LOS atentados de esta semana en Bombay, la capital financiera de India, han devuelto la tensión a un subcontinente donde se han librado tres grandes guerras desde su independencia. La rivalidad histórica entre India y Pakistán ha presidido el devenir de esa región del mundo desde
hace sesenta años, pero ahora, cuando los dos países son potencias nucleares, la tensión es aún más preocupante, ya que representa una amenaza a la estabilidad mundial, ya de por sí precaria.
India responsabiliza a Pakistán, aunque sin nombrarlo, del ataque terrorista perpetrado en Bombay el pasado miércoles y que hasta el viernes no se dio por controlado por las fuerzas de seguridad indias. Los dirigentes de Pakistán han negado vehementemente toda implicación. Es
más, el Gobierno pakistaní, ahora en manos de un civil, ha recordado que este mismo año un hotel de Islamabad sufrió un ataque terrorista parecido. Esto no impide, sin embargo, que India continúe buscando en Pakistán a los responsables de la matanza, ya sean miembros de los
servicios de inteligencia militar pakistaní (ISI), renegados del ISI o grupos islamistas que, tras haber sido alimentados por el ejército pakistaní, han podido escapar del control militar.
Pakistán es un país que provoca la preocupación internacional. Primero, porque se ha convertido en el principal caldo de cultivo del terrorismo internacional, y segundo, porque la fragilidad de sus estructuras hace temer por la suerte de su poder nuclear. India suele tener buena prensa
en Occidente; Pakistán, todo lo contrario. India es elogiada y presentada como la próxima superpotencia. Pakistán es visto como una fuente de terrorismo islamista.
Pakistán se fundó sobre una alianza de militares, terratenientes y élite económica. Y es uno de los enigmas de la historia contemporánea. Es un país cliente de Estados Unidos, pero odia a Estados Unidos; apoya a Washington en la guerra global contra el terrorismo,pero es una fábrica
de talibanes y miembros de Al Qaeda, y es un país donde no abunda la ciencia, pero tiene la bomba atómica. ¿Cómo se explican estas paradojas?
Ausencia de democracia
EL primer problema es la ausencia de democracia. Las fórmulas para mantener unido el complejo rompecabezas pakistaní han sido históricamente de dos tipos: el sistema democrático, interrumpido por hasta cuatro golpes de Estado militares, y la islamización. En la década
de 1970, el entonces primer ministro, Zulfiqar Ali Bhutto, optó por inspirarse en Occidente, pero acabó en la horca; su verdugo, el general Zia ul Haq, presidente entre 1977 y 1988, optó entonces por la islamización, convencido de que, a falta de urnas, esta opción era la fuente de legitimidad que le quedaba. Desde entonces, los militares pakistaníes han dominado el escenario con el fusil en una mano y la charia en la otra. Las excepciones civiles han sido dos: Benazir Bhutto, hija de Zulfiqar, que ganó tres elecciones y terminó siendo asesinada el año pasado, y Nawaz Sharif, un protegido de Ul Haq, que volvió a la islamización, pero también fue depuesto.
La ausencia de democracia ha sido utilizada por los militares y su servicio secreto para alimentar movimientos guerrilleros con los que librar sus guerras con terceros interpuestos, desde Cachemira, la región que enfrenta a Pakistán con India desde la independencia, en 1947, hasta el
Afganistán invadido por los soviéticos a finales de 1979.
Dos decenios después de la derrota soviética, sin embargo, el resultado de estos ejércitos de bajo coste ha sido un desastre. Pakistán es hoy en día un país con miles de muyahidines con armas y sin empleo, un arsenal abierto al mejor postor y una interminable lista de grupos apocalípticos.
Los militares pensaron que los muyahidines les servirían para lograr sus propósitos, lo que posiblemente siguen haciendo muchos. Pero no parece menos cierto que muchos guerrilleros islamistas se han escapado del control del ejército pakistaní.
Las guerrillas islamistas
OTRO grave problema pakistaní es la ausencia de inversiones en la educación de una sociedad donde el analfabetismo supera el 50%. De un total de 162 millones de pakistaníes, 83 millones, de 15 años o más, son analfabetos. Y entre la población femenina, el índice aún es peor, por
encima del 65%. Estas estadísticas, unidas a la ausencia de escuelas en condiciones, explican por qué las familias envían a sus hijos a las madrazas, las escuelas religiosas que, financiadas por los wahabíes saudíes, sustituyen al Estado fallido. Y dentro de veinte años, Pakistán doblará a Rusia en habitantes (250 millones frente a 124 millones).
Y el tercer problema es la ausencia de la clase media en los círculos del poder. El primer ministro Nehru tuvo una idea clara de la India que quería construir: una estable democracia en uno de los países más pobres, más poblados y más socialmente divididos del mundo. Y con la independencia, India fue dirigida por una clase media que optó por una democracia socializante y laica.
En Pakistán, por el contrario, el pacto entre militares, terratenientes y élite económica orilló a la clase media y al sistema democrático. Como resultado, las elecciones pakistaníes se resuelven
aún hoy en día de manera feudal.
Los atentados del 11 de septiembre en Estados Unidos provocaron un giro en Pakistán. Entonces, el presidente-general Musharraf, que había accedido al poder gracias a un golpe de Estado, se convirtió en un aliado de incalculable valor para George W. Bush en la guerra de Afganistán. La
caída del talibán no fue ajena a Pakistán, quien años antes había contribuido poderosamente al nacimiento del movimiento integrista.
Musharraf hizo mucho por la Administración Bush al cambiar de bando.
Prestó el suelo pakistaní para golpear al talibán. Cerró centenares de madrazas o escuelas religiosas donde los jóvenes no son educados en el cariño a Occidente. Ilegalizó los partidos islamistas, que, una vez clandestinos, han vuelto a brotar como hongos. Y tendió la mano a India,
el histórico enemigo. Pero Musharraf ya no es presidente, y los atentados de esta semana en Bombay han vuelto a aumentar la tensión entre India y Pakistán. La autoría de los atentados no está clara. Pueden haber sido los servicios secretos pakistaníes, algunos agentes renegados o un grupo islamista relacionado con Al Qaeda. En cualquier caso, la tensión en el subcontinente es un revés para la estrategia estadounidense que en los últimos tiempos creía haber acercado a sus dos aliados en la región.
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