forma muy torpe.
P. Pero, aunque se produzca este apoyo, ¿no cree que una invasión de Irak producirá imágenes muy inquietantes para Oriente Próximo: los turcos entrando en el Kurdistán iraquí, los carros de combate de EE UU en Bagdad...?
-. Es algo muy difícil, porque el problema es que las relaciones internacionales están marcadas por la fuerza, pero tiene que existir también un elemento de confianza. Y el problema de hoy en Irak es la palabra de Estados Unidos. Países que han sido aliados de EE UU tienen la impresión de que van a ser abandonados. Si Arabia Saudí es abandonada, eso significará que nadie querrá aliarse.
Los kurdos viven hoy bajo el temor de que el Ejército turco invada el Kurdistán y recupere la vieja ambición otomana de 1925 de controlar el petróleo de Kirkuk. No sabemos dónde está la palabra de EE UU. Washington debería esperar que la operación militar sea tan eficaz que no habrá ninguna otra posibilidad más que capitular; pero veo muy mal cómo esta especie de mezcla va a ser gestionada.
En su libro La revancha de Dios, publicado en 1991, hablaba del resurgimiento no sólo del radicalismo islámico, sino también del cristiano y del judío. Eso es algo que ahora, bajo la presidencia de Bush, se toma en serio mucha gente.
- En los años noventa ese libro fue muy atacado porque se dijo que sólo tenía sentido en el mundo musulmán. Efectivamente, ahora todo el mundo está destacando la dimensión religiosa, de cristiano renacido, de la Administración de Bush; pero no estoy seguro de que sea un elemento fundamental en la toma de decisiones estadounidense: la economía es mucho más importante.
A pesar de su riqueza petrolífera, todos los indicadores económicos de Oriente Próximo están en rojo: el paro sube, los ingresos disminuyen, la demografía sigue explotando. Es la misma situación que el África subsahariana, pero con petróleo.
Pero esta región debe poder ser insertada en una especie de globalización virtual porque se necesita el petróleo. Hay que encontrar una forma de insertar a Oriente Próximo en las relaciones internacionales, bajo la dominación de EE UU. La principal amenaza es el terrorismo y la desestabilización.
Una operación en Irak permitiría llevar a las clases medias al poder, como en Turquía. En el fondo, Erdogan es lo que EE UU considera como mejor. Es una política compleja, cuyos determinantes son económicos. La dimensión religiosa es secundaria; es, sobre todo, retórica.
Se ha dicho una y otra vez, con la primera guerra del Golfo, los bombardeos en Afganistán, las dos Intifadas, que los régimenes árabes moderados, como Egipto, se encontraban en el filo de la navaja, al borde la explosión popular. Pero, al igual que en 1979 pocos anticiparon la caída del sha, ¿podrá ocurrir algún día una revolución de este tipo en otros países de la zona?
-. Es difícil hacer previsiones, pero con la guerra la tensión será muy fuerte. En Egipto, por ejemplo, el régimen de Mubarak está canalizando las manifestaciones populares: primero, en un estadio para la oposición, y luego, el partido en el poder organizó una protesta en la calle. Es un signo de que el Gobierno de Egipto tiene que hacer funambulismo, porque Estados Unidos recuerda constantemente que, sin los 2.000 millones de dólares anuales, no podrá sobrevivir.
La otra apuesta de EE UU es lograr que las clases medias tomen el poder en Irak y que cunda el ejemplo en todo Oriente Próximo. Con una nueva prosperidad, se frenará, entre otras cosas, la emigración masiva. Pero el problema está en que, para alcanzar este objetivo, Washington necesita el apoyo de los régimenes autoritarios: es necesario que Arabia Saudí proporcione mucho petróleo, y no podemos pedirles que hagan esto y, a la vez, anunciar que va a suprimirse la monarquía de los Saud y alzar a las clases medias.
Es una situación muy compleja, porque nos dicen que van a revisar las alianzas, pero son tributarios de las alianzas existentes.
Sin embargo, hay mucha gente en las clases medias de los países árabes, en el Magreb o en Oriente Próximo, que no tiene nada que ver con el wahabismo que predica Osama Bin Laden, pero que es profundamente antiamericana. ¿Se debe esto al conflicto israelopalestino?
- La lógica de los neoconservadores de Estados Unidos, que se encuentran muy cercanos a Israel, es pensar que estamos en el periodo que sigue al fracaso del proceso de paz. Desde el principio de la segunda Intifada, el sentimiento dominante es que Israel está en una situación crítica, aunque su superioridad militar sea apabullante. La idea que hay detrás de la intervención es que la prosperidad de un Irak proamericano, basado en las clases medias y en la riqueza del petróleo, creará un proceso que permitirá aligerar la presión que sufre Israel.
La Administración de Bush cree que Clinton gestionó el conflicto israel y palestino de una forma muy negativa, porque no vio la perspectiva en su conjunto. Se parece a la forma en que actuó Bush, padre: en 1991, tras la derrota de Sadam Husein, Shamir y Arafat fueron obligados a entrar en el proceso de negociaciones que arrancó en Madrid.
El sentimiento en el Pentágono es que, si hay una victoria rápida y espectacular, la moral de los árabes estará a cero. Como la primera Intifada, la segunda ha perjudicado mucho políticamente a Israel, pero también ha arruinado a los palestinos, que ahora están agotados y no tienen la capacidad de negociar nada.
Cuando Arafat lanzó la segunda Intifada, estoy seguro de que creía que la presión le ayudaría a negociar con Israel y, a la vez, le permitía demostrar a su población, que cada vez le veía con peores ojos, que seguía encarnando la resistencia. Al principio, la Intifada no era popular y estaba muy organizada.
Pero el resultado fue que Sharon logró tomar el poder y el primer ministro israelí estaba en la misma lógica que Arafat. Estados Unidos está convencido de que la solución a este conflicto no puede producirse ya en el marco israel o palestino y de que necesita un arreglo global que pasa por la eliminación de Sadam.
Durante una reciente visita a un país de la zona, un profesor me dijo: "Estados Unidos es muy buen estratega, pero no conoce los detalles". La estrategia estadounidense tiene una gran coherencia cuando es explicada, pero su aplicabilidad plantea numerosos problemas. En un viaje a Estados Unidos hablé de todo esto con varios halcones y me di cuenta de que el equipo que hay alrededor de Bush no le convertía en Bush II, sino en Reagan II. No tienen un conocimiento profundo de la situación real en Oriente Próximo. No conocen bien lo que ha ocurrido en esta zona en los últimos años.
La gente del Pentágono piensa en Oriente Próximo como en el fin de la URSS: es una lógica estratégicamente atractiva, pero las sociedades no tienen nada que ver. La sociedad soviética y comunista estaba agotada y se identificaba con Occidente. Pero creer que ocurre exactamente lo mismo con las clases medias árabes es una apuesta muy arriesgada.
Bernard Lewis prologó uno de sus primeros libros, Faraón y profeta. ¿Comparte usted la teoría que relata en ¿Qué ha fallado? sobre el momento en el que el mundo musulmán se quedó atrás con respecto a Occidente?
- La fuerza de la sociedad musulmana nació cuando vivió una hibridación cultural extraordinaria. Se hablaba la misma lengua desde España hasta India y había un espacio gigantesco de circulación cultural. Pero cuando el mundo musulmán se cerró sobre sí mismo comenzó a perder su creatividad científica e intelectual.
Pero creo que esta teoría no funciona porque se inscribe en una lógica similar a la de Huntington y su Choque de civilizaciones, es una teoría muy esencialista porque cree que el mundo musulmán es homogéneo. Pero son sociedades muy heterogéneas.
La personalidad de un joven egipcio se forja en las mezquitas, pero también en la MTV y en que su ambición es emigrar a Chicago. Creo que, más que preguntarse qué fue mal, el problema del mundo musulmán es que no sabe cómo integrarse en una modernidad de la que intenta controlar los instrumentos.
El fracaso de la 'yihad'
EL INVESTIGADOR FRANCÉS Gilles Kepel, de 47 años, profesor en el Instituto de Estudios Políticos de París, lleva casi un cuarto de siglo estudiando el mundo árabe y musulmán. En su último libro, Crónica de una guerra de Oriente (Península), recuerda este largo viaje, desde que era un modesto y mal alimentado becario en Damasco, que estudiaba árabe y empezaba a dejarse enredar por las fascinación del universo musulmán, hasta ahora, cuando da conferencias por todo el mundo (viajó a Madrid para pronunciar tres charlas en el Instituto Ortega y Gasset), y son estudiadas tanto por los especialistas como por los que quieren tener una primera visión de conjunto.
Sus libros Faraón y profeta, La revancha de Dios, Las políticas de Dios o La yihad, los primeros publicados por Mario Muchnik y el último por Península, son considerados obras de referencia y muchas veces han estado marcados por la polémica.
En La yihad, que salió a la calle poco después de los atentados del 11 de septiembre, planteaba una tesis arriesgada que le costó no pocos dardos: tras su auge en los setenta y ochenta, el islamismo radical había fracasado y se encontraba en decadencia.
A pesar de los ataques de Al Qaeda contra Washington y Nueva York, Kepel mantiene la vigencia de su teoría, aunque, eso sí, cree que con la nueva guerra en Irak las cosas pueden cambiar: el radicalismo fracasó porque no fue capaz de arrastrar a las masas musulmanas en su espiral de odio y violencia.
"El movimiento islamista, en los ochenta, supo aunar a grupos sociales muy diferentes, desde la juventud urbana empobrecida hasta las clases medias. Pero, en los noventa, estas clases medias se acercaron al poder, como ha ocurrido en Turquía con el partido de Erdogan, cuya mensaje islámico está muy diluido.
Por otro lado, hay grupos extremistas que se lanzaron primero a estrategias de guerrilla y luego al terrorismo, para intentar despertar a las masas al mostrar que el enemigo es débil y que una movilización general podría hacerle caer. Son organizaciones que participan de los mismos fantasmas que las Brigadas Rojas en Italia. De hecho, una brigadista que acaba de ser detenida en Italia dijo que había que aliarse con Al Qaeda: su objetivo era levantar a las masas proletarias; pero no lo lograron.
Creo que la guerra contra Irak es una apuesta de todo o nada. Si la operación de EE UU triunfa, desmoralizará a las masas y les indicará que la única solución es aliarse".
El investigador francés Gilles Kepel cree que el plan de George W. Bush para atacar Irak esconde el deseo de cambiar completamente la estructura de alianzas y de poder en Oriente Próximo; pero no está seguro de que no se trate de la visita de un elefante a una cacharrería. Para Kepel, la apuesta de Estados Unidos es ambiciosa, pero también muy arriesgada
Gilles Kepel es uno de los más prestigiosos estudiosos europeos del mundo musulmán y, sobre todo, de Oriente Próximo. Sus trabajos sobre el islamismo radical -como La Yihad (Península)- intentan describir, más allá de los tópicos y de los choques de civilizaciones, los orígenes y la evolución de un fenómeno que, como quedó demostrado el 11-S, puede alcanzar un poder de terror inmenso y marcar la agenda mundial. Esta entrevista fue realizada el lunes en Madrid, y, como no podía ser de otra forma, estuvo centrada en la crisis iraquí.
¿Cree usted que el 11-S ha significado un cambio total de la política de Estados Unidos, una nueva forma de concebir sus relaciones en Oriente Próximo?
- La voluntad actual de EE UU de atacar Irak, sea cual sea la decisión de Naciones Unidas, sólo es comprensible si nos remitimos al 11-S. Tras los ataques, la Administración de EE UU llegó a la conclusión de que el sistema de alianzas en Oriente Próximo, creado tras la II Guerra Mundial, ya no funcionaba.
La alianza privilegiada con Arabia Saudí, forjada en 1945, ya no funciona porque de los 19 piratas del aire, 15 eran saudíes. Para EE UU, todo el sistema de Oriente Próximo aparece como patológico.
Las decisiones tomadas justo después del 11-S -perseguir a la red Al Qaeda, desalojar a los talibanes del poder- son medidas de cirugía; pero, para ellos, es importante buscar las causas.
Estiman que si la organización general de Oriente Próximo no es transformada en profundidad se producirán otros fenómenos terroristas del mismo orden y la seguridad de Israel nunca estará realmente garantizada.
Para ellos, el ataque contra Irak es una forma de responder al 11-S y de cerrar algo que se abrió en 1979, cuando se produce la revolución islámica en Irán.
EE UU reaccionó de dos maneras: por un lado, animó a Sadam Husein a luchar contra Irán, entre 1980 y 1988. Le arman, le dan dinero, le aconsejan. Por otra parte, está la yihad (guerra santa) en Afganistán, que pretende convertir en un Vietnam para la URSS, y, además, es una forma de proporcionar una alternativa a la propaganda iraní, que quiere lanzar al islam contra EE UU.
En 1989 podemos creer que esta guerra por persona interpuesta ha sido un éxito: Irán firma un armisticio con Sadam en 1988, en febrero de 1989 el Ejército Rojo deja Afganistán. Se puede pensar que, 10 años después de la Revolución iraní, el peligro está controlado, que una especie de orden americano saudí reina en la región.
Pero EE UU ha alimentado una serpiente que va a morderle. Sadam Husein, que fue animado a hacer la guerra, está arruinado, y, ante las constantes reclamaciones económicas kuwaitíes, acaba por invadir este país en 1990 y esta invasión va a dar a los militantes de la yihad, formados en los campos de Afganistán y Pakistán, la voluntad de romper con Arabia Saudí.
Los noventa son la expresión del conflicto no arreglado de los ochenta: Irak arruinado, que ataca Kuwait, se convierte en un problema mayor y los yihadistas se enfrentan a EE UU y Arabia Saudí.
Todo esto acabará en el estallido del 11-S de 2001. Cuando EE UU dice que hay una relación entre Bin Laden y Sadam no convence a nadie, salvo a Aznar y Blair.
No hay lazos concretos fuertes, pero, desde el punto vista estadounidense, tiene un sentido relacionar a los dos: para ellos, suprimir a Sadam significa terminar el trabajo que no concluyeron en 1991, y quiere decir crear un orden nuevo en Oriente Próximo cuya dinámica significaría acabar con los factores económicos y sociales que provocaron el 11-S.
La ofensiva estadounidense, en la mente de los neoconservadores, significa acabar un proceso que comenzó con la Revolución iraní, es cerrar una caja de Pandora.
La guerra puede ser fácil; pero no la posguerra. ¿Existe la posibilidad de que Irak se convierta en un Afganistán para Estados Unidos?
- Sí, en un nuevo Vietnam. La cuestión de Irak es la de un Estado que puede parecer tan balcanizado como la antigua Yugoslavia. Desde 1920, la única forma en la que se ha conseguido hacer funcionar un Irak independiente es dando el poder a la minoría suní por encima de los kurdos y los shiíes.
Pero Irak, definido desde el exterior, es una entidad muy antigua; es Mesopotamia, es un país que ha sido siempre la zona disputada entre el Este y el Oeste; es una zona muy rica, única en Oriente Próximo, con tres elementos esenciales: el agua, con el Tigris y el Eúfrates; el petróleo, con las segundas reservas probadas tras Arabia Saudí, muy poco explotadas por el momento, y una clase media muy formada hasta el embargo posterior a la primera guerra del Golfo.
En Oriente Próximo había un dicho que decía: Egipto escribe, Líbano imprime e Irak lee. La apuesta estadounidense es que la población iraquí en su conjunto no puede más con el régimen de Sadam. El problema no es la guerra, porque Irak lleva 20 años en guerra y la población quiere que pase algo para acabar con este sistema.
Los neoconservadores están convencidos de que, si hacen un ataque sobre Irak lo suficientemente fuerte, la población va a levantarse y acabar con Sadam. En el plano estratégico tiene sentido, pero, al mismo tiempo, Washington no tiene un crédito extraordinario en Irak porque en 1991 incitó a la población shií del sur a levantarse, y, como la Guardia Republicana no había sido destruida por el Ejército de EE UU, se produjeron masacres terribles.
La rebelión sólo ocurrirá tras un ataque devastador, y esto quiere decir que habrá muertos, víctimas, que Al Yazira emitirá imágenes y que los aliados de EE UU en la zona tendrán que lidiar con una situación muy difícil. De hecho, la dificultad en la que se encuentra EE UU es que todo el mundo piensa que tiene la capacidad militar suficiente para hacer lo que quiera en Irak o en cualquier otro lugar, pero el problema es que Washington puede hacer la guerra solo, pero no puede estar solo para hacer la paz, y ése es su gran fracaso diplomático.
Si Estados Unidos hace la guerra sin el apoyo de la ONU, va a encontrarse en una situación extremadamente complicada en la posguerra, no puede ocupar Irak solo. Tiene que haber árabes, europeos, porque es una situación extremadamente compleja de gestionar. Desde que empezó esta historia, da la impresión de que es el Pentágono quien gobierna. Pero las alianzas deben hacerse a través del Departamento de Estado y parece que sólo es el auxiliar del Pentágono.
En términos diplomáticos, no han logrado que sus aliados acepten su supremacia militar, aparte de Aznar y Blair. Lo único que le queda a EE UU es la apuesta de que la población iraquí va a recibir a las tropas con banderas de barras y estrellas. No es imposible, pero la parte diplomática de preparación de la guerra ha sido llevada a cabo de forma muy torpe.
P. Pero, aunque se produzca este apoyo, ¿no cree que una invasión de Irak producirá imágenes muy inquietantes para Oriente Próximo: los turcos entrando en el Kurdistán iraquí, los carros de combate de EE UU en Bagdad...?
-. Es algo muy difícil, porque el problema es que las relaciones internacionales están marcadas por la fuerza, pero tiene que existir también un elemento de confianza. Y el problema de hoy en Irak es la palabra de Estados Unidos. Países que han sido aliados de EE UU tienen la impresión de que van a ser abandonados. Si Arabia Saudí es abandonada, eso significará que nadie querrá aliarse.
Los kurdos viven hoy bajo el temor de que el Ejército turco invada el Kurdistán y recupere la vieja ambición otomana de 1925 de controlar el petróleo de Kirkuk. No sabemos dónde está la palabra de EE UU. Washington debería esperar que la operación militar sea tan eficaz que no habrá ninguna otra posibilidad más que capitular; pero veo muy mal cómo esta especie de mezcla va a ser gestionada.
En su libro La revancha de Dios, publicado en 1991, hablaba del resurgimiento no sólo del radicalismo islámico, sino también del cristiano y del judío. Eso es algo que ahora, bajo la presidencia de Bush, se toma en serio mucha gente.
- En los años noventa ese libro fue muy atacado porque se dijo que sólo tenía sentido en el mundo musulmán. Efectivamente, ahora todo el mundo está destacando la dimensión religiosa, de cristiano renacido, de la Administración de Bush; pero no estoy seguro de que sea un elemento fundamental en la toma de decisiones estadounidense: la economía es mucho más importante.
A pesar de su riqueza petrolífera, todos los indicadores económicos de Oriente Próximo están en rojo: el paro sube, los ingresos disminuyen, la demografía sigue explotando. Es la misma situación que el África subsahariana, pero con petróleo.
Pero esta región debe poder ser insertada en una especie de globalización virtual porque se necesita el petróleo. Hay que encontrar una forma de insertar a Oriente Próximo en las relaciones internacionales, bajo la dominación de EE UU. La principal amenaza es el terrorismo y la desestabilización.
Una operación en Irak permitiría llevar a las clases medias al poder, como en Turquía. En el fondo, Erdogan es lo que EE UU considera como mejor. Es una política compleja, cuyos determinantes son económicos. La dimensión religiosa es secundaria; es, sobre todo, retórica.
Se ha dicho una y otra vez, con la primera guerra del Golfo, los bombardeos en Afganistán, las dos Intifadas, que los régimenes árabes moderados, como Egipto, se encontraban en el filo de la navaja, al borde la explosión popular. Pero, al igual que en 1979 pocos anticiparon la caída del sha, ¿podrá ocurrir algún día una revolución de este tipo en otros países de la zona?
-. Es difícil hacer previsiones, pero con la guerra la tensión será muy fuerte. En Egipto, por ejemplo, el régimen de Mubarak está canalizando las manifestaciones populares: primero, en un estadio para la oposición, y luego, el partido en el poder organizó una protesta en la calle. Es un signo de que el Gobierno de Egipto tiene que hacer funambulismo, porque Estados Unidos recuerda constantemente que, sin los 2.000 millones de dólares anuales, no podrá sobrevivir.
La otra apuesta de EE UU es lograr que las clases medias tomen el poder en Irak y que cunda el ejemplo en todo Oriente Próximo. Con una nueva prosperidad, se frenará, entre otras cosas, la emigración masiva. Pero el problema está en que, para alcanzar este objetivo, Washington necesita el apoyo de los régimenes autoritarios: es necesario que Arabia Saudí proporcione mucho petróleo, y no podemos pedirles que hagan esto y, a la vez, anunciar que va a suprimirse la monarquía de los Saud y alzar a las clases medias.
Es una situación muy compleja, porque nos dicen que van a revisar las alianzas, pero son tributarios de las alianzas existentes.
Sin embargo, hay mucha gente en las clases medias de los países árabes, en el Magreb o en Oriente Próximo, que no tiene nada que ver con el wahabismo que predica Osama Bin Laden, pero que es profundamente antiamericana. ¿Se debe esto al conflicto israelopalestino?
- La lógica de los neoconservadores de Estados Unidos, que se encuentran muy cercanos a Israel, es pensar que estamos en el periodo que sigue al fracaso del proceso de paz. Desde el principio de la segunda Intifada, el sentimiento dominante es que Israel está en una situación crítica, aunque su superioridad militar sea apabullante. La idea que hay detrás de la intervención es que la prosperidad de un Irak proamericano, basado en las clases medias y en la riqueza del petróleo, creará un proceso que permitirá aligerar la presión que sufre Israel.
La Administración de Bush cree que Clinton gestionó el conflicto israel y palestino de una forma muy negativa, porque no vio la perspectiva en su conjunto. Se parece a la forma en que actuó Bush, padre: en 1991, tras la derrota de Sadam Husein, Shamir y Arafat fueron obligados a entrar en el proceso de negociaciones que arrancó en Madrid.
El sentimiento en el Pentágono es que, si hay una victoria rápida y espectacular, la moral de los árabes estará a cero. Como la primera Intifada, la segunda ha perjudicado mucho políticamente a Israel, pero también ha arruinado a los palestinos, que ahora están agotados y no tienen la capacidad de negociar nada.
Cuando Arafat lanzó la segunda Intifada, estoy seguro de que creía que la presión le ayudaría a negociar con Israel y, a la vez, le permitía demostrar a su población, que cada vez le veía con peores ojos, que seguía encarnando la resistencia. Al principio, la Intifada no era popular y estaba muy organizada.
Pero el resultado fue que Sharon logró tomar el poder y el primer ministro israelí estaba en la misma lógica que Arafat. Estados Unidos está convencido de que la solución a este conflicto no puede producirse ya en el marco israel o palestino y de que necesita un arreglo global que pasa por la eliminación de Sadam.
Durante una reciente visita a un país de la zona, un profesor me dijo: "Estados Unidos es muy buen estratega, pero no conoce los detalles". La estrategia estadounidense tiene una gran coherencia cuando es explicada, pero su aplicabilidad plantea numerosos problemas. En un viaje a Estados Unidos hablé de todo esto con varios halcones y me di cuenta de que el equipo que hay alrededor de Bush no le convertía en Bush II, sino en Reagan II. No tienen un conocimiento profundo de la situación real en Oriente Próximo. No conocen bien lo que ha ocurrido en esta zona en los últimos años.
La gente del Pentágono piensa en Oriente Próximo como en el fin de la URSS: es una lógica estratégicamente atractiva, pero las sociedades no tienen nada que ver. La sociedad soviética y comunista estaba agotada y se identificaba con Occidente. Pero creer que ocurre exactamente lo mismo con las clases medias árabes es una apuesta muy arriesgada.
Bernard Lewis prologó uno de sus primeros libros, Faraón y profeta. ¿Comparte usted la teoría que relata en ¿Qué ha fallado? sobre el momento en el que el mundo musulmán se quedó atrás con respecto a Occidente?
- La fuerza de la sociedad musulmana nació cuando vivió una hibridación cultural extraordinaria. Se hablaba la misma lengua desde España hasta India y había un espacio gigantesco de circulación cultural. Pero cuando el mundo musulmán se cerró sobre sí mismo comenzó a perder su creatividad científica e intelectual.
Pero creo que esta teoría no funciona porque se inscribe en una lógica similar a la de Huntington y su Choque de civilizaciones, es una teoría muy esencialista porque cree que el mundo musulmán es homogéneo. Pero son sociedades muy heterogéneas.
La personalidad de un joven egipcio se forja en las mezquitas, pero también en la MTV y en que su ambición es emigrar a Chicago. Creo que, más que preguntarse qué fue mal, el problema del mundo musulmán es que no sabe cómo integrarse en una modernidad de la que intenta controlar los instrumentos.
El fracaso de la 'yihad'
EL INVESTIGADOR FRANCÉS Gilles Kepel, de 47 años, profesor en el Instituto de Estudios Políticos de París, lleva casi un cuarto de siglo estudiando el mundo árabe y musulmán. En su último libro, Crónica de una guerra de Oriente (Península), recuerda este largo viaje, desde que era un modesto y mal alimentado becario en Damasco, que estudiaba árabe y empezaba a dejarse enredar por las fascinación del universo musulmán, hasta ahora, cuando da conferencias por todo el mundo (viajó a Madrid para pronunciar tres charlas en el Instituto Ortega y Gasset), y son estudiadas tanto por los especialistas como por los que quieren tener una primera visión de conjunto.
Sus libros Faraón y profeta, La revancha de Dios, Las políticas de Dios o La yihad, los primeros publicados por Mario Muchnik y el último por Península, son considerados obras de referencia y muchas veces han estado marcados por la polémica.
En La yihad, que salió a la calle poco después de los atentados del 11 de septiembre, planteaba una tesis arriesgada que le costó no pocos dardos: tras su auge en los setenta y ochenta, el islamismo radical había fracasado y se encontraba en decadencia.
A pesar de los ataques de Al Qaeda contra Washington y Nueva York, Kepel mantiene la vigencia de su teoría, aunque, eso sí, cree que con la nueva guerra en Irak las cosas pueden cambiar: el radicalismo fracasó porque no fue capaz de arrastrar a las masas musulmanas en su espiral de odio y violencia.
"El movimiento islamista, en los ochenta, supo aunar a grupos sociales muy diferentes, desde la juventud urbana empobrecida hasta las clases medias. Pero, en los noventa, estas clases medias se acercaron al poder, como ha ocurrido en Turquía con el partido de Erdogan, cuya mensaje islámico está muy diluido.
Por otro lado, hay grupos extremistas que se lanzaron primero a estrategias de guerrilla y luego al terrorismo, para intentar despertar a las masas al mostrar que el enemigo es débil y que una movilización general podría hacerle caer. Son organizaciones que participan de los mismos fantasmas que las Brigadas Rojas en Italia. De hecho, una brigadista que acaba de ser detenida en Italia dijo que había que aliarse con Al Qaeda: su objetivo era levantar a las masas proletarias; pero no lo lograron.
Creo que la guerra contra Irak es una apuesta de todo o nada. Si la operación de EE UU triunfa, desmoralizará a las masas y les indicará que la única solución es aliarse".
Terrorismo islámico y manipulación de Dios
Islam, islamismo, terrorismo islámico y manipulación de Dios.
El fenómeno terrorista internacional que conmocionó al mundo el 11 de septiembre, ha significado, entre otras cosas, la estrepitosa caída del "nuevo" orden mundial, tan solemnemente proclamado por George Bush padre a raíz de la guerra del Golfo en 1991 y que explica solo en parte el odio que en amplios sectores islámicos suscita Estados Unidos.
Afirma el historiador británico Paul Johnson ("Tiempos modernos. La historia del siglo XX desde 1917 hasta nuestros días ". Ediciones Vergara) que la historia de los tiempos modernos es, en gran parte, la historia del modo en que se colmó el derrumbe del impulso religioso que había configurado el viejo orden basado en el derecho y en la moral tradicional Esta percepción de vacío, consecuencia de la "muerte de Dios" decretada por los ilustrados, movió a uno de los principales "deicidas", Federico Nietszche, a profetizar que ese vacío sería ocupado por la "voluntad de poder" que abriría las puertas de par en par a los políticos totalitarios, un nuevo mesianismo ideológico con un apetito ingobernable de controlar a una humanidad sin guía ya la deriva. Lenin, Hitler y Stalin y su cortejo de millones de víctimas, serían los ejemplos más llamativos del triunfo del relativismo moral en que se instaló el mundo.
El acertado pronóstico de Nietszche, que trataba de explicar las nuevas tendencias de la conducta humana a partir del siglo XIX, podría tener validez al menos hasta la desintegración de la Unión Soviética y la aparición de un nuevo "orden" mundial basado en la hegemonía de Estados Unidos como única potencia. Ahora bien, el fenómeno terrorista internacional que conmocionó al mundo el 11 de septiembre, ha significado, entre otras cosas, la estrepitosa caída de ese orden, tan solemnemente proclamado por George Bush padre a raíz de la guerra del Golfo en 1991 y que explica solo en parte el odio que en amplios sectores islámicos suscita Estados Unidos.
Como consecuencia, se hacen necesarias nuevas explicaciones que nos hagan entender hacia donde va el mundo a partir de un hecho que sorprendería al propio Nietszche: el aparente "renacimiento" de Dios decrecido por los ideólogos islamistas que quieren someter el mundo a Alá y, curiosamente, por el propio George Bush hijo que, como presidente de Estados Unidos casi se proclamó un nuevo mesías en los primeros momentos emocionales de la tragedia al hablar de "cruzada" contra los terroristas musulmanes, de guerra entre el Bien y el Mal, y de justicia infinita sin dudar siquiera en apropiarse del "copyright" evangélico de "quien no está conmigo está contra mi"...
Pero no nos equivoquemos: el Dios que "reaparece" en la historia es un Dios desfigurado y manipulado por estos dos frentes visibles, el de un mundo occidental secularizado y materialista que se sirve una religión "a la carta" para lavar su conciencia y que ha elevado a valores absolutos la libertad sin el límite moral de la responsabilidad y el de un mundo islámico que interpreta la voluntad divina a capricho de quien se erige en autoridad religiosa, sin que exista una autoridad única que pueda ofrecer una exégesis aceptada por la "umma".
Puede que sea tarea fácil entender las primeras reacciones de Bush como creyente de una de las centenares de "iglesias" protestantes que proliferan en Estados Unidos y como líder humillado del primer mundo, aunque resulte escasamente cristiana la idea de venganza. Al fin y al cabo, parte de la cultura norteamericana, tan difundida por su industria cinematográfica, se alimenta con la legendaria idea del "far-west" en el que eran lícitos los linchamientos y la voluntad justiciera incansable de vengar a las víctimas inocentes de los pistoleros. Bush la recordó complacido con el lema del cartel más divulgado en las legendarias películas del Oeste: "Se busca a Ben Laden, vivo o muerto".
Otra cosa es entender el fenómeno del islamismo que, como ideología política de fundamento religioso, había iniciado ya su declive en el propio mundo islámico después de tantos años de violencia extrema, pero que ha derivado en la organización de grupos incontrolados que reclaman el restablecimiento de la "ley de Dios" (la "charía") y de la "umma" (la comunidad islámica) no solo en los países musulmanes sino en el mundo entero. Un error que puede observarse entre nuestros políticos es el intento de definir el terrorismo en su conjunto como un fenómeno de violencia que no tiene la menor justificación y que, por lo tanto, no merece la pena el esfuerzo de intentar entenderlo. Sin embargo, mal haríamos, como potenciales víctimas del terrorismo islamista, si no tratásemos de conocer al enemigo, al menos para defendemos mejor.
En este sentido, otro historiador británico, Timothy Garton, se preguntaba días pasados en Madrid, qué pasaba por la mente de un terrorista musulmán que después de una esmerada formación de corte occidental, es capaz de asaltar un avión y morir al estrellarlo contra las Torres Gemelas. Entender esto exige un esfuerzo intelectual que, a juicio de Garton, todavía no se había emprendido. En realidad, Garton se equivocaba porque, al menos en los últimos veinte años, han aparecido centenares de ensayos y estudios de reconocidos arabistas que han explicado con profundidad un fenómeno que ahora parece sorprender y que no tiene nada de nuevo en la historia del Islam. El fenómeno terrorista, concretamente, dura ya más de treinta años y en este tiempo han sido numerosos los aviones secuestrados o derribados, los atentados, los asesinatos, etc.
Bien distinto es que, desde la perspectiva de la cultura occidental, se tenga capacidad intelectual suficiente para introducirse en la cultura islámica y entender las mil y una sutilezas de este mundo que, pese a la unicidad aparente de su religión, es tan plural y contradictorio como pueda ser el nuestro. Sobre todo si el esfuerzo intelectual necesario no va acompañado de otro espiritual. Si a la sociedad occidental secularizada le cuesta ya entender la moral católica, mucho más difícil resultará comprender a esa otra sociedad que hace de Dios la razón única de su existencia.
En todo caso, el horror y la conmoción suscitados por los atentados terroristas contra los grandes símbolos del poder occidental, empieza a tener como consecuencia un interés renovado por el mundo islámico, ese magma impresionante que va desde Marruecos en el Atlántico a Indonesia en el Pacífico y que ocupan más de mil millones de musulmanes. Hasta ahora podía decirse que ese interés era cosa de unos pocos intelectuales, arabistas o islamólogos, que ofrecían sus saberes a grupos reducidos de estudiosos mientras el gran público, pasada la curiosidad por la revolución de Jomeini en Irán, asistía más menos indiferente a las luchas internas que se desarrollan al otro lado del Mediterráneo con su sangriento cortejo atentados y de víctimas.
En realidad, el integrismo islámico o, mejor dicho, los movimientos ideológicos islamistas que ahora se han manifestado de manera tan feroz en Estados Unidos, están golpeando al mundo desde hace más de treinta y cinco años y los intereses norteamericanos han sido sus blancos preferidos, en Beirut, en Arabia Saudita, en Somalia, en Adén, en Tanzania, en Kenia. Ahora bien, donde más se ha concentrado ha sido en los propios países islámicos, sobre todo a partir de la primera "yihad" de los tiempos modernos, la de Afganistán contra el invasor soviético y que se convirtió en el vivero de los más sangrientos activistas de la "renovación" islámica que llegaron a contar, como es bien sabido, con la simpatía de la propia Norteamérica. De alguna forma podría afirmarse que los atentados de Nueva York y Washington han sido los coletazos póstumos de la "guerra fría", en la medida que Afganistán fue el último escenario del enfrentamiento ideológico de las dos potencias con el efecto impensado del "despertar" belicista de las corrientes más extremistas del Islam.
Puede que todavía no se haya estudiado en profundidad el tremendo cambio psicológico que se produjo entre los "muyahidines" afganos una vez derrotado el Ejército soviético. Como explicación no basta el hecho de que Estados Unidos retirase su ayuda militar y económica a los triunfadores, envueltos inmediatamente después en una virulenta guerra civil que ha costado ya más de un millón de muertos y lo que aún queda por venir. En realidad, los "talibán" de origen "pashtum", etnia mayoritaria en el país aunque divididos en diversas tribus, se alzaron con la victoria provisional sobre las demás etnias enfrentadas gracias al apoyo decisivo de la vecina Pakistán, a su vez aliada de Arabia Saudita y Estados Unidos y que estaba -y está- interesada en contar con un aliado seguro en Afganistán para asegurar una futura explotación de los recursos energéticos de Asia Central cuya evacuación se haría por territorio pakistaní. Obviamente, esta estrategia, que forma parte del "Gran Juego" petrolífero, cuenta con el respaldo de Estados Unidos, hasta ahora interesado en evitar el paso de los futuros gaseoductos y oleoductos por territorio iraní.
Esto quiere decir que Estados Unidos no ha dejado de mantener su atención en la estabilidad que podía ofrecer un Afganistán pacificado y con un régimen aliado de Pakistán. Sin embargo, la guerra del Golfo vino a introducir una variable significativa en el "despertar" islamista, al aparecer Usama Ben Laden como financiero de los "talibán" y declararse enemigo de Arabia Saudita por su alianza con la coalición occidental, materializada en la instalación de bases norteamericanas en los Santos Lugares, todo un sacrilegio que se ha convertido en un auténtico quebradero de cabeza para la familia real saudita. El caso es que, a partir de ese momento, una vez despojado de su nacionalidad saudita, Ben Laden activa la organización " Al Qaaida" y emprende la guerra contra su antigua patria y los Estados Unidos al tiempo que se desencadena una gran ofensiva ideológica de los islamistas, fogueados en Afganistán, para ocupar el poder en sus países, a imagen de la revolución iraní.
El caso más emblemático y que en un principio no utilizó la violencia sino la vía democrática de las urnas, es el de Argelia donde ya se han registrado más de cien mil muertos desde que el Ejército impidió la victoria del FIS en las primeras elecciones libres del país. Pero no puede olvidarse la violencia desencadenada en Egipto, patria de los "Hermanos Musulmanes" y el "golpe" islamista en Sudán, único que ha triunfado fuera de Irán.
El único país que ha sabido combatir con éxito el terrorismo islámico ha sido Túnez, que, en 1991, puso fuera de la ley, con centenares de penas de muerte, al movimiento de "renovación" "En Nahda", alentado desde Arabia Saudita, Egipto y Argelia. A este respecto, el presidente Ben A1í puso ya en guardia al mundo occidental sobre los riesgos que corría al dar cobijo como refugiados políticos a numerosos dirigentes islamistas. Y afirmaba que el terrorismo se engendraba en el oscurantismo religioso como un virus opuesto a todos los valores democráticos. "El integrismo islámico -decía- es la negación de la democracia, de la libertad y del progreso. Nosotros lo hemos liquidado ya. Pero el problema está en París, en Londres, en Washington. Francia, el Reino Unido y Estados Unidos se han convertido en el cobijo de los terroristas integristas".
Un salto ideológico de siete siglos
A lo largo de la historia islámica han sido frecuentes los movimientos de "renovación" del espíritu religioso de la "Umma", amenazada de desvío por el "descuido" de los califas, más ocupados en los asuntos temporales que en su función principal de velar por el Islam. La inmensa mayoría de los movimientos modernos que han elegido la vía de la violencia para imponer la "sharía" o ley coránica, están inspirados en el pensamiento de un eminente seguidor del rito "hanbal1"' del siglo XIII: Sus escritos fueron recuperados por los primeros resistentes al imperio británico en la ciudad india de Deoband.
Allí surgieron, a mediados del siglo XIX, las primeras "madrasas" que enseñaban a sus discípulos una estricta interpretación del Corán para no perderlas señas de identidad religiosa de la comunidad musulmana y que en Arabia Saudita prendió con el nombre de "wahabismo" por su fundador Abdel Wahab, a mediados del siglo XIX. En estas enseñanzas se alimentó Al Maududi, un jeque indo-pakistaní que, sin pasar ala acción política, destacó como el más carismático de los renovadores del pensamiento islámico, entendiendo "renovación" como la vuelta a los orígenes.
De ahí parten los millares de escuelas coránicas que se multiplicaron en Pakistán con la ayuda económica de Arabia Saudita y de las que, pasados los años, se formaron los "talibán", (de "talib, estudiante).
En ese caldo de cultivo, sobresale la escuela "salafista-yihadista" (de "salar', adepto al Islam de los primeros tiempos del Corán y "yihad", guerra santa) acaudillado por Ben Laden que, primero con los "muyahidines" afganos y, desde 1996 con los "talibán" ha impulsado el sueño de liberar no solo Afganistán sino a todos los países islámicos de sus sistemas corruptos, empezando por su patria adoptiva, Arabia Saudita, a la que acusó de "desviacionismo" por su alianza con Estados Unidos.
Bueno es recordar en este contexto que el rey Fahd tomó a Ben Laden por un idiota que no merecía siquiera tener en cuenta aunque luego decidiera tomárselo más en serio hasta desposeerlo de la nacionalidad saudí. Un dato menos conocido de la actividad de Ben Laden es la fundación, en 1998, de un "Frente Islámico Internacional contra los Judíos y los Cruzados" que suscribió el movimiento egipcio " Al Yihad" del doctor Zauahiri, adepto del omnipresente Ibn Taymiia, inspirador también del otro gran ideólogo de la renovación, Hasan Al Bana, fundador en 1928 de la cofradía de "Los Hermanos Musulmanes" en Egipto y que fue condenado a muerte por el rey Faruk. Entre sus discípulos sobresale el antes citado Said Qobt que, a su vez, fue condenado a muerte por Gamal Abdel Naser.
Nos encontramos así con el principal trío de pensadores islamistas modernos que, muertos de manera violenta, tienen seguidores en todo el mundo islámico, entre otras razones porque la monarquía saudita se ha ocupado, a lo largo de los últimos decenios, de subvencionar sus petrodólares las escuelas coránicas y las mezquitas donde se imparte una enseñanza estricta del Corán.
Obviamente, uno de los discípulos más aventajados, fue el propio Ben Laden, doctorado en derecho coránico en Yedda junto a otros príncipes de la familia real que tuvieron por maestro a Mohamed Qobt, hermano de Said. Por cierto, nadie se ha preguntado todavía qué se predica en las mezquitas españolas construidas con los donativos saudíes y dirigidas por "imanes" adictos al wahabismo. Una pista nos la pueden dar las redes desmanteladas en España de presuntos terroristas relacionadas con Ben Laden entre los cuales figura un español converso llamado Yusuf Galán, que dirigía en Asturias una supuesta asociación cultural islámica cuyo nombre no es ninguna casualidad: el del piadoso pensador islámico del siglo XIII Ibn Taimíia.
A este mundo del integrismo ideológico se inscriben prácticamente todos los movimientos que, financiados por Arabia Saudita en su momento o por Irán a partir de la revolución jomeinista, llevan el apelativo inequívoco de "Yemaa", (asamblea o agrupación), "Islami" "Hamas", "partidos de Dios" (hezbolah), incluido el FIS y el GIA argelino con sus múltiples escisiones y que tienen en el punto de mira la "purificación" de sus países además de la guerra a Israel y sus protectores. Curiosamente, la OLP de Yaser Arafat, que antaño se benefició de la ayuda económica saudita hasta que la perdió por su apoyo a Saddam Husein, no ha contado nunca con la simpatía de Ben Laden que ve en esta organización laica una copia de los demás regímenes árabes que considera corruptos. ..
No puede perderse de vista en este contexto un dato fundamental: una vez que la "umma" perdió su carácter unitario y las potencias europeas se repartieron los despojos del califato otomano, fue el nacionalismo árabe, más pasional que racional, el que abanderó la lucha contra los colonizadores si bien contó pronto con el respaldo de las corrientes islamistas.
El gran pretexto de esta unión estratégica entre las "elites" de formación occidental y las hermandades musulmanas fue la lucha contra Israel desde el momento mismo de su fundación en 1948. Tras el estrepitoso fracaso del nacionalismo, cuyo caudillo indiscutible fue Gamal Abdel Naser, los movimientos islámicos, impulsados por la inevitable Arabia Saudita y por los menos inevitables Estados Unidos, pretendieron asumir el relevo de las clases dirigentes. Fue el momento de la división del mundo árabe en "progresistas" y "moderados" en uno de los escenarios más calientes de la "guerra fría".
La reacción de los dirigentes políticos en Egipto fue rápida, brutal y significó el rápido declive de los Hermanos Musulmanes como hipotética alternativa de poder. Por una parte, Egipto, que había jugado a aprendiz de brujo en sus coquetos con la URSS, cambió el signo de sus alianzas exteriores y, por otra, se fortalecieron los regímenes socialistas de Siria e Irak, inspirados en un partido, el "Baas", cuyo principal ideólogo fue, curiosamente, un cristiano llamado Michel Aflak.
En este contexto se inscribe también el nacimiento de la Organización para la Liberación de Palestina, de corte laico y los demás grupos de liberación de Palestina de tendencia comunista, enfrentados por tanto a las corrientes islamistas. Sin embargo, a medida que el islamismo como corriente ideológica era arrinconado por las clases dirigentes en Egipto, Argelia o Túnez, en Afganistán se consolidaba el poder "talibán" y se extremaba la violencia de la organización de Ben Laden " Al Qaaida" junto a otros grupos centrados en el terrorismo contra Israel que tanto ha perjudicado los acuerdos de Oslo. Pero este epílogo está aún por escribir.
Preguntas y miedos
Pero todo esto es historia y lo que ahora nos preocupa es profundizar en lo que pronto será historia, es decir, responder a la gran pregunta del por qué de la tragedia del 11 de septiembre y qué repercusiones tendrá en un futuro inmediato. A este respecto, un profesor de la Universidad de Wisconsin, Daniel Maguire, se hacía días pasados en un artículo de amplia repercusión dentro y fuera de Estados Unidos la pregunta que más lacera a la opinión norteamericana: " ¿Por qué los pobres del mundo nos odian tanto a nosotros, los americanos?"
Él mismo se contestaba sin pelos en la lengua: Estados Unidos es, a los ojos de esos desheredados, una especie de gorila arrogante y por todos halagado que se ha construido sobre los cimientos de la esclavitud y el racismo y que, sin embargo, cierra la puerta en las narices de todos en la cumbre de Durban sobre el racismo. Un país que se encoge de hombros ante los genocidios de Ruanda y Burundi. Un país incapaz de tener una política equilibrada en el cercano Oriente y que sepa defender con la misma fuerza y la misma ayuda financiera la existencia de un Estado palestino cuya integridad territorial sea tan garantizada como la de Israel. Un país que no comprende la comunidad islámica, capaz de unirse por encima de fronteras, de razas y de naciones. Un país que ha dejado morir medio millón de niños en Irak como consecuencia de las sanciones económicas.
Un país que se gasta 30 millones de dólares a la hora en garantizar inútilmente su propia seguridad mientras más de 1.200 millones de seres humanos viven en la pobreza absoluta y de los cuales más de cuarenta millones mueren cada año de hambre. Un país, en suma, que se ha erigido en el protagonista de la escena mundial pero que mira con frialdad y sin compasión a esos pobres, que, añade el profesor Maguire, no son idiotas y saben que el 83 por ciento de la riqueza del mundo está en las manos del 20 por ciento de la humanidad...
La conclusión es bien sencilla para el citado profesor norteamericano: es urgente y necesario atacar el mal en sus raíces y ese mal es la injusticia en el Cercano Oriente, el desastroso reparto de riqueza en el mundo y la proliferación del hambre.
En definitiva, para que Estados Unidos dejen de ser odiados hace falta una voluntad política y moral para remediar la situación y la gran esperanza para el futuro reside, paradójicamente, en el hecho de que el miedo suele abrir los ojos de la sabiduría.
A este respecto, bien puede afirmarse que la guerra iniciada por Ben Laden y continuada por Estados Unidos con el bombardeo de Afganistán es la guerra de los miedos. Por un lado está el miedo de los islamistas a perder sus señas de identidad y su seguridad religiosa basada en la convicción de que Alá es la única superpotencia amenazada por Occidente.
Por otro lado está el miedo de Occidente a perder sus niveles de consumo y de bienestar así como su seguridad, basada en el dominio del más fuerte que, hasta ahora, le ha permitido garantizar los recursos energéticos. Ese miedo occidental se ve incrementado por el temor a profundizar en las causas de todo lo ocurrido... y descubrirse culpable. A todos estos miedos podríamos añadir otro que nos afecta a todos: el miedo a la ausencia de líderes políticos capaces de gestionar la paz después de haber gestionado la guerra.
En estos momentos es evidente que, dentro del mundo islámico, cada vez más fragmentado y caótico, los miedos se reparten por igual entre los islamistas que ven en peligro sus ideales religiosos y los regímenes más o menos despóticos y corruptos que temen ser desbordados por los islamistas.
Como consecuencia, el miedo se expande por una sociedad carente de liderazgo intelectual y político así como de expectativas de futuro. A la precariedad económica de estos países se han añadido ahora las dramáticas consecuencias del descenso drástico del turismo y de las inversiones extranjeras.
Como reflexión final y volviendo a las ideas iniciales, resulta evidente que estamos asistiendo a un descubrimiento asombroso, el retorno de Dios a la Historia, aunque sea un Dios desfigurado y caricaturizado. Lo cual no deja de suscitar también miedo en los ambientes más secularizados. No han faltado, en efecto, intelectuales que han aprovechado el desafío islámico para hacer propaganda de su ateísmo y culpar a todas las religiones de todos los males que ha sufrido la Humanidad.
Es el caso del premio Nobel de Literatura, José Saramago, bien conocido por su militancia marxista. Por supuesto, no han faltado quienes han recordado a Saramago todo lo contrario: que los males le han venido a la Humanidad por los intentos de eliminar la religión, sobre todo a partir de la Revolución Francesa y de la Revolución Soviética.
Otros pensadores, como Habermans, más frío en su análisis de la tragedia del 11 S, afirma que de seguir Occidente con su proceso de secularización sin valores, no logrará resolver sus conflictos internos y externos.
Otros como Enrico Fenzi, que fue uno de los ideólogos de las Brigadas Rojas italianas y conoce bien lo que es el terrorismo, detecta en la juventud una nostalgia por valores no materiales y que una visión totalmente secularizada carece de atractivo. Y en este debate estamos ya inmersos...
" Al Qaaída", algo más que una lista de terroristas suicidas
El origen inmediato de "Al Qaaída" es la base de datos elaborada por Ben Laden en 1986 para recopilar la identidad de sus millares de seguidores en la guerra de Afganistán. De ahí que se haya traducido como "La lista" o "La red". Pero su significado arroja mucha luz sobre el comportamiento de los terroristas que se estrellaron contra las Torres Gemelas y el Pentágono. "Qaaída" significa, efectivamente, el conjunto de normas de conducta no escritas de los miembros de un grupo en relación con su jefe.
Es decir, es "la costumbre", la cultura que está arraigada en una tribu, una aldea y, por extensión en todo un país, por encima incluso de las leyes.
Los miembros de ese grupo más o menos extenso, deben una fidelidad absoluta al jefe, en este caso al jeque, imán, cherif (descendiente del Profeta) o quien se haya investido de autoridad por su piedad y fervor religioso. En Marruecos, por citar un ejemplo que nos cae muy cerca, la expresión más visible de la "qaaída" era -y es- el acto de sumisión de las tribus o grupos sociales al sultán -al rey- mediante el juramento de la "bella", sometimiento religioso, político y social al" Amin al muminín" o comendador de los creyentes como descendiente del Profeta.
Esto explica, sin acudir a otros razonamientos políticos, que Hasán II organizara la "marcha verde" para ocupar el Sahara español una vez que el Tribunal de La Haya reconociese la existencia de viejos lazos de "sumisión" al sultán por parte de las tribus saharianas, único documento de "propiedad" o soberanía que el sultán de Marruecos podía exhibir sobre esos territorios. El profesor Mohamed Tozy lo explica con varios ejemplos referidos al mundo rural en su interesante obra "Monarquía e Islam político en Marruecos" cuya lectura recomiendo vivamente.
El hecho es que Ben Laden consiguió en Afganistán un "status" de líder religioso con el' pleno respaldado del dirigente de la teocracia afgana: el "mulá" Mohamed Omar Ajunzada, que fue proclamado por los talibán, hace tan solo cinco años, " Amin al muminin" o jalifa del Profeta, lo que le confería una autoridad religiosa y política de carácter absoluto.
Pues bien, los miembros de la "lista" de " Al Qaaída", están obligados a una obediencia ciega a su jefe, al extremo de no importarles su vida propia con tal de ejecutar las órdenes recibidas.
Como es natural, esto sólo se explica en el ámbito islámico teniendo en cuenta que la palabra Islam significa, a su vez, sometimiento a la voluntad divina que, en este caso, está "encarnada" por el "mulá" Ornar que, a su vez, es el gran protector de Ben Laden. Esto significa que Ben Laden ha podido disponer de la vida de sus millares de seguidores, plenamente convencidos de que su terrorismo es una faceta más de la lucha del Bien contra el Mal, exactamente el mismo plano religioso que ha utilizado George Bush como réplica al terrorismo.
La "Yihad "
El origen de la yihad en su máxima expresión de guerra santa, según la interpretación que le da el ideólogo Said Qobt, está en el mandato que recibió el profeta Mahoma de extender la revelación recibida a su familia, a su tribu, a los árabes de su entorno, a los demás árabes y, por último, a toda la humanidad.
Mahoma se encontró con tres tipos de impíos: a los que se puede conceder una tregua, a los que se debe luchar sin contemplaciones y los que deben pagar el impuesto (es decir, judíos y cristianos) a menos que se conviertan. El objetivo último, según esta interpretación, es someter el mundo entero al Islam, Una voluntad que, dicho sea de paso para no olvidar el origen histórico de todos los movimientos islamistas, puede interpretar cada musulmán libremente según su cultura, su fanatismo y, sobre todo, su ignorancia.
Lo que dice el Corán (Azora 2, aleyas 190 a 195, que llevan por título "En defensa propia") es lo siguiente:
"Combatid por Dios contra quienes combatan contra vosotros, pero no seáis vosotros los agresores.
Dios no ama a los agresores. Matadles donde los halléis y expulsadles de donde os hayan expulsado.
La tentación es peor que el homicidio.
No combatáis contra ellos junto a la Mezquita Sagrada, a no ser que os ataquen allí.
Así que, si combaten contra vosotros, matadles: esa es la retribución de los infieles. Pero si cesan, Dios es indulgente, misericordioso.
Combatid contra ellos hasta que dejen de induciros a apostatar y se rinda culto a Dios. Si cesan, no haya más hostilidades contra los impíos. "El mes sagrado es para el mes sagrado. Las cosas sagradas caen bajo la ley del talión.
Si alguien os agrediera, agredídle en la medida que os agredió. Temed a Dios y sabed que Él está con lo que le temen.
En la Azora 9, aleya 121 se dice: "iCreyentes! Combatid contra los infieles que tengáis cerca! iQue os encuentren duros! iSabed que Dios está con los que le temen!"
El fenómeno terrorista internacional que conmocionó al mundo el 11 de septiembre, ha significado, entre otras cosas, la estrepitosa caída del "nuevo" orden mundial, tan solemnemente proclamado por George Bush padre a raíz de la guerra del Golfo en 1991 y que explica solo en parte el odio que en amplios sectores islámicos suscita Estados Unidos.
Afirma el historiador británico Paul Johnson ("Tiempos modernos. La historia del siglo XX desde 1917 hasta nuestros días ". Ediciones Vergara) que la historia de los tiempos modernos es, en gran parte, la historia del modo en que se colmó el derrumbe del impulso religioso que había configurado el viejo orden basado en el derecho y en la moral tradicional Esta percepción de vacío, consecuencia de la "muerte de Dios" decretada por los ilustrados, movió a uno de los principales "deicidas", Federico Nietszche, a profetizar que ese vacío sería ocupado por la "voluntad de poder" que abriría las puertas de par en par a los políticos totalitarios, un nuevo mesianismo ideológico con un apetito ingobernable de controlar a una humanidad sin guía ya la deriva. Lenin, Hitler y Stalin y su cortejo de millones de víctimas, serían los ejemplos más llamativos del triunfo del relativismo moral en que se instaló el mundo.
El acertado pronóstico de Nietszche, que trataba de explicar las nuevas tendencias de la conducta humana a partir del siglo XIX, podría tener validez al menos hasta la desintegración de la Unión Soviética y la aparición de un nuevo "orden" mundial basado en la hegemonía de Estados Unidos como única potencia. Ahora bien, el fenómeno terrorista internacional que conmocionó al mundo el 11 de septiembre, ha significado, entre otras cosas, la estrepitosa caída de ese orden, tan solemnemente proclamado por George Bush padre a raíz de la guerra del Golfo en 1991 y que explica solo en parte el odio que en amplios sectores islámicos suscita Estados Unidos.
Como consecuencia, se hacen necesarias nuevas explicaciones que nos hagan entender hacia donde va el mundo a partir de un hecho que sorprendería al propio Nietszche: el aparente "renacimiento" de Dios decrecido por los ideólogos islamistas que quieren someter el mundo a Alá y, curiosamente, por el propio George Bush hijo que, como presidente de Estados Unidos casi se proclamó un nuevo mesías en los primeros momentos emocionales de la tragedia al hablar de "cruzada" contra los terroristas musulmanes, de guerra entre el Bien y el Mal, y de justicia infinita sin dudar siquiera en apropiarse del "copyright" evangélico de "quien no está conmigo está contra mi"...
Pero no nos equivoquemos: el Dios que "reaparece" en la historia es un Dios desfigurado y manipulado por estos dos frentes visibles, el de un mundo occidental secularizado y materialista que se sirve una religión "a la carta" para lavar su conciencia y que ha elevado a valores absolutos la libertad sin el límite moral de la responsabilidad y el de un mundo islámico que interpreta la voluntad divina a capricho de quien se erige en autoridad religiosa, sin que exista una autoridad única que pueda ofrecer una exégesis aceptada por la "umma".
Puede que sea tarea fácil entender las primeras reacciones de Bush como creyente de una de las centenares de "iglesias" protestantes que proliferan en Estados Unidos y como líder humillado del primer mundo, aunque resulte escasamente cristiana la idea de venganza. Al fin y al cabo, parte de la cultura norteamericana, tan difundida por su industria cinematográfica, se alimenta con la legendaria idea del "far-west" en el que eran lícitos los linchamientos y la voluntad justiciera incansable de vengar a las víctimas inocentes de los pistoleros. Bush la recordó complacido con el lema del cartel más divulgado en las legendarias películas del Oeste: "Se busca a Ben Laden, vivo o muerto".
Otra cosa es entender el fenómeno del islamismo que, como ideología política de fundamento religioso, había iniciado ya su declive en el propio mundo islámico después de tantos años de violencia extrema, pero que ha derivado en la organización de grupos incontrolados que reclaman el restablecimiento de la "ley de Dios" (la "charía") y de la "umma" (la comunidad islámica) no solo en los países musulmanes sino en el mundo entero. Un error que puede observarse entre nuestros políticos es el intento de definir el terrorismo en su conjunto como un fenómeno de violencia que no tiene la menor justificación y que, por lo tanto, no merece la pena el esfuerzo de intentar entenderlo. Sin embargo, mal haríamos, como potenciales víctimas del terrorismo islamista, si no tratásemos de conocer al enemigo, al menos para defendemos mejor.
En este sentido, otro historiador británico, Timothy Garton, se preguntaba días pasados en Madrid, qué pasaba por la mente de un terrorista musulmán que después de una esmerada formación de corte occidental, es capaz de asaltar un avión y morir al estrellarlo contra las Torres Gemelas. Entender esto exige un esfuerzo intelectual que, a juicio de Garton, todavía no se había emprendido. En realidad, Garton se equivocaba porque, al menos en los últimos veinte años, han aparecido centenares de ensayos y estudios de reconocidos arabistas que han explicado con profundidad un fenómeno que ahora parece sorprender y que no tiene nada de nuevo en la historia del Islam. El fenómeno terrorista, concretamente, dura ya más de treinta años y en este tiempo han sido numerosos los aviones secuestrados o derribados, los atentados, los asesinatos, etc.
Bien distinto es que, desde la perspectiva de la cultura occidental, se tenga capacidad intelectual suficiente para introducirse en la cultura islámica y entender las mil y una sutilezas de este mundo que, pese a la unicidad aparente de su religión, es tan plural y contradictorio como pueda ser el nuestro. Sobre todo si el esfuerzo intelectual necesario no va acompañado de otro espiritual. Si a la sociedad occidental secularizada le cuesta ya entender la moral católica, mucho más difícil resultará comprender a esa otra sociedad que hace de Dios la razón única de su existencia.
En todo caso, el horror y la conmoción suscitados por los atentados terroristas contra los grandes símbolos del poder occidental, empieza a tener como consecuencia un interés renovado por el mundo islámico, ese magma impresionante que va desde Marruecos en el Atlántico a Indonesia en el Pacífico y que ocupan más de mil millones de musulmanes. Hasta ahora podía decirse que ese interés era cosa de unos pocos intelectuales, arabistas o islamólogos, que ofrecían sus saberes a grupos reducidos de estudiosos mientras el gran público, pasada la curiosidad por la revolución de Jomeini en Irán, asistía más menos indiferente a las luchas internas que se desarrollan al otro lado del Mediterráneo con su sangriento cortejo atentados y de víctimas.
En realidad, el integrismo islámico o, mejor dicho, los movimientos ideológicos islamistas que ahora se han manifestado de manera tan feroz en Estados Unidos, están golpeando al mundo desde hace más de treinta y cinco años y los intereses norteamericanos han sido sus blancos preferidos, en Beirut, en Arabia Saudita, en Somalia, en Adén, en Tanzania, en Kenia. Ahora bien, donde más se ha concentrado ha sido en los propios países islámicos, sobre todo a partir de la primera "yihad" de los tiempos modernos, la de Afganistán contra el invasor soviético y que se convirtió en el vivero de los más sangrientos activistas de la "renovación" islámica que llegaron a contar, como es bien sabido, con la simpatía de la propia Norteamérica. De alguna forma podría afirmarse que los atentados de Nueva York y Washington han sido los coletazos póstumos de la "guerra fría", en la medida que Afganistán fue el último escenario del enfrentamiento ideológico de las dos potencias con el efecto impensado del "despertar" belicista de las corrientes más extremistas del Islam.
Puede que todavía no se haya estudiado en profundidad el tremendo cambio psicológico que se produjo entre los "muyahidines" afganos una vez derrotado el Ejército soviético. Como explicación no basta el hecho de que Estados Unidos retirase su ayuda militar y económica a los triunfadores, envueltos inmediatamente después en una virulenta guerra civil que ha costado ya más de un millón de muertos y lo que aún queda por venir. En realidad, los "talibán" de origen "pashtum", etnia mayoritaria en el país aunque divididos en diversas tribus, se alzaron con la victoria provisional sobre las demás etnias enfrentadas gracias al apoyo decisivo de la vecina Pakistán, a su vez aliada de Arabia Saudita y Estados Unidos y que estaba -y está- interesada en contar con un aliado seguro en Afganistán para asegurar una futura explotación de los recursos energéticos de Asia Central cuya evacuación se haría por territorio pakistaní. Obviamente, esta estrategia, que forma parte del "Gran Juego" petrolífero, cuenta con el respaldo de Estados Unidos, hasta ahora interesado en evitar el paso de los futuros gaseoductos y oleoductos por territorio iraní.
Esto quiere decir que Estados Unidos no ha dejado de mantener su atención en la estabilidad que podía ofrecer un Afganistán pacificado y con un régimen aliado de Pakistán. Sin embargo, la guerra del Golfo vino a introducir una variable significativa en el "despertar" islamista, al aparecer Usama Ben Laden como financiero de los "talibán" y declararse enemigo de Arabia Saudita por su alianza con la coalición occidental, materializada en la instalación de bases norteamericanas en los Santos Lugares, todo un sacrilegio que se ha convertido en un auténtico quebradero de cabeza para la familia real saudita. El caso es que, a partir de ese momento, una vez despojado de su nacionalidad saudita, Ben Laden activa la organización " Al Qaaida" y emprende la guerra contra su antigua patria y los Estados Unidos al tiempo que se desencadena una gran ofensiva ideológica de los islamistas, fogueados en Afganistán, para ocupar el poder en sus países, a imagen de la revolución iraní.
El caso más emblemático y que en un principio no utilizó la violencia sino la vía democrática de las urnas, es el de Argelia donde ya se han registrado más de cien mil muertos desde que el Ejército impidió la victoria del FIS en las primeras elecciones libres del país. Pero no puede olvidarse la violencia desencadenada en Egipto, patria de los "Hermanos Musulmanes" y el "golpe" islamista en Sudán, único que ha triunfado fuera de Irán.
El único país que ha sabido combatir con éxito el terrorismo islámico ha sido Túnez, que, en 1991, puso fuera de la ley, con centenares de penas de muerte, al movimiento de "renovación" "En Nahda", alentado desde Arabia Saudita, Egipto y Argelia. A este respecto, el presidente Ben A1í puso ya en guardia al mundo occidental sobre los riesgos que corría al dar cobijo como refugiados políticos a numerosos dirigentes islamistas. Y afirmaba que el terrorismo se engendraba en el oscurantismo religioso como un virus opuesto a todos los valores democráticos. "El integrismo islámico -decía- es la negación de la democracia, de la libertad y del progreso. Nosotros lo hemos liquidado ya. Pero el problema está en París, en Londres, en Washington. Francia, el Reino Unido y Estados Unidos se han convertido en el cobijo de los terroristas integristas".
Un salto ideológico de siete siglos
A lo largo de la historia islámica han sido frecuentes los movimientos de "renovación" del espíritu religioso de la "Umma", amenazada de desvío por el "descuido" de los califas, más ocupados en los asuntos temporales que en su función principal de velar por el Islam. La inmensa mayoría de los movimientos modernos que han elegido la vía de la violencia para imponer la "sharía" o ley coránica, están inspirados en el pensamiento de un eminente seguidor del rito "hanbal1"' del siglo XIII: Sus escritos fueron recuperados por los primeros resistentes al imperio británico en la ciudad india de Deoband.
Allí surgieron, a mediados del siglo XIX, las primeras "madrasas" que enseñaban a sus discípulos una estricta interpretación del Corán para no perderlas señas de identidad religiosa de la comunidad musulmana y que en Arabia Saudita prendió con el nombre de "wahabismo" por su fundador Abdel Wahab, a mediados del siglo XIX. En estas enseñanzas se alimentó Al Maududi, un jeque indo-pakistaní que, sin pasar ala acción política, destacó como el más carismático de los renovadores del pensamiento islámico, entendiendo "renovación" como la vuelta a los orígenes.
De ahí parten los millares de escuelas coránicas que se multiplicaron en Pakistán con la ayuda económica de Arabia Saudita y de las que, pasados los años, se formaron los "talibán", (de "talib, estudiante).
En ese caldo de cultivo, sobresale la escuela "salafista-yihadista" (de "salar', adepto al Islam de los primeros tiempos del Corán y "yihad", guerra santa) acaudillado por Ben Laden que, primero con los "muyahidines" afganos y, desde 1996 con los "talibán" ha impulsado el sueño de liberar no solo Afganistán sino a todos los países islámicos de sus sistemas corruptos, empezando por su patria adoptiva, Arabia Saudita, a la que acusó de "desviacionismo" por su alianza con Estados Unidos.
Bueno es recordar en este contexto que el rey Fahd tomó a Ben Laden por un idiota que no merecía siquiera tener en cuenta aunque luego decidiera tomárselo más en serio hasta desposeerlo de la nacionalidad saudí. Un dato menos conocido de la actividad de Ben Laden es la fundación, en 1998, de un "Frente Islámico Internacional contra los Judíos y los Cruzados" que suscribió el movimiento egipcio " Al Yihad" del doctor Zauahiri, adepto del omnipresente Ibn Taymiia, inspirador también del otro gran ideólogo de la renovación, Hasan Al Bana, fundador en 1928 de la cofradía de "Los Hermanos Musulmanes" en Egipto y que fue condenado a muerte por el rey Faruk. Entre sus discípulos sobresale el antes citado Said Qobt que, a su vez, fue condenado a muerte por Gamal Abdel Naser.
Nos encontramos así con el principal trío de pensadores islamistas modernos que, muertos de manera violenta, tienen seguidores en todo el mundo islámico, entre otras razones porque la monarquía saudita se ha ocupado, a lo largo de los últimos decenios, de subvencionar sus petrodólares las escuelas coránicas y las mezquitas donde se imparte una enseñanza estricta del Corán.
Obviamente, uno de los discípulos más aventajados, fue el propio Ben Laden, doctorado en derecho coránico en Yedda junto a otros príncipes de la familia real que tuvieron por maestro a Mohamed Qobt, hermano de Said. Por cierto, nadie se ha preguntado todavía qué se predica en las mezquitas españolas construidas con los donativos saudíes y dirigidas por "imanes" adictos al wahabismo. Una pista nos la pueden dar las redes desmanteladas en España de presuntos terroristas relacionadas con Ben Laden entre los cuales figura un español converso llamado Yusuf Galán, que dirigía en Asturias una supuesta asociación cultural islámica cuyo nombre no es ninguna casualidad: el del piadoso pensador islámico del siglo XIII Ibn Taimíia.
A este mundo del integrismo ideológico se inscriben prácticamente todos los movimientos que, financiados por Arabia Saudita en su momento o por Irán a partir de la revolución jomeinista, llevan el apelativo inequívoco de "Yemaa", (asamblea o agrupación), "Islami" "Hamas", "partidos de Dios" (hezbolah), incluido el FIS y el GIA argelino con sus múltiples escisiones y que tienen en el punto de mira la "purificación" de sus países además de la guerra a Israel y sus protectores. Curiosamente, la OLP de Yaser Arafat, que antaño se benefició de la ayuda económica saudita hasta que la perdió por su apoyo a Saddam Husein, no ha contado nunca con la simpatía de Ben Laden que ve en esta organización laica una copia de los demás regímenes árabes que considera corruptos. ..
No puede perderse de vista en este contexto un dato fundamental: una vez que la "umma" perdió su carácter unitario y las potencias europeas se repartieron los despojos del califato otomano, fue el nacionalismo árabe, más pasional que racional, el que abanderó la lucha contra los colonizadores si bien contó pronto con el respaldo de las corrientes islamistas.
El gran pretexto de esta unión estratégica entre las "elites" de formación occidental y las hermandades musulmanas fue la lucha contra Israel desde el momento mismo de su fundación en 1948. Tras el estrepitoso fracaso del nacionalismo, cuyo caudillo indiscutible fue Gamal Abdel Naser, los movimientos islámicos, impulsados por la inevitable Arabia Saudita y por los menos inevitables Estados Unidos, pretendieron asumir el relevo de las clases dirigentes. Fue el momento de la división del mundo árabe en "progresistas" y "moderados" en uno de los escenarios más calientes de la "guerra fría".
La reacción de los dirigentes políticos en Egipto fue rápida, brutal y significó el rápido declive de los Hermanos Musulmanes como hipotética alternativa de poder. Por una parte, Egipto, que había jugado a aprendiz de brujo en sus coquetos con la URSS, cambió el signo de sus alianzas exteriores y, por otra, se fortalecieron los regímenes socialistas de Siria e Irak, inspirados en un partido, el "Baas", cuyo principal ideólogo fue, curiosamente, un cristiano llamado Michel Aflak.
En este contexto se inscribe también el nacimiento de la Organización para la Liberación de Palestina, de corte laico y los demás grupos de liberación de Palestina de tendencia comunista, enfrentados por tanto a las corrientes islamistas. Sin embargo, a medida que el islamismo como corriente ideológica era arrinconado por las clases dirigentes en Egipto, Argelia o Túnez, en Afganistán se consolidaba el poder "talibán" y se extremaba la violencia de la organización de Ben Laden " Al Qaaida" junto a otros grupos centrados en el terrorismo contra Israel que tanto ha perjudicado los acuerdos de Oslo. Pero este epílogo está aún por escribir.
Preguntas y miedos
Pero todo esto es historia y lo que ahora nos preocupa es profundizar en lo que pronto será historia, es decir, responder a la gran pregunta del por qué de la tragedia del 11 de septiembre y qué repercusiones tendrá en un futuro inmediato. A este respecto, un profesor de la Universidad de Wisconsin, Daniel Maguire, se hacía días pasados en un artículo de amplia repercusión dentro y fuera de Estados Unidos la pregunta que más lacera a la opinión norteamericana: " ¿Por qué los pobres del mundo nos odian tanto a nosotros, los americanos?"
Él mismo se contestaba sin pelos en la lengua: Estados Unidos es, a los ojos de esos desheredados, una especie de gorila arrogante y por todos halagado que se ha construido sobre los cimientos de la esclavitud y el racismo y que, sin embargo, cierra la puerta en las narices de todos en la cumbre de Durban sobre el racismo. Un país que se encoge de hombros ante los genocidios de Ruanda y Burundi. Un país incapaz de tener una política equilibrada en el cercano Oriente y que sepa defender con la misma fuerza y la misma ayuda financiera la existencia de un Estado palestino cuya integridad territorial sea tan garantizada como la de Israel. Un país que no comprende la comunidad islámica, capaz de unirse por encima de fronteras, de razas y de naciones. Un país que ha dejado morir medio millón de niños en Irak como consecuencia de las sanciones económicas.
Un país que se gasta 30 millones de dólares a la hora en garantizar inútilmente su propia seguridad mientras más de 1.200 millones de seres humanos viven en la pobreza absoluta y de los cuales más de cuarenta millones mueren cada año de hambre. Un país, en suma, que se ha erigido en el protagonista de la escena mundial pero que mira con frialdad y sin compasión a esos pobres, que, añade el profesor Maguire, no son idiotas y saben que el 83 por ciento de la riqueza del mundo está en las manos del 20 por ciento de la humanidad...
La conclusión es bien sencilla para el citado profesor norteamericano: es urgente y necesario atacar el mal en sus raíces y ese mal es la injusticia en el Cercano Oriente, el desastroso reparto de riqueza en el mundo y la proliferación del hambre.
En definitiva, para que Estados Unidos dejen de ser odiados hace falta una voluntad política y moral para remediar la situación y la gran esperanza para el futuro reside, paradójicamente, en el hecho de que el miedo suele abrir los ojos de la sabiduría.
A este respecto, bien puede afirmarse que la guerra iniciada por Ben Laden y continuada por Estados Unidos con el bombardeo de Afganistán es la guerra de los miedos. Por un lado está el miedo de los islamistas a perder sus señas de identidad y su seguridad religiosa basada en la convicción de que Alá es la única superpotencia amenazada por Occidente.
Por otro lado está el miedo de Occidente a perder sus niveles de consumo y de bienestar así como su seguridad, basada en el dominio del más fuerte que, hasta ahora, le ha permitido garantizar los recursos energéticos. Ese miedo occidental se ve incrementado por el temor a profundizar en las causas de todo lo ocurrido... y descubrirse culpable. A todos estos miedos podríamos añadir otro que nos afecta a todos: el miedo a la ausencia de líderes políticos capaces de gestionar la paz después de haber gestionado la guerra.
En estos momentos es evidente que, dentro del mundo islámico, cada vez más fragmentado y caótico, los miedos se reparten por igual entre los islamistas que ven en peligro sus ideales religiosos y los regímenes más o menos despóticos y corruptos que temen ser desbordados por los islamistas.
Como consecuencia, el miedo se expande por una sociedad carente de liderazgo intelectual y político así como de expectativas de futuro. A la precariedad económica de estos países se han añadido ahora las dramáticas consecuencias del descenso drástico del turismo y de las inversiones extranjeras.
Como reflexión final y volviendo a las ideas iniciales, resulta evidente que estamos asistiendo a un descubrimiento asombroso, el retorno de Dios a la Historia, aunque sea un Dios desfigurado y caricaturizado. Lo cual no deja de suscitar también miedo en los ambientes más secularizados. No han faltado, en efecto, intelectuales que han aprovechado el desafío islámico para hacer propaganda de su ateísmo y culpar a todas las religiones de todos los males que ha sufrido la Humanidad.
Es el caso del premio Nobel de Literatura, José Saramago, bien conocido por su militancia marxista. Por supuesto, no han faltado quienes han recordado a Saramago todo lo contrario: que los males le han venido a la Humanidad por los intentos de eliminar la religión, sobre todo a partir de la Revolución Francesa y de la Revolución Soviética.
Otros pensadores, como Habermans, más frío en su análisis de la tragedia del 11 S, afirma que de seguir Occidente con su proceso de secularización sin valores, no logrará resolver sus conflictos internos y externos.
Otros como Enrico Fenzi, que fue uno de los ideólogos de las Brigadas Rojas italianas y conoce bien lo que es el terrorismo, detecta en la juventud una nostalgia por valores no materiales y que una visión totalmente secularizada carece de atractivo. Y en este debate estamos ya inmersos...
" Al Qaaída", algo más que una lista de terroristas suicidas
El origen inmediato de "Al Qaaída" es la base de datos elaborada por Ben Laden en 1986 para recopilar la identidad de sus millares de seguidores en la guerra de Afganistán. De ahí que se haya traducido como "La lista" o "La red". Pero su significado arroja mucha luz sobre el comportamiento de los terroristas que se estrellaron contra las Torres Gemelas y el Pentágono. "Qaaída" significa, efectivamente, el conjunto de normas de conducta no escritas de los miembros de un grupo en relación con su jefe.
Es decir, es "la costumbre", la cultura que está arraigada en una tribu, una aldea y, por extensión en todo un país, por encima incluso de las leyes.
Los miembros de ese grupo más o menos extenso, deben una fidelidad absoluta al jefe, en este caso al jeque, imán, cherif (descendiente del Profeta) o quien se haya investido de autoridad por su piedad y fervor religioso. En Marruecos, por citar un ejemplo que nos cae muy cerca, la expresión más visible de la "qaaída" era -y es- el acto de sumisión de las tribus o grupos sociales al sultán -al rey- mediante el juramento de la "bella", sometimiento religioso, político y social al" Amin al muminín" o comendador de los creyentes como descendiente del Profeta.
Esto explica, sin acudir a otros razonamientos políticos, que Hasán II organizara la "marcha verde" para ocupar el Sahara español una vez que el Tribunal de La Haya reconociese la existencia de viejos lazos de "sumisión" al sultán por parte de las tribus saharianas, único documento de "propiedad" o soberanía que el sultán de Marruecos podía exhibir sobre esos territorios. El profesor Mohamed Tozy lo explica con varios ejemplos referidos al mundo rural en su interesante obra "Monarquía e Islam político en Marruecos" cuya lectura recomiendo vivamente.
El hecho es que Ben Laden consiguió en Afganistán un "status" de líder religioso con el' pleno respaldado del dirigente de la teocracia afgana: el "mulá" Mohamed Omar Ajunzada, que fue proclamado por los talibán, hace tan solo cinco años, " Amin al muminin" o jalifa del Profeta, lo que le confería una autoridad religiosa y política de carácter absoluto.
Pues bien, los miembros de la "lista" de " Al Qaaída", están obligados a una obediencia ciega a su jefe, al extremo de no importarles su vida propia con tal de ejecutar las órdenes recibidas.
Como es natural, esto sólo se explica en el ámbito islámico teniendo en cuenta que la palabra Islam significa, a su vez, sometimiento a la voluntad divina que, en este caso, está "encarnada" por el "mulá" Ornar que, a su vez, es el gran protector de Ben Laden. Esto significa que Ben Laden ha podido disponer de la vida de sus millares de seguidores, plenamente convencidos de que su terrorismo es una faceta más de la lucha del Bien contra el Mal, exactamente el mismo plano religioso que ha utilizado George Bush como réplica al terrorismo.
La "Yihad "
El origen de la yihad en su máxima expresión de guerra santa, según la interpretación que le da el ideólogo Said Qobt, está en el mandato que recibió el profeta Mahoma de extender la revelación recibida a su familia, a su tribu, a los árabes de su entorno, a los demás árabes y, por último, a toda la humanidad.
Mahoma se encontró con tres tipos de impíos: a los que se puede conceder una tregua, a los que se debe luchar sin contemplaciones y los que deben pagar el impuesto (es decir, judíos y cristianos) a menos que se conviertan. El objetivo último, según esta interpretación, es someter el mundo entero al Islam, Una voluntad que, dicho sea de paso para no olvidar el origen histórico de todos los movimientos islamistas, puede interpretar cada musulmán libremente según su cultura, su fanatismo y, sobre todo, su ignorancia.
Lo que dice el Corán (Azora 2, aleyas 190 a 195, que llevan por título "En defensa propia") es lo siguiente:
"Combatid por Dios contra quienes combatan contra vosotros, pero no seáis vosotros los agresores.
Dios no ama a los agresores. Matadles donde los halléis y expulsadles de donde os hayan expulsado.
La tentación es peor que el homicidio.
No combatáis contra ellos junto a la Mezquita Sagrada, a no ser que os ataquen allí.
Así que, si combaten contra vosotros, matadles: esa es la retribución de los infieles. Pero si cesan, Dios es indulgente, misericordioso.
Combatid contra ellos hasta que dejen de induciros a apostatar y se rinda culto a Dios. Si cesan, no haya más hostilidades contra los impíos. "El mes sagrado es para el mes sagrado. Las cosas sagradas caen bajo la ley del talión.
Si alguien os agrediera, agredídle en la medida que os agredió. Temed a Dios y sabed que Él está con lo que le temen.
En la Azora 9, aleya 121 se dice: "iCreyentes! Combatid contra los infieles que tengáis cerca! iQue os encuentren duros! iSabed que Dios está con los que le temen!"
La civilización se salva del peligro islámico.
11 de SEPTIEMBRE
* 1609: en España se da la orden de expulsión contra los musulmanes no convertidos de Valencia; este será el inicio de la expulsión de todos los musulmanes de España.
El 11 de Septiembre 1697.
Batalla de Zenta. Las fuerzas austriacas consiguen una decisiva victoria al tomar por sorpresa al ejército turco mientras cruzaba el rio Tisa. Después de esta batalla el imperio otomano no puede avanzar y en 1699 termina la Gran Guerra Turca (1682-1699).
El 11 de Septiembre 1.683
Las tropas de Sobieski llegaron a Viena. Aunque los turcos les superaban en número (según cálculos de Sobieski, 76,000 vs 300,000), sabían que el futuro de Europa y de la cristiandad estaban en juego. El 12 de Septiembre, temprano en la mañana, Sobieski fue a Misa y se puso en manos de Dios.
La victoria salvó a Europa y frustró el plan de conquista islámica de Europa.
La batalla de Viena de 1683: La civilización se salva del peligro islámico.
El escenario político-militar en la segunda mitad del siglo XVII, el siglo terrible que trastornó y cambió para siempre a Europa, se presenta todo menos pacífico. La Guerra de los Treinta Años (1618-1648), iniciada como guerra de religión, prosiguió como conflicto entre la Casa reinante francesa de los Borbones y los Habsburgo para quitar a estos últimos la hegemonía sobre Alemania, derivada de la autoridad imperial. Para alcanzar este objetivo el primer ministro francés Armand du Plessis, cardenal duque de Richelieu (1585-1642), inaugurando una política fundamentada en el sólo interés nacional en detrimento de los intereses de la Europa católica, se alía con los príncipes protestantes.
Los Tratados de Westfalia de 1648 sancionan el debilitamiento definitivo del Sacro Imperio Romano en Alemania, asolada y dividida entre católicos y protestantes y fraccionada políticamente, y establece la hegemonía del rey de Francia Luis XIV (1638-1715). El papel predominante alcanzado en Europa empuja al Rey Sol a aspirar a la misma corona imperial y, con esta perspectiva, no duda en buscar la alianza con los otomanos, mostrándose indiferente a todo ideal cristiano y europeo. En las postrimerías del siglo la Europa cristiana está abatida y replegada en sí misma entre divisiones religiosas y luchas dinásticas, mientras la crisis económica y el descenso demográfico, consecuencias de la guerra, completan el cuadro y lo vuelven especialmente vulnerable.
La ofensiva turca
El imperio otomano, que ya había conquistado los países balcánicos hasta la llanura húngara, fue detenido el 1 de agosto de 1664 en su avance por los ejércitos imperiales guiados por Raimundo Montecuccoli (1609-1680) en la batalla de San Gotardo, en Hungría.
Poco tiempo después, empero, bajo la enérgica guía del Gran Visir Kara Mustafá (1634-1683), la ofensiva turca se reanuda, alentada inconscientemente por Luis XIV en su desaprensiva política anti-habsburgo, y se aprovecha de la debilidad en que se hallan Europa y el Imperio.
Sólo la República de Venecia entabla combate con los turcos a lo largo de la costa del Egeo y por cada metro de Grecia y Dalmacia, combatiendo orgullosamente en la que fue su última y gloriosa guerra como estado independiente, que culmina en la caída de Candia en 1669, defendida heroicamente por Francisco Morosini el Peloponesiaco (1618-1694).
Tras Creta, en 1672 la Podolia - parte de la actual Ucrania - es sustraída a Polonia y en enero de 1683, en Estambul, los estandartes de guerra son orientados hacia Hungría y un inmenso ejército se pone en marcha hacia el corazón de Europa, bajo la guía de Kara Mustafá y del sultán Mehmet IV (1642-1693), con la intención de crear una gran Turquía europea y musulmana con capital en Viena.
Las pocas fuerzas imperiales - apoyadas por milicias húngaras guiadas por el duque Carlos V de Lorena (1643-1690) - tratan inútilmente de resistir. El gran caudillo al servicio de los Habsburgo toma el mando a pesar de estar todavía convaleciente de una grave enfermedad que lo había llevado al umbral de la muerte, de la cual - se dice - lo salvaron las oraciones de un padre capuchino, el venerable Marco da Aviano (1631-1699). El religioso italiano, enviado por el Papa ante el Emperador e infatigable predicador de la cruzada anti-turca, aconseja que todas las insignias imperiales lleven la imagen de la Madre de Dios. Desde entonces las banderas militares austriacas mantendrán la efigie de la Virgen a lo largo de dos siglos y medio, hasta el momento en que Adolfo Hitler (1889-1945) las hizo retirar.
Las "campanas de los turcos"
El 8 de julio de 1683 el ejército otomano se desplaza de Hungría a Viena, llegando el 13 de julio e iniciando su sitio. Durante el recorrido fueron asoladas las regiones por las que pasó dicho ejército, que saqueó ciudades y aldeas, destruyendo iglesias y conventos, masacrando y esclavizando a las poblaciones cristianas.
El emperador Leopoldo I (1640-1705), tras haber confiado el mando militar al conde Ernst Rüdiger von Starhemberg (1638-1701), decide abandonar la ciudad y alcanzar Linz para organizar desde allí la resistencia de los pueblos germánicos contra el tremendo peligro que se cernía sobre ella.
En el imperio tocan a rebato las "campanas de los turcos", como ya había ocurrido en 1664 y en la centuria anterior, y comienza la movilización de los recursos imperiales, mientras el emperador teje febrilmente negociaciones para convocar a todos los príncipes, católicos y protestantes, iniciativa que fue torpedeada por Luis XIV y por Federico Guillermo de Brandenburgo (1620-1688), y solicita la inmediata intervención del ejército polaco, invocando el supremo interés de la salvación de la Cristiandad.
El Papa Inocencio XI
En este trance dramático da sus frutos la política europea y oriental alentada desde hacía años por la Santa Sede, sobre todo gracias al cardenal Benedetto Odescalchi (1611-1689), elegido Papa con el nombre de Inocencio XI en 1676 y beatificado en 1956 por el Papa Pío XII (1939-1958).
Custodio convencido del gran espíritu cruzado, el Pontífice, que como cardenal gobernador de Ferrara se había ganado el título de "padre de los pobres", promueve una política previsora orientada a crear un sistema de equilibrios entre los príncipes cristianos para encauzar su política exterior contra el imperio otomano. Sirviéndose de hábiles y decididos ejecutores, como los nuncios Obizzo Pallavicini (1632-1700) y Francisco Buonvisi (1626-1700), el venerable Marcos de Aviano y otros, la diplomacia pontificia media y concilia entre las diferencias europeas, logrando la paz entre Polonia y Austria, favoreciendo la aproximación con el Brandenburgo protestante y con la Rusia ortodoxa, e incluso defendiendo los intereses de los protestantes húngaros frente al episcopado local, dado que todas las divisiones de la Cristiandad tenían que desvanecerse frente a la defensa frente al Islam. No obstante los fracasos e incomprensiones, en el "año de los turcos", 1683, el Papa consigue ser el alma de la gran coalición cristiana, consiguiendo dinero en toda Europa para financiar a las tropas de los grandes y pequeños príncipes y pagando personalmente un destacamento de cosacos del ejército de Polonia.
El cerco
Mientras tanto, en Viena, invadida por los exiliados, se consuma el vía crucis del cerco, que la ciudad soporta heróicamente. 6.000 soldados y 5.000 hombres de la defensa cívica se oponen, aislados del resto del mundo, al inmenso ejército otomano, armado con 300 cañones. Todas las campanas de la ciudad son reducidas al silencio excepto la de San Esteban, llamada Angstern, "angustia", que con sus incesantes tañidos convoca a los defensores. Los asaltos contra los baluartes y los enfrentamientos cuerpo a cuerpo son diarios y cada día puede ser el último, mientras los socorros están todavía lejos. Inducido por el Papa y por el emperador, a la cabeza de un ejército, se desplaza a marchas forzadas hacia la ciudad sitiada el rey de Polonia Juan III Sobieski (1624-1696), que ya por dos veces había salvado Polonia de los turcos. Finalmente, el 31 de agosto se une con el duque Carlos de Lorena, que le otorga el mando supremo y, cuando se le reúnen todos los contingentes del imperio, el ejército cristiano se pone en marcha hacia Viena, donde la situación es extremadamente dramática. Los turcos han abierto brechas en las murallas y los defensores supervivientes, tras haber rechazado dieciocho ataques y realizado veinticuatro salidas, están exhaustos, mientras los jenízaros atacan, encendidos por sus predicadores y los jinetes tártaros recorren Austria y Moravia. El 11 de septiembre Viena vive con angustia la que parece su última noche y von Starhemberg envía a Carlos de Lorena su último mensaje desesperado: "No perdáis más tiempo, clementísimo Señor, no perdáis más tiempo".
La batalla
Al amanecer del 12 de septiembre de 1683 el venerable Marcos de Aviano, tras haber celebrado Misa ayudado por el rey de Polonia, bendice al ejército en Kalhenberg, cerca de Viena: 65.000 cristianos se enfrentan en una batalla campal contra 200.000 otomanos.
Están presentes con sus tropas los príncipes del Baden y de Sajonia, los Wittelsbach de Baviera, los señores de Turingia y de Holstein, los polacos y los húngaros, el general italiano conde Enea Silvio Caprara (1631-1701), además del joven príncipe Eugenio de Saboya (1663-1736), que recibe su bautismo de fuego.
La batalla dura todo el día y termina con una terrible carga al arma blanca, guiada por Sobieski en persona, que pone en fuga a los otomanos y concede la victoria al ejército cristiano: éste sufre solamente 2.000 pérdidas contra las más de 20.000 del adversario. El ejército otomano se da a la fuga en desorden, abandonando todo el botín y la artillería y tras haber masacrado a centenares de prisioneros y esclavos cristianos. El rey de Polonia envía al Papa las banderas capturadas acompañándolas con estas palabras: "Veni, vidi, Deus vincit". Todavía hoy, por decisión del Papa Inocencio XI, el 12 de septiembre está dedicado al Santísimo Nombre de María, en recuerdo y en agradecimiento por la victoria.
Al día siguiente el emperador entra en Viena, alegre y liberada, a la cabeza de los príncipes del Imperio y de las tropas confederadas y asiste al Te Deum en acción de gracias, oficiado en la catedral de San Esteban por el obispo de Viena-Neustadt, luego cardenal, el conde Leopoldo Carlos Kollonic (1631-1707), alma espiritual de la resistencia.
El retroceso del Islam
La victoria de Kalhenberg y la liberación de Viena son el punto de partida para la contraofensiva dirigida por los Habsburgo contra el imperio otomano en la Europa danubiana, que conduce, en los años siguientes, a la liberación de Hungría, de Transilvania y de Croacia, dando además la posibilidad a Dalmacia de seguir siendo veneciana. Es el momento en el que se manifiesta con mayor fuerza la grandeza de la vocación y de la misión de la Casa de Austria en la redención y la defensa de la Europa sur-oriental. Para realizarla moviliza bajo las insignias imperiales los recursos de alemanes, húngaros, checos, croatas, eslovacos e italianos, asociando venecianos y polacos, construyendo aquel imperio multiétnico y multirreligioso que dará a la Europa Oriental estabilidad y seguridad hasta 1918.
La gran alianza, que consigue tomar vida en el último momento merced al Papa Inocencio XI, recuerda la empresa y el milagro realizados un siglo antes gracias a la obra del Papa san Pio V (1504-1572) en Lepanto, el 7 de octubre de 1571. Por el giro impreso a la historia de Europa Oriental, la batalla de Viena puede ser comparada a la victoria de Poitiers en 732, cuando Carlos Martel (688-741) detiene el avance de los árabes. Y la alianza que en 1684 es ratificada con el nombre de Liga Santa registra un acuerdo único entre alemanes y polacos, entre imperio y emperador, entre católicos y protestantes, alentada e impulsada por la diplomacia y por el espíritu de sacrificio de un gran Papa, encaminado a la consecución del objetivo de la liberación de Europa de los turcos.
En aquel año se realiza una hermandad de armas cristiana que da lugar a la última gran cruzada que, tras la victoria y desaparecido el peligro, fue pronto olvidada, con lo que, tras Viena, en Europa las "campanas de los turcos" callan para siempre.
Para profundizar: ver un cuadro general de la situación europea en el siglo XVI en AA.VV., Storia d´Europa, tomo IV: L´Età Moderna. Secoli XVI-XVIII, Einaudi, Turín 1995; una historia de la Casa de Austria en Adam Wandruska, Gli Asburgo, trad. It., TEA, Milán 1993; para profundizar aspectos más específicos, Ekkehard Eickhoff, Venezia, Vienna e i Turchi. Bufera nel Sud-est europeo. 1645-1700, trad. It., Rusconi, Milán 1991; y en Jan Wladislaw Wos, La Polonia. Studi storici, introducción de Paolo Bellini, Giardini, Pisa 1992, capítulo VII: Giovanni III Sobieski e la battaglia di "Viena" (1683), págs. 153-177.
Renato Cirelli y T. Angel Espósito.
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