Iraq en llamas
Ya no es un secreto para nadie que Occidente está perdiendo la postguerra iraquí. Los críticos de la intervención esbozan una sonrisa diciendo “¿lo ves?” mientras el gobierno de Washington hace lo posible por trazar las diferencias entre esto y Vietnam.
Y mientras los aliados europeos temen una explosión de bajas en sus filas que les ponga contra las cuerdas de la opinión pública (Italia acaba de tener una primera experiencia en este sentido).
En los tiempos que corren tras el 11-S, Occidente debería aprender algunas lecciones de este desastre en el que se ha convertido Iraq.
La primera, que la unión de los países occidentales es más necesaria que nunca, y que ni la fácil arrogancia de Washington ni la tibia indolencia de París, Moscú y Berlín son aceptables cuando está en juego la fisonomía del mundo que vamos a legar a nuestros descendientes.
La segunda, que si estamos perdiendo la postguerra es porque alguien la está ganando, y tal vez el escenario actual sea peor que el de hace un año. Es decir, frente a los enemigos de Occidente, éste tiene que fortalecerse y cohesionarse.
Está en juego mucho más que la repetición, una o cien veces, del terrible 11-S. Está en juego la libertad global o el presidio global.
No debemos permitir que le pongan velo a la estatua de la libertad, y evitarlo depende de que Washington reconozca que necesita al resto del mundo occidental, no como aliados incondicionales sino como iguales.
Pero depende también de que el visceral antiamericanismo difundido por la izquierda occidental desaparezca ante la necesidad de unirnos frente a un adversario tan terrible como es el totalitarismo ultraislamista. Si Occidente no actúa con serenidad y sentido común, el desastre de Iraq puede ser solo el principio de nuestros problemas