Cada gran conflicto ha cerrado una era en Oriente Medio. El nacimiento del Estado de Israel cambió el mapa de la región. La crisis de Suez, en 1956, cuando británicos, franceses e israelíes se confabularon contra el Egipto de Naser por haber nacionalizado el canal, fue el canto del cisne imperial del Reino Unido. La guerra de 1967, con la aplastante victoria de Israel, arruinó al nacionalismo árabe laico. Afganistán fue el Vietnam de la Unión Soviética, derrotada en 1989 después de haber invadido el país diez años antes. Y el conflicto del Golfo, provocado por la invasión de Kuwait en 1990 por parte del Iraq de Sadam Husein, rompió la coalición de islamistas moderados y radicales que, con la ayuda estadounidense, derrotó a los soviéticos en Afganistán.
Ahora, tres años y medio después del derrocamiento de Sadam, sigue sin estar claro a qué escenario conducirá la guerra que se sigue librando en Iraq.
Sadam Husein ha sido ejecutado y el régimen baasista es historia, pero si el conflicto de Iraq forma parte de la denominada guerra global contra el terrorismo,los resultados son todo lo contrario: Iraq se ha convertido en una cantera de terroristas, sustituyendo al Afganistán de los talibanes, que dio refugio a Osama bin Laden, el líder de Al Qaeda que reivindicó los atentados del 11 de septiembre en Nueva York, Washington y Pensilvania. Y el gran beneficiado, geopolíticamente, ha sido el régimen teocrático iraní, al que la Administración Bush sitúa en lo que denomina el eje del mal.
Iraq es ahora una pesadilla sin fin, como ha sentenciado el general Ricardo Sánchez, comandante de las tropas estadounidenses en Iraq entre junio del 2003 y el 2006. La situación puede resumirse así:
Existe un gobierno central, pero el país está dividido en tres partes, prácticamente como lo estaba durante el imperio otomano. Entonces, Iraq estaba dividido en tres provincias o vilayatos que los británicos unieron bajo el rey Faisal I. La guerra ha hecho ahora que los tres antiguos vilayatos vayan cada uno por su lado.
En el sur, los chiíes controlan la situación, aunque a su vez están enfrentados en distintas facciones.
En el centro, que es la región de predominio suní, las tropas estadounidenses y los civiles iraquíes sufren el terrorismo de los partidarios de Sadam y de los miembros de Al Qaeda.
Y en el norte, los kurdos, que son los principales aliados de Estados Unidos, disfrutan de una independencia de facto desde la guerra del Golfo de 1991.
En este escenario irrumpe ahora Turquía, gran aliado de Estados Unidos, que utiliza las bases en su territorio para aprovisionar sus tropas en Iraq. Pero Turquía, en conflicto con los kurdos que luchan por la independencia del Kurdistán turco, amenaza actualmente con intervenir en el Kurdistán iraquí, donde los kurdos del PKK hallan refugio.
Hasta ahora, el ejército turco se ha limitado a bombardear la región, pero la situación es crítica, capaz de desencadenar reacciones en cadena. El Kurdistán iraquí, donde existe una relativa tranquilidad, se podría desestabilizar, con lo que Estados Unidos perdería un bastión importante, y la acción turca dañaría también sus relaciones con Washington, ya en fase difícil después de que un comité del Congreso condenara a Turquía por lo que considera el genocidio armenio de 1915.
Un eventual ataque, además, dificultaría las relaciones con la Unión Europa, en la que Turquía desea ingresar. Ankara, por todo esto, deberá pensárselo dos veces antes de poner un pie en Irak.
Editorial, La Vanguardia
15 de octubre de 2007